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Crónicas de la Justicia

El día después: más cacerolas y el grito de «Fuera Macri»

Unas quinientas personas se autoconvocaron por segunda noche consecutiva en la esquina del Pasaje Dardo Rocha, en 7 y 50. Volvieron a refrendar una idea unívoca: que la llamada “Reforma Previsional” es un gran recorte a los jubilados, tan grande como la indignación. ¿Serán los últimos pataleos en la calle o el nacimiento de una nueva forma de protesta, de baja intensidad pero espontánea, prolongada y popular?

Foto: Nico Freda
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Otra vez, anoche. Las últimas horas del 19 de diciembre, las primeras del 20. Los símbolos de una memoria que resurge en el ruido de las cacerolas.

Como había ocurrido la noche del lunes, después de la escandalosa aprobación de la Ley de Reforma Previsional en la Cámara de Diputados, la gente fue llegando desde todos los rincones de la ciudad a la esquina de 7 y 50.

Otra vez, anoche, primero fueron 10, 20, al rato 50 y por fin, en el viento de una hora, otro medio millar de tipos y tipas golpeando con lo que fuera en nuestra Placita de Mayo. El punto geográfico –y simbólico- de encuentro: un centro magnético donde se festejan las alegrías, se descargan las furias y se lloran los dolores.

Otra vez, anoche. Al ritmo de la batucada, entre el repique de los redoblantes y la melodía lastimera de los sikuris, como la reacción casi inmediata a un llamado tribal. La mayoría jóvenes, alegres pero firmes, repudiando el hachazo contra los viejos. Y gritando: «Fuera Macri», «Yo sabía, yo sabía que a Santiago lo mató Gendarmería», «La unidad es de los trabajadores, y al que no le gusta, se jode, se jode».

Otra vez, anoche, los cacerolazos espontáneos. Aquellos sin violencia y en familia, sin humo de choripán, ni bondis ni banderas, que no pueden enchastrar ni siquiera los medios dominantes de comunicación.

Anoche, a una cuadra y media en la hora de la protesta, proyectaban en el cine de la galería Rocha la octava entrega de la saga de Star Wars. Un grupito de cuatro chicos, cuando terminó la película, se detuvo frente a los restos de lo que había quedado en la calle: cascaras de frutas, botellas de plástico, papeles. “Mirá la mugre que hicieron”, dijo uno de los chicos. Era pibe, no más de treinta. “Pobre la gente que tiene que limpiarlo”, agregó, y siguió caminando.

Tal vez sea esa la batalla que sigue a la del recinto: la que se está perdiendo mientras el foco de la indignación sean los piedrazos, la basura, y no la propia Reforma.

¿O bien los cacerolazos son la expresión de algo que está naciendo con otro color, que busca romper el silencio para mostrar una resistencia que empezó a ganarse en las calles?