Es lunes a la mañana y la niebla no deja ver a una distancia mayor de una cuadra. Cuatro mujeres compran un ramo de claveles blancos en el puesto que está sobre 7, en la vereda del ministerio de Economía, y luego cruzan hacia la Casa Sandra Ayala Gamboa.
Dos de ellas son parecidas: baja estatura, mismas facciones en el rostro, el pelo peinado hacia atrás y con un rodete suelto.
—Ay, qué bueno. ¡Vino tu hermana! —dice una señora que se acerca a recibirlas.
—No es mi hermana. Es mi mamá, Jesusa —responde Nelly Gamboa.
La alegría de los presentes se convierte en sorpresa y por un rato es el comentario que rompe el hielo entre desconocidos: “Son idénticas, increíble”.
Nelly sostiene entre sus brazos, como suele hacer en los actos públicos, un portarretrato con la foto de su hija, Sandra Ayala Gamboa, vestida con su uniforme de enfermera. Este martes 18 de septiembre Sandra habría cumplido 33 años y fue el día elegido para abrir las puertas de la oficina que brindará atención a víctimas de violencia de género en la casa bautizada con su nombre y apellido, el mismo lugar donde fue asesinada en 2007.
Los días anteriores a la apertura Nelly decidió descansar para tomarse un respiro. “A Sandra nadie me la va devolver, pero sé que este lugar nos va a guiar y a acompañar”, había escrito en una invitación que hizo circular por las redes sociales.
Antes habían llegado desde Perú su mamá y su cuñada. Ahora las tres van juntas para todos lados, y en la vereda de la Casa Sandra Ayala Gamboa saludan afectuosamente a todos los que se les acercan. Rony, el hermano de Sandra, está alejado del grupo. “Estoy nervioso, ansioso, y así no puedo hablar con nadie”, dice.
Entre quienes acompañaron a Nelly están algunos representantes de la Dirección Provincial de Estadísticas, profesionales que trabajarán en las oficinas, familiares, algunos periodistas y militantes de Derechos Humanos.
La apertura
El edificio que lleva el nombre de Casa Sandra Ayala Gamboa tiene una planta baja y un primer piso. Una gran puerta de madera de doble hoja abre paso a otras dos puertas de madera y vidrio. En el interior, luces de un blanco intenso iluminan el espacio. Hay un escritorio en la recepción y boxes donde trabajan los empleados de la Dirección Provincial de Estadísticas del ministerio de Economía.
Al entrar, a la derecha, está el área de Consulta y Orientación a víctimas de violencia de género. Unos cuadros con dibujos de flores, otro con la foto de Sandra que Nelly lleva colgando en su pecho, y un último que dice “Ni Una Menos” en colores pasteles, adornan y dan calidez a una pequeña sala de espera.
—Quedó hermoso el mural de la oficina —comenta por teléfono una chica, con un pañuelo verde colgando de su mochila.
En la pared del fondo de la oficina principal hay un mural con una imagen de Sandra, junto a un texto que explica brevemente cómo fue su vida breve. En unas letras grandes está escrito: “Sandra vive en cada unx de nosotrxs”.
El viaje
Sandra llegó desde Perú a fines de 2006. Tenía 21 años y un historial académico brillante. A los 15 había terminado la secundaria y se había puesto a estudiar enfermería. Rony, su hermano, cuenta que él y su madre tenían los brazos agujereados de tanto prestarse para que Sandra hiciera sus prácticas con jeringas.
Después de terminar la carrera de enfermería, Sandra deseaba estudiar medicina, pero era difícil costear los gastos de educación en su país y ya había rendido dos veces sin éxito el examen de admisión en las universidades de Villareal y San Marcos.
En agosto de 2006, Sandra salió a bailar y conoció a Augusto Jesús Díaz Minaya, con quien se puso de novia y con el que dos meses después viajaría a Argentina a estudiar medicina en la Universidad Nacional de La Plata. Prometió regresar si las cosas no iban bien o volver a buscar a su madre y a su hermano si todo salía como lo planeaba.
