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Lesa Humanidad

«Es la primera vez que hablo sobre la desaparición de mi padre»

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Florencia Chidíchimo habló este miércoles en el juicio por crímenes de lesa humanidad de Brigada de Investigaciones de San Justo. En un relato estremecedor, contó detalles de la búsqueda de su padre, Ricardo, joven militante peronista que fue secuestrado por la dictadura cuando estaba terminando la carrera de Meteorología. El encuentro con Nilda Eloy y la inquietante historia de su madre. 

«Será justicia Viejo», escribió Florencia en sus redes sociales junto a esta foto.


Por: Julia Molina
Publicada 9/11/18

Una mano agarró la frazada que le habían puesto encima a Cristina del Río.

—Mirame porque soy el que te salvé —le dijo una voz de hombre—. Arriba de la mesa te dejamos las monedas para el colectivo.

Ramos Mejía. 20 de noviembre de 1976.

Cristina no se movió por un largo tiempo. No sabía si al hacerlo habría alguien apuntándole a la cara, esperando a que ella intentara salir para dispararle. Entonces tomó valor y salió. No había nadie, ni su marido, ni el cochecito de su hija de ocho meses. La casa estaba dada vuelta, rota. Agarró las monedas y salió corriendo descalza unas cuatro cuadras, desde Garay y Bolívar hasta Avenida de Mayo y Alsina, donde paró un colectivo. El chofer la vio golpeada, la subió, y la llevó hasta donde vivía la hermana de la mujer.

La noche del 19 no vaticinaba ese desenlace: Cristina del Río y Ricardo Chidíchimo habían dejado a su hija Florencia, de ocho meses, al cuidado de un familiar para ir a un casamiento. Cuando volvieron a su casa, en Garay 319, vieron unos movimientos que los alertó y supieron que debían escapar. Quisieron salir por la puerta de atrás, pero el grupo de tareas ya había entrado; era demasiado tarde. Los separaron en distintos ambientes. A Cristina la golpearon mientras pensaban qué hacer con ella: si se la llevaban o la dejaban. La dejaron. Esa madrugada fue la última vez que vio a Ricardo.

***

Son las 11:04 y el juez Alejandro Esmoris pide que Florencia Chidíchimo pase a dar su testimonio. Una mujer sonriente, de 42 años, pelo largo y castaño, entra a la sala. Tiene una remera rosa, un jean y unos borcegos. Se sienta frente a los jueces que están delante de la bandera argentina, una cruz y un monitor que muestra una habitación de Comodoro Py, donde está sentado el ex secretario de gobierno Juan María Torino, único imputado que presencia, a distancia, el juicio. Atrás de ella la observan una decena de personas.

—Primero quiero pedirles disculpas porque perdí la voz ayer a la noche; no sé qué me pasó. Después lo voy a ver en terapia, pero hoy espero que me puedan escuchar —dice Florencia con voz ronca y cuenta la noche del secuestro.

—Florencia —le pregunta la abogada—. ¿Podrías decir el nombre completo de tu papá? ¿A qué se dedicaba?

—Mi papá se llama…ba Ricardo Darío Chidíchimo y era meteorólogo. Trabajaba en el Servicio Meteorológico Nacional.

Kalín o Riki, como le decían, tenía 27 años cuando lo secuestraron en noviembre de 1976. Había rendido su última materia unos meses antes, en Exactas, donde era representante de la Juventud Universitaria Peronista. Junto con su compañera Cristina, habían empezado su militancia en la Iglesia Tercermundista hasta que ambos se unieron al movimiento peronista –ella en la Juventud Trabajadora Peronista– . En el 75 conoció a Jorge “El Abuelo” Congett –secuestrado en la misma madrugada y víctima en el mismo centro clandestino, la Brigada de Investigaciones de San Justo– y ambos participaron de la creación del Partido Auténtico de La Matanza, el partido político montonero para las elecciones de 1977.

Después de su desaparición, su abuela paterna Nélida “Quita” Chidíchimo presentó dos hábeas corpus a Tribunales, en Talcahuano 550, y recorrió durante años, junto a su esposo y su nuera, comisarías, juzgados, regimientos militares e iglesias. Cristina se unió a la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, luego participó de las marchas de las Madres de Plaza de Mayo, en donde Quita se sumaría después.

—La Iglesia de la Santa Cruz les abrió las puertas —dice Florencia ante la mirada atenta de los jueces—. Una de las veces que fui a la Iglesia de la Santa Cruz con mi mamá, yo era muy chiquita, estaba haciendo mucho lío y mi mamá entonces salió afuera conmigo.

—Qué linda la nena —le dijo Gustavo Niño a Cristina— ¿Tu marido estaba en la joda?

Cristina se asustó y le dijo a su suegra que desconfiaba del joven rubio de ojos claros, que para ella era un infiltrado. Quita le contestó que no, que Gustavo venía de Mar del Plata y que estaba solo porque habían desaparecido a sus hermanos.

Pero meses después se darían cuenta de que Gustavito, como le decían las Madres, era en realidad Alfredo Astiz, cuando entre el 8 y 10 de diciembre de 1977 un grupo de tareas de la ESMA –entre ellos Astiz–, secuestró a doce personas de la Iglesia de la Santa Cruz que fueron arrojadas en los vuelos de la muerte.

—Es muy difícil buscar a alguien que está desaparecido —dice Florencia en el Tribunal Oral Federal N°1 de La Plata sobre la búsqueda de su padre—. Siempre me hablaron con mucho cariño de mi papá, lo describen como un hombre muy noble. Es una pena que lo hayamos perdido. Es una pena haber perdido a tanta gente.

***

En el 2006 fue a recibir el título universitario que su padre no llegó a tramitar: licenciado en Meteorología. Ese día Norita Cortiñas le dijo: “Nena, anda a leer la declaración de Nilda Eloy que ella es la última que vio a tu papá”.

“(…) Un señor… Chichidimo o Chiridimo o de Chichirimo, algo así era el apellido, un apellido Italiano, un señor que era meteorólogo”, se lee sobre lo que dijo Nilda en el juicio de 1999, en el que narra lo que vio en el Centro Clandestino de Detención «El Infierno», como se le llamaba a la Brigada de Investigaciones de Lanús.

En el año 2011, Florencia fue retirar el expediente de su papá a la Comisión Provincial por la Memoria. Ahí vio a una mujer canosa de pelo largo y supo enseguida que era Nilda Eloy. No quiso ir a hablarle porque no sabía si eso le haría mal, si le abriría una herida; desistió. Pero dijo su apellido en voz alta para buscar el expediente y Nilda se dio vuelta.

—¿Cómo?
—Chidíchimo. Soy la hija del meteorólogo. Vos estuviste con él.

A las dos se les llenaron los ojos de lágrimas y se unieron en un abrazo, en silencio.

Hablaron durante una hora y media, paradas. Nilda le contó que estaba en una celda y que su papá estaba en otra, con Hugo Matoso. “Fue muy cuidadosa conmigo”, recuerda ahora Florencia.

—Me dijo algo muy hermoso. Había un chef que cuando tenían hambre, una situación que se repetía todo el tiempo, decía las recetas de cocina. Y que mi papá —llora y hace una pausa—… por una claraboya veía lo poco que podía del día y daba el parte meteorológico. Eran esas cosas que los sacaban del cautiverio, del Infierno. Nilda me dijo: “Tu papá tenía la cabeza afuera”.

Nilda Eloy. Foto Matiad Adhemar

Gracias al relato de Nilda supieron que un grupo de diez personas llegó a El Infierno -un centro de exterminio- luego de ser trasladados desde la Brigada de San Justo: Chidíchimo, Jorge “El Abuelo” Congett, José Rizzo y Gustavo Lafleur, entre otros.

***

—No es lo mismo buscar a un muerto que a un desaparecido. Es perverso, ¿no? Porque quien dijo eso fue Videla. Pero realmente esa figura a nosotros nos ha servido para mantener la lucha. Me parece importante resaltar aquí que fueron secuestrados, torturados y asesinados. Para remarcar la potencia de esto; porque un desaparecido puede estar desaparecido porque se fue a comprar cigarrillos y no volvió más. (…) Pero que desaparezca una persona no es lo mismo que esté muerta y menos si está muerta con alevosía.

Tras una hora de testimonio, Florencia apenas toma agua a pesar de tener la voz rasposa, casi inaudible.

Durante su declaración mantuvo la sonrisa y les pidió a los jueces que condenaran a perpetua a los responsables de la Brigada de Investigaciones de San Justo. A su alrededor un grupo de estudiantes secundarios de La Matanza la miraban fijamente, en silencio.

A su lado Florencia tiene una carpeta repleta de papeles que la ayudan a reforzar y recordar su relato. Entonces saca una ficha que consiguió su mamá por parte de un monseñor. La ficha se creó en la Cámara Federal de Apelaciones de La Plata. Ahí está escrita la fecha del secuestro, el nombre completo de Ricardo, la edad y la dirección. También aparecen dos fechas más. Se lee: “7/3/77 s/n. 4/4/77 C1°: ref. 27: 4 13-4”. Esos números crípticos coinciden con la ficha del Abuelo Congett.

—Quisiera decirles un poema que alguna vez les escribí a mi papá, a mi mamá y a mis abuelos.

Mira a los tres jueces y recita, con un hilo de voz:

Busco y no encuentro.
Busco en el olor a café con leche, en silencio.
Busco en la sonrisa de su hija,
que no es más que la suya.
Busco en los rincones del recuerdo que resisten al olvido,
olvido feroz
que acecha a este mundo,
ciego y cansado.
Busco verdades de otros
porque las mías no las tengo.

Y luego dice sus últimas palabras: «Espero que este tribunal después de 42 años nos ayude en la búsqueda de la justicia. Siempre encontramos las puertas bastantes cerradas. Ésta es la primera vez que me puedo sentar a hablar del secuestro, desaparición, tortura y homicidio de mi padre. Espero que haya dicho todo lo necesario como para que se haga justicia».

Florencia se retira de la sala con el sonido de los aplausos que la despidieron durante 30 segundos.