14/09/2019
Marina Madonia vive en Quilmes, tiene 31 años, un hijo de diez y hace dos semanas que no puede dormir.
El 1 de septiembre, en horas de la madrugada, su ex pareja Sebastián Pauloni Poggi le incendió la casa. La justicia local ordenó su inmediata detención, pero luego el juez Juan José Anglese decidió suspenderla por un planteo de la defensa de “eximición de prisión”.
“Hoy Marina tiene que vivir encerrada y acompañada las 24 horas en viviendas de familiares y amigos con un botón antipático, que está demostrado que no funciona para prevenir. Su vida está en riesgo y el poder judicial sigue mirando para otro lado”, comunicó su abogado Federico Ravina en carácter de urgencia.
Perycia habló en exclusiva con Marina. Ella contó el calvario que sufre en primera persona por el hostigamiento y el constante acoso de su ex, que no acepta la separación y, según ella, “es capaz de cualquier cosa”.
Fue en abril de este año que la mujer resolvió terminar su noviazgo de 5 años con Poggi. Desde allí, él nunca respetó su decisión y empezó a acosarla, apareciéndose en todos los lugares donde concurre, haciendo guardias en su auto cerca de su casa, en su trabajo, en el colegio de su hijo; llamándola por teléfonos que franqueaban sus bloqueos cambiando asiduamente de chip telefónico.
Las palabras de Marina suenan cansadas, en el limbo del desasosiego. Cuenta con detalles lo que fue la relación. “Tuvimos muchos altibajos, había cosas que no toleraba de él, como sus permanentes maltratos psicológicos y verbales. Lo corté varias veces y quería volver. Y entonces le daba una nueva posibilidad y volvíamos”.
Todo llegó un límite insoportable. Tuvo ataques de pánico y taquicardia. “En abril ya sentí que el vínculo era insostenible. Me estaba afectando la salud, las peleas eran más subidas de tono”, dice Marina Madonia en diálogo telefónico con Perycia.
El corte final fue una noche que la agresión llegó a violencia física. Ella tuvo que encerrarse en la habitación varias horas, hasta que él se fue a trabajar. Tenía tanto miedo que cuando pudo salir, agarró sus cosas y dejó para siempre la casa en la que convivían.
En agosto, sin dejar nunca de perseguirla, Poggi viajó a Europa, un viaje que tenía programado desde hacía meses. Desde Europa la bombardeó a mensajes desde chips nuevos que consiguió durante su viaje. A Marina sus amigos le advirtieron que se cuidara, que estaba pronto a volver. Y la persecuta regresó con una escala de violencia.
“Los mensajes siempre eran de amor-odio, del ´me das asco´ al ´soy el amor de tu vida´ -continúa Marina-. Él se aparecía con regalos para mi hijo pero le decía que no quería hablar más con él, que ya le había dejado claro que quería estar sola. Incluso un día fue hasta mi casa, salí y me agarró de un brazo, me obligó a pasar una avenida, no quería subirme a su auto porque le tenía miedo”.
Tras la agresión, pensó en denunciarlo y sus amigos se ofrecieron a acompañarla, pero desistió de la idea. “Mis amigos me decían que no era normal lo que estaba haciendo, pero me daba lástima, estaba muy enamorada. Después me pedía perdón y creía que era un perdón de corazón y que en verdad me amaba. Lo trataba de entender, él era ludópata, intenté ayudarlo, lo llevé a grupos, le presté dinero que nunca me devolvió. Entonces creía que esas reacciones violentas eran porque no estaba pudiendo jugar y lo minimizaba”.
El desastre ocurrió en la madrugada del domingo 1 de septiembre. Marina se había quedado a dormir en lo de una amiga, en Buenos Aires. “Cuando me levanté en la casa de mi amiga, veo que me mandó miles de mensajes –dice Marina-. Había ido a un bar de Quilmes, que es donde nos conocimos, y como no estaba, pensó que me había ido con alguien. Nunca le contesté. Mi mamá vive pegada a mi casa y ella se dio cuenta del incendio. Empezó a sentir explosiones y vibraciones que venían de mi casa. Miró la pared de su comedor y se dio cuenta que se estaba cuarteando. Luego salió y vio las llamas. Mi hermana me llamó y pensé que me había olvidado un caloventor prendido”.