Ya en La Plata, Sandra se instaló en una pensión por la zona de Plaza Italia. El 18 de febrero de 2007 Sandra se iba a volver a Perú, desde la terminal de ómnibus de Retiro, donde la esperaban unos tíos. Nunca llegó.
Walter Silva De la Cruz, un peruano de 38 años que vivía en la misma pensión, le entregó a Sandra un papel con la dirección. Allí la esperaba un hombre que supuestamente hacía entrevistas para contratar a una niñera. Sandra, que buscaba su trabajo, asistió y su presencia quedó registrada en las filmaciones del Banco Columbia.
El crimen y el juicio
En noviembre de 2012, el Tribunal Oral en lo Criminal Nº 5 condenó a prisión perpetua al único acusado por la causa de Sandra, el maestro mayor de obra Diego José Cadícamo, a quien se lo vinculó con ocho casos más de violaciones.
Cadícamo era el desconocido con el que se encontró por la supuesta entrevista de trabajo. El hombre la había citado en un edificio sin numeración en la calle donde funcionaba ARBA. Él abrió con llave. Pero del lugar sólo salió él.
Sandra fue encontrada muerta una semana después, cuando el teniente bombero Marcelo Argañaraz, que realizaba tareas de vigilancia en el ministerio de Economía, sintió un olor putrefacto que identificaría como el de un cuerpo en descomposición.
La justicia determinó que Cadícamo es un violador serial. En una foto del juicio aparece sentado, encorvado y con la expresión de quien espera una penitencia. Por las pericias psiquiátricas se supo que su accionar era de manual: citaba a las mujeres en obras en construcción o las llevaba a terrenos baldíos y allí las violaba. Cuando las cosas se salían de sus planes ejercía grandes niveles de violencia. El perfil de las mujeres es marcado: chicas con rasgos del altiplano, morochas y bajas de estatura.
Con Sandra las cosas se le pusieron complicadas porque ella intentó defenderse con fuerza y la lucha fue descarnada. Terminó con Sandra estrangulada con su propia remera y abandonada en el edificio público.
Que el cuerpo haya sido encontrado en un edificio estatal es lo que llevó a Nelly y a las organizaciones sociales a exigir que se continúe con la pesquisa. Hubo una causa en la que se investigaban las complicidades y el encubrimiento de la Departamental Primera de La Plata, pero ésta fue archivada por el fiscal Fernando Cartasegna, actualmente retirado de la justicia.
Justicia divina
En la apertura de la Casa Sandra Ayala Gamboa, un sacerdote bendice el frente y luego el interior.
—Es para limpiar un poco. Y para agradecer por el amor —dice. E invita a rezar un Padre Nuestro.
De pronto, alguien pide agua y Jesusa se ahoga en un llanto:
—¿Por qué? ¿Por qué te llevaron? —grita.
Después de la bendición, nuevamente en la vereda, Nelly toma el micrófono con sus manos temblorosas para agradecer a los presentes, que la rodean en un semicírculo. Luego lee el siguiente documento:
“La perseverancia, la convicción, hoy dieron sus frutos. Agradezco a Dios y a Sandra que es un ángel para mí, es mi fuerza, mi guía, es todo para mí. Y también les quiero decir que un día como hoy Sandra llegó a este mundo, y está cumpliendo 33 años. Yo ya no la tengo hace 11 años y 7 meses. Duele como el primer día. También agradezco que mi madre esté aquí conmigo. Sandra lo quiso así y fue posible. Ahora para adelante, esto no terminó aquí. Esta lucha continúa. Fue mi promesa, que a Sandra no la iban a olvidar. Nada ni nadie borrará lo que pasó aquí.
A mí, César Melazo, el juez de la causa, me ignoró y eso me dolía, día tras día estuve en esa fiscalía, y me maltrató. Tomás Morán, de la UFI 2, me hizo sentir como si fuera un bicho, pero Dios es grande y existe, por eso están ahí donde están. Fernando Cartasegna me maltrató y eso duele. Pero estoy aquí y estoy haciendo escuchar los gritos de mi hija cuando pidió ayuda. Él trató de encubrir. Todos van a saber cómo y de qué forma me trató. Está bien. Soy extranjera, pero comemos igual, vamos al baño igual. Entonces, ¿cuál es la diferencia? No existe, no hay, ni color, ni ser de otro país, ni negro, blanco, somos iguales.
Gracias a la señora Marta Ramallo que está conmigo acompañándome. Gracias a Rosa Bru que desde un primer momento se acercó a mí, cuando yo estuve acá, porque prácticamente este lugar era mi casa. Vivía en esa puerta. Cuando llegué aquí no tenía ni un peso. No tenía casa. Vivía en la fiscalía, en la Iglesia San Ponciano, en Plaza San Martín. Pero aprendí que hay que salir, que todo cuesta en la vida. Y hoy esta casa lleva el nombre de Sandra. Estoy agradecida a todos. Hoy por hoy mi objetivo es que desde esta casa puedan ayudar a otras mujeres que necesiten, que no se callen, hay que ir a denunciar. La vida es una sola. No al silencio. Basta de impunidad. Ni una menos. Basta.
No queremos que nos arranquen a nuestras hijas nadie más. La justicia tarda, pero llega. La justicia divina es la más pura, porque ahí no hay corrupción, nadie me va a comprar. Y confío en él. Van a caer todos los que le hicieron daño a mi hija, que ingresaron con llave y salieron con llave de este lugar. Y hoy por hoy voy a nombrar a este señor, Alberto Castillo (arquitecto): estoy aquí. Sandra no está sola. Este señor sabe, porque él entró con llave y él tenía las llaves.
Y ahora voy a dedicarle unas palabras a mi hija: Cariño, sabes que te amo, sabes que no nos va a separar nadie. Te siento. Te extraño como tú me extrañas a mí. Te amo con todo mi ser. Los dos, mis hijos, son todo para mí. Te pido donde estés, no estés mal. Yo voy a estar bien. Sé alegre porque yo también lo estoy y lo voy a estar. Feliz cumpleaños, hijita de mi alma. Ahora ayuda a todas las mujeres porque tú no recibiste esa ayuda en su momento. Voy a hacer escuchar tu voz. Sé que no estás muerta. Tú lo dijiste y lo dices siempre. Feliz cumpleaños, cariño. Que la pases bien donde estés, sé que estás bien igual. Espero que tengamos mujeres aquí que digan “yo encontré la solución desde la casa Sandra”.
Luego del discurso el público aplaudió y dos mujeres se acercaron a la Casa Sandra. Pidieron ser escuchadas.
—Me sacaron a mi bebé —dijo una de ellas.
Días antes había sucedido lo mismo con otras mujeres que se acercaron a Nelly contando hechos de violencia. Una relató que el marido la golpeaba con frecuencia; otra, que su esposo no le dejaba ver a sus hijos. Nelly trató de tranquilizarlas y les explicó que el equipo profesional estaba ultimando detalles para atenderlas.
La casa cuenta con la asistencia de psicólogas, abogadas, profesionales de la salud y equipos dedicados a la atención de la niñez. Una de las profesionales, Maia Luna, adelantó a Perycia:
—Como primera medida, vamos a estar haciendo horario corrido de 9 a 16 y luego iremos viendo si lo extendemos. La idea es acomodarnos y empezar a laburar desde adentro, contamos con el apoyo de todos los trabajadores de estadísticas, y eso es algo importante. Al resto de las personas que ocupan el edificio nuestro trabajo no le es indiferente.
Agustina Ayllón, presidenta del Instituto de Género y Diversidad Sexual de la Provincia, explica que la idea de las oficinas es tratar de brindar una respuesta integral de todos los organismos del Estado, “no sólo intervenir donde hay violencia, sino ofrecerles alternativas y soluciones a otras cuestiones, como obtener el DNI, o ver qué planes sociales pueden servirles para la situación que atraviesan”.
El hermano de Sandra, Rony, dice que su mamá está contenta por todo el apoyo recibido. Nelly afirma lo mismo:
—Estoy bien. Ahora hay que seguir trabajando. Voy a venir todos los días acá a las oficinas, hasta que empiece a funcionar con frecuencia.