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Crónicas de la Justicia

La lenta agonía del maestro electrocutado

Hace un año, casi se muere por una descarga eléctrica en el aula. Aquella vez, el docente Fernado Tosetti contó en exclusiva a Perycia cómo fueron las horas en las que sobrevivió a un accidente tras correr un mueble de un aula. Hoy, padece los efectos traumáticos del hecho, atrapado entre la dramática crisis edilicia escolar, la burocracia de la ART, las dificultades para volver al trabajo y secuelas imborrables en su cuerpo.

Por: Nicolás Martínez
Foto: Nico Freda
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Publicada 10/06/19

Un día cualquiera se levanta, desayuna, hace las cosas de rutina. Se prepara. Y sale de su casa.

Como cualquier día. Como todos los días.

Hasta que, horas después, vuelve a levantarse una vez más, pero no de su cama. Abre apenas los ojos y siente frío. Hay médicos que lo observan, cables por todo su cuerpo.

Entonces se pregunta, ¿qué hago en un hospital? ¿No debería estar en la escuela?

De los posibles hechos que un maestro siente que pueden ocurrir en el aula, tal vez jamás imagine una mano chupada por un enchufe.

Y, menos aún, que el protagonista sea él mismo.

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Fernando Tosetti, de 45 años, se electrocutó en la Escuela Especial N° 516 de Melchor Romero el 13 de agosto de 2018 cuando se preparaba para dar el Taller de Huerta y Granja. Era un día soleado y había decidido trabajar en el patio. Mientras organizaba la clase, aún dentro del aula, corrió un mueble y un enchufe le chupó la mano.

La descarga lo arrojó tres metros para atrás, quemó por dentro su brazo y pierna derecha. Se lastimaron sus ojos, encías y dientes. Su sistema nervioso se paralizó por dos segundos y en estado de shock lo internaron en el Hospital Italiano de La Plata. Un medio platense y otro nacional lo dieron por muerto el día del accidente. Conocidos suyos vieron la falsa noticia y se dirigieron a la clínica imaginando lo peor.

Todavía no pudo volver a trabajar. Quiso hacerlo en marzo, cuando asistió a una reunión previa al inicio del ciclo lectivo, pero las secuelas psicológicas, como la fobia a la electricidad y los ataques de pánico, se lo impidieron.

Hace unas semanas, a casi un año del hecho, recibió a Perycia  en su casa del barrio Villa Progreso de Berisso. Habló del accidente, de su vocación por la Educación Especial, del tiempo que lleva sin trabajar.

-Esto me descolocó la vida – dijo, entre lágrimas.

Es que Fernando, técnico agrónomo de profesión, trabajó durante catorce en escuelas especiales, en las que la desidia del Estado es enorme. Allí, dice, no hay inversión en infraestructura y es la propia comunidad educativa la que realiza cotidianamente el mantenimiento. “Son muy precarias”, admitió Tosetti, y recordó que un día cayó un árbol sobre un aula de chapa. No terminó en tragedia porque sucedió un fin de semana.

El accidente le dejó secuelas imborrables. Durante los cinco meses siguientes tuvo que medicarse para dormir debido a las recurrentes pesadillas.

-No quería enchufar ni el celular -graficó.

Cuando pasaron esos meses comenzaron las idas y vueltas con la Aseguradora de Riesgos de Trabajo (ART). Le dieron el alta en enero, pero hasta la actualidad pelea por el reconocimiento de los daños físicos y psicológicos que la descarga eléctrica le provocó.

Recuerda que, por las lesiones en el ojo, los días posteriores al accidente “veía poco y nada” producto de una inflamación en las retinas. Una oftalmóloga de la ART le dio un diagnóstico que hoy sigue causando risas en Fernando: “Tenés conjuntivitis”, le dijo. Tosetti explicó que esas maniobras dilatorias del organismo provincial tienen como objetivo no reconocer el total de las reparaciones económicas tras los accidentes laborales.

-Se van a hacer los boludos con lo físico y van a cubrir la parte psicológica -adelantó.

Durante esos trámites remarcó la importancia del acompañamiento del dirigente sindical Roberto Baradel y SUTEBA, el gremio que lidera.

                                                                                  
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Fernando Tosetti recibió  Perycia en el barrio de Villa Progreso, en Berisso

Fernando vive en Berisso junto a su compañera Laura Soto, de 42 años, y sus dos hijos: Tomás, de 14, y María Catalina, de 8. Mientras convidaba unos mates con facturas y contaba sus idas y vueltas con la ART, María Catalina llegó al comedor bajando la escalera con cara de dormida. Era sábado y pudo dormir hasta media mañana. Se sentó en el sillón ubicado al costado de la mesa y sólo volteó su cabeza cuando vio a su papá llorar.

El barrio Villa Progreso está conformado por casi 150 viviendas de un plan habitacional iniciado por la gestión del anterior intendente Enrique Slezack y terminado en diciembre de 2018 por el gobierno de Jorge Nedela. Las casas son pequeños duplex con una habitación, un baño, una cocina y un comedor en la planta baja. Allí, durante la charla, un televisor transmitía las recientes repercusiones del anuncio de la fórmula presidencial Alberto Fernández – Cristina Fernández de Kirchner.

Fue inevitable hacer referencia a la noticia política del día. Reconoció que lo ilusiona la nueva fórmula, pero también admitió que el problema de la infraestructura escolar viene desde hace muchos años y que se acentuó con el actual gobierno.

La ART le dio el alta enero, luego de entrar en licencia a partir del mismo día del accidente. “Estaba loco por volver a trabajar”, dijo, pero la experiencia de la vuelta a la Escuela 516 en marzo lo hizo retroceder.

Al llegar vio que “habían tirado todo abajo”, en referencia a todas las aulas de chapa. Sólo quedaron en pie las de material. Mientras entraba, después de ocho meses de aquel accidente, se encontró con una imagen que lo paralizó: detectó cables en el piso, cerca de lugares donde se acumulaba agua. “Me quedé mudo”, contó. Quienes habían sido sus compañeros se acercaron a preguntarle qué le sucedía y si se encontraba bien. Fernando había entrado en un ataque de pánico al ver en la Escuela “un lugar desconocido” pero no por eso más seguro.

-Tuve que admitir que no estaba listo para volver a clase -continuó.

A partir de ahí, además de las peripecias con la ART, se sumó la frustración de no poder trabajar. “Me siento un ñoqui”, se lamentó.

Mientras estuvo internado recibió llamados del ministro de Educación bonaerense, Gabriel Sánchez Zinny. No lo quería atender. Estaba muy enojado y delegó esas conversaciones en su hermano. Un mes y medio después del accidente mantuvo su primer encuentro, en el que el funcionario le ofreció un trabajo administrativo que el docente rechazó.

En marzo llegaron a un acuerdo. Fernando pidió seguir trabajando en algún establecimiento educativo. Todavía no tiene destino, aunque le prometieron una asesoría docente en una escuela agraria. Por estos días espera el cumplimiento de esa promesa.

Andar en bici, jugar al fútbol con amigos y estar en familia son algunas de las actividades que ayudaron a Fernando a sobrepasar estos meses. Además, tiene una obsesión: la causa Malvinas. En su trabajo de años como docente se cruzó con muchos auxiliares que fueron combatientes, con quienes pudo conversar sobre el tema que lo apasiona desde joven por “los chicos que quedaron allá, el dolor de las familias y lo injusto de quienes se robaron nuestro territorio”.

Suele participar de las actividades del Centro de Ex Combatientes Islas Malvinas (CECIM) y sueña con pisar el suelo donde dejaron la vida centenares de compatriotas.

Fernando trabajó ad honorem en el neuropsiquiátrico de Melchor Romero, enseñó durante 14 años “por vocación” en escuelas especiales, militó en la obra del Padre Cajade y apoya todos los reclamos de los ex combatientes de Malvinas. Sus formas de ganarse la vida llevan la impronta del compromiso social, quizás herencia de su madre, de militancia peronista en Berisso.

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El caso de Fernando tomó relevancia pública en pleno debate por la crisis en infraestructura de la educación bonaerense. El 2 se agosto de 2018, once días antes de su accidente, murieron el auxiliar Rubén Rodríguez y la vicedirectora Sandra Calamano tras una explosión producto de una pérdida de gas en la cocina de la Escuela N° 49 de Moreno.

-Por eso mi caso tuvo repercusión, si no pasaba como si nada-reconoció.

La primera vez que habló con la prensa, a días de su accidente, dijo a Perycia: “¿Nos tenemos que seguir muriendo para que nos escuchen?”.

Fernando pudo constatar que la Escuela donde se electrocutó no estaba en mejores condiciones y los “accidentes” en escuelas bonaerenses continuaron sucediendo, como la explosión de una estufa en otro establecimiento de Moreno y un hecho similar en Carmen de Patagones.

A diez meses de su accidente, atrapado en un laberinto kafkiano, la pregunta de Fernando sigue siendo la misma.