Al llegar la policía notaron que la casa tenía una reja arrancada. Creyeron que se había tratado de un robo. Pero luego notaron un escenario enrarecido, que les despertó dudas. El perro de ella, un cachorro que su ex le había regalado para su cumpleaños cuando ya no estaban juntos, había desaparecido. También la play station de su hijo.
“Un vecino me llamó y me dijo que se puso a revisar su cámara de seguridad. Y ahí vio que mi ex había entrado varias veces a mi casa, en distintos intervalos. Me dijo además que ya lo había visto montando guardia en su auto varias veces en distintos horarios del día. Vimos cómo se llevó el perro y la play station y luego prendió fuego la casa. No lo podía creer”, cuenta, aún con asombro.
La perversión fue tal que incluso tuvo tiempo para mandar un último mensaje, minutos después de incendiar la casa:
-Ya sé que no querés volver conmigo porque estás con otra persona. No me importa. Me humillás pero yo te amo.
Con su abogado Federico Ravina fueron a hacer una denuncia. Dejaron tres domicilios donde podían ubicar a Poggi: su taller mecánico, su departamento y la casa de sus padres. Presentaron en el Juzgado de Garantías Nro. 1 de Quilmes todas las pruebas: sus mensajes de celular, las filmaciones, sus amenazas. La justicia sólo dispuso el allanamiento de su departamento.
“Actuaron mal, tardíamente –analiza ahora Marina-. Mientras todo tardaba, el abogado de él presentó la eximición de prisión, un juez la rechaza, entonces apelan y ahí otro juez se lo acepta. Y ahora con mi abogado apelamos a la Cámara para que revea la eximición de prisión. Queremos que esté detenido por lo que hizo. Por ahora está libre, sabemos que se autointernó en una clínica psiquiátrica para conseguir un informe de salud y hacerse pasar por loco”.
Marina Madonia no pudo regresar a su casa y tampoco está trabajando. Además, se enteró que el hombre tenía antecedentes por hechos similares. Su ex esposa la llamó para solidarizarse y contarle que ella sufrió las mismas persecuciones y que incluso llegó a denunciarlo para pedir una restricción perimetral.
“Es una persona sin límites, puede hacer cualquier cosa. Ni bien salga de la clínica, no sé qué va a hacer, nos tiene asustados. Parece que están esperando que me maten, ni el juez ni el fiscal me dan una respuesta favorable. ¿Van a esperar a que eso suceda?”.
Perycia habló con la Cámara de Apelaciones de Quilmes. Un secretario admitió que el expediente está en proceso de resolución aunque no dio una precisión de la misma. El abogado de Madonia dice que va a interponer un pronto despacho para que la justicia se expida inmediatamente.
Los días de Marina son de un agobio insostenible. Su vida ya no puede esperar más. Como no está yendo a trabajar -tiene un empleo como oficinista de una empresa de emergencias médicas-, el dinero también le está haciendo falta. “Tengo un nene que alimentar, su padre no está presente, y además tengo que hacerme cargo de los arreglos del departamento que alquilo, que se quemó todo. Y mientras tanto pagar el alquiler más allá de que no esté viviendo ahora ahí. No puedo estar sola en la calle, vivo entre casas de amigos y familiares, después del incendio quedamos con lo puesto. Estoy devastada en lo emocional y en lo económico”.
Imputado por tres delitos: «robo agravado por efracción y por escalamiento en concurso real con
incendio y violación de domicilio», Poggi disfruta su libertad, internado en la clínica psiquiátrica de forma voluntaria, lo que le permite abandonar el lugar cuando quiera. Angustiada y aterrada, Marina solo tiene un botón antipánico para acudir ante cualquier amenaza.
Según el último relevamiento del Observatorio de Mumalá (Mujeres de la Matria Latinoamericana), este año en Argentina ya hubo 178 femicidios. El dato, sin contar septiembre, es alarmante: uno cada 32 horas, casi uno por día. Además, el 68 por ciento de esos casos fueron protagonizados por parejas o ex parejas.
El abogado Ravina espera que la Cámara resuelva la semana próxima y el agresor de Marina sea detenido. «Ni siquiera es vigilado con pulsera electrónica, es increíble. La medida de seguridad tiene que recaer sobre él y no sobre ella con el botón antipánico. Ella tiene que estar a salvo, eso es lo que más me preocupa»-