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Lesa Humanidad

Presente, ahora y siempre

La inmensa provocadora de las aulas

La profesora Irma Zucchi dio clases de Historia y dejó su huella en jóvenes como Nilda Eloy, Laura Carlotto y víctimas de La Noche de los Lápices. “Era peligrosa porque hacía pensar… Nos abrió la cabeza”, aseguran sus alumnas y alumnos. En 1976, cuando tenía 57 años, fue secuestrada por la dictadura y continúa desaparecida. A más de 46 años del golpe genocida, La Pulseada publicó el perfil olvidado de la mujer a la que Osvaldo Bayer llamaba “la profesora del optimismo”.

Por: Carlos Sahade
Foto: Gabriela Hernández
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16 de septiembre de 2022 / Publicada en La Pulseada, edición especial 20 años /

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El lunes 19 de septiembre de 1955, con ritmo más lento que de costumbre, caminó las siete cuadras que había entre su casa de Don Bosco 175 y la Escuela Normal Rafael Obligado de San Nicolás en donde daba clases de Historia desde 1948. Siempre hacía el mismo camino: derecho por Ameghino y luego por Lamadrid. Evitaba la calle Roca, como también evitaba Rivadavia y Mitre cuando iba al Nacional Urquiza. Sabía que era una chiquilinada para una persona de 36 años pero lo hacía invariablemente y se reía de su andar militante.

La sonriente Irma a la derecha junto a su mamá y a sus seis hermanos y tres hermanas.

Cuando llegó al colegio el director ya había sacado el cuadro de Perón que estaba en el hall de entrada. Era el primer día de clases después del golpe militar. Irma Ángela Zucchi se detuvo, miró la marca en la pared. Era como una ventana sin salida. Tomó aire, entrecerró los ojos y siguió. En el aula “defendió a Perón y al peronismo en una forma que me conmovió y eso que yo venía de una familia gorila. Fue una de las lecciones de ética mayores que he recibido en mi vida”, recuerda Adela Antokoletz, una de sus alumnas de aquel entonces.

Cuando terminó la clase pasó por Secretaría y se notificó de su cesantía dispuesta por funcionarios de la “Libertadora” y promovida por Monseñor Silvino Martínez, obispo de San Nicolás. También la echaron del Nacional Urquiza.

Irma no fue la única integrante de la familia que padeció esa dictadura. También despidieron a su hermana Ana Teresa, maestra que alfabetizaba obreros en el Club Social de la ciudad. Y su hermano menor, Pedro Juan, geólogo, peronista y empleado de Asuntos Agrarios, sufrió la cárcel en La Plata. 

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La familia Zucchi era singular y muy numerosa. Irma tenía seis hermanos y tres hermanas. Eran doce en total con su madre Mónica Uboldi y su padre Eugenio Zucchi, ambos italianos. Irma, que nació el 4 de febrero de 1919, era la octava hija del matrimonio. Casi todos tenían sobrenombre. Irma era “Porota” o “Tata”.

Eugenio nació en 1865 en una familia que tenía hasta Escudo de Armas y que dispuso que su hermano mayor fuera militar y él, sacerdote. Cuando tenía 4 años lo internaron en un convento del que escapó a los 18. Conoció por primera vez la pobreza y confirmó que la justicia estaba hecha sólo para los poderosos. 

Viajó de polizón a Brasil y de ahí a Buenos Aires donde se casó y empezó a militar en el incipiente anarquismo. Vivió en el barrio de Mataderos hasta que sufrió un atentado que casi le cuesta la vida a Héctor, su segundo hijo, y que determinó que se fuera a vivir con toda su familia a San Nicolás.

El padre de Irma es recordado por sus familiares como una persona muy inteligente, “un bocho”. Sabía varios idiomas y tenía una amplia cultura. Trabajó como constructor y, con la ayuda de sus hijos mayores, se hizo la casa de la calle Don Bosco 175. Según sus parientes, el “Nono Eugenio” llegó a participar de la construcción de la gobernación bonaerense.

La casa de San Nicolás era un chalet que tenía un fondo grande con árboles frutales y una glorieta a la que se trepaba un jazmín lechoso que a Irma le encantaba. Le decían “el jazmín de Porota”. Adentro, un comedor grande era escenario de la pastasciutta de los domingos y de discusiones políticas. La mayoría era peronista, aunque Leonardo, el hijo mayor, recibía una publicación socialista que se esforzaba en ocultar.

La profesora junto a alumnos del Bachillerato de Bellas Artes en el patio del edificio de diagonal 78.

Se confrontaban ideas y se rechazaban mandatos familiares y también sociales. Eran cuatro hermanas y seis hermanos pero sólo cuatro se casaron. Irma era soltera. Además, en una ciudad con pocos habitantes como era San Nicolás a mediados del siglo XX, se sabía que los Zucchi no eran de ir a la Iglesia. Seguramente se consideraban cristianos por el interés que tenían en la política, por la vocación de cambio y por no ser indiferentes al dolor ajeno. 

En 1958 el gobierno de Arturo Frondizi promovió la reincorporación de docentes despedidos por la Libertadora. Irma Zucchi pidió su traslado a La Plata en donde había ido a vivir para acompañar a su hermano menor, Pedro Juan, un tipo sensible y muy solidario que todavía sufría lo que había vivido en la dictadura. En La Plata integró la comisión directiva de la Asociación de Docentes Platenