Con el macrismo, retumbaron gritos de «reconciliación», se pusieron en duda los «30 mil» y las prisiones domiciliarias a los represores se hicieron una noticia corriente. Por eso y quizás en defensa propia, muchos de ellos fueron a internet para buscar su lugar de votación y pidieron autorización judicial para poner su sobre en la urna en las últimas PASO del 11 de agosto.
Solo en la justicia federal platense, una docena de represores condenados o procesados pidieron el permiso: Alberto Jorge Crinigan, Juan Antonio Vidal, Saravia Day, Francisco Silvio Manzanares, Jorge Errecaborde, Mario Dante Ercoli, Roberto Omar Grillo, Gustavo Adolfo Cacivio, armando Antonio Calabró, Ismael Ramón Verón, Domingo Luis Madrid y María Mercedes Elichalt.-
Responsables de los peores crímenes, sus rostros son casi desconocidos. Y durante años, a la par de los reclamos de los organismos de Derechos Humanos, un fotógrafo hizo su propio trabajo de detective para encontrarlos.
Se llama Gustavo Molfino. Y su vida parece cinematográfica.
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Dice que empezó a fotografiarlos en los juicios de lesa humanidad, de frente. Veía que en la prensa sólo se conocían las caras de los más conocidos: Miguel Etchecolatz, Alfredo Astiz, Jorge Videla, Leopoldo Galtieri.
-Los rostros de las cúpulas intermedias estaban ocultas. Entonces empecé a enfocarme en hacer retratos y sacarlos del anonimato.
La sangre fría. Ser paciente. Estar cuatro, cinco horas en el asiento trasero de un auto con vidrios polarizados. Incómodo, con el cuerpo doblado en dos y la cámara buscando el mejor ángulo.
Esperar el instante. Y hacer click. Una, dos, tres veces.
A la caza de genocidas.
No son represores. Son genocidas. A Gustavo Molfino le parece importante dejarlo en claro. Trabaja como fotógrafo profesional en el Congreso de la Nación pero el oficio lo descubrió cuando era adolescente.
Sus primeros trabajos no fueron los de un chico que busca su propia foto en un paisaje, en un retrato o en un gesto artístico de rebeldía. No. Gustavo era el que le hacía las fotos carnet a sus compañeros y compañeras de militancia en el exilio. Esas fotos, luego, quedaban estampadas en los pasaportes y en los documentos falsos.
Gustavo Molfino es el menor de seis hermanos nacidos y criados en Chaco. Una familia entera de militantes. Su hermana Marcela militaba en Montoneros; su hermana Alejandra, en el sindicato docente CTERA; y su hermano, Miguel Ángel, en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).
En mayo del ‘76 la dictadura encarceló a Alejandra, que estuvo detenida hasta que se exilió en Francia. Su otra hermana Marcela y su cuñado, Guillermo Amarilla, ambos militantes de Montoneros, eran perseguidos en Argentina y en 1977 también tuvieron que irse al exterior. Fue entonces que Gustavo se fue a España junto a su madre, Noemí Esther Gianetti de Molfino, su hermana y su cuñado.
Y abandonó el secundario para empezar a militar, él también, en Montoneros.
-Me cuesta hacerle fotos a los familiares de las víctimas. En nuestra época no nos hacíamos fotos. Hoy cualquiera hace una foto, pero en aquella época tenías que tener mucha confianza en quien te retrataba.
Gustavo Molfino habla con Perycia y dice que prefiere tomar fotos de los genocidas como un ejercicio de memoria, militancia y política, por fuera del puro narcisismo.
-Ya llevo un álbum considerable de estos tipos, pero quiero armar un archivo grande. Que sean el fiel reflejo de lo que fueron y el lugar en que están hoy.
Algunos genocidas, según Molfino, todavía son «pesados». Y hay momentos en los que siente miedo.
-Uno toma conciencia de lo que está haciendo, se siente mucha adrenalina, pero hay momentos que no podés confiarte. Por más que el genocida sea un señor mayor, tenés a sus familiares y parientes que te la hacen pasar mal.
Si bien trabaja sin ayuda, como un héroe solitario, Gustavo Molfino está en permanente contacto con compañeros y compañeras de organismos de Derechos Humano, con quienes chequea datos.
-La información de dónde puede estar un represor me llega anónima y con mensajes privados. Todo se chequea con abogados de lesa humanidad. A veces hay información errada. Y hay mucho tiempo muerto en el auto. Hay días que me vuelvo a mi casa sin nada.
Molfino dice que, cuando tiene una certeza, deja todo y sale para el objetivo. Como una misión. «Soy consciente que me pierdo fin de semanas familiares, pero para esto no hay días ni horarios. Es entregarse a la causa», cuenta.
Si el genocida burló la prisión domiciliaria y fue a la iglesia o a tomar un café, una sola foto sirve.
Pero si está caminando en la calle, una sola no sirve.
«Hay que seguirlo y esperar que camine por otras calles, o incluso retratarlo otro día con distinta ropa. Es que son hábiles para justificar por qué salen de sus casas, siempre se justifican por algo», dice.
Y luego agrega:
-Soy el único que los fotografía y después va a hacer la denuncia a la justicia. Y para un juzgado, una foto sola no sirve. Tienen que ser varias fotos en distintos momentos, porque ellos presentan enseguida un certificado médico, que salieron a hacerse un chequeo y listo.
Hay un caso que Molfino pone como ejemplo. El del coronel Jorge Gerónimo Capitán, que estaba procesado por delitos de lesa humanidad con prisión domiciliaria.
-Tenía un dato y lo seguí durante seis meses. En realidad, estaba buscando a un genocida y el encargado de un edificio me habló de otro que estaba a la vuelta de la casa que yo buscaba. Y fue entonces que me topé con Gerónimo.
Después de la foto de Gustavo Molfino, la justicia revocó su prisión domiciliaria y el genocida volvió a la cárcel.
Su madre, Noemí Gianetti de Molfino, fue secuestrada en Lima y asesinada en Madrid en 1980, durante un operativo internacional comandado por los agentes del Batallón de Inteligencia 601. Su hermana Marcela y su cuñado Guillermo Amarilla, también fueron secuestrados y desaparecidos. En noviembre de 2009, las Abuelas de Plaza de Mayo dieron a conocer la restitución de la identidad del nieto 98: Martín Amarilla Molfino, el cuarto hijo de Marcela y Guillermo, que nació en el Hospital Militar de Campo de Mayo, ocho meses después del secuestro de su mamá.
Después de la muerte de su madre, Gustavo viajó a Nicaragua, donde participó de la Revolución Sandinista. Desde 1980, es querellante en la causa por el asesinato de Noemí. También forma parte del colectivo de familiares «Juicio Campo de Mayo Causa Contraofensiva», un juicio que empezó el año pasado y donde también es querellante.
-Tengo expectativa con la posible llegada de un nuevo gobierno. Exigiremos que se revisen las domiciliarias. No puede ser que un genocida ya condenado pueda tener permiso para ir a votar. Eso es una tomadura de pelos. El lema «adonde vayan los iremos a buscar» seguirá siendo mi guía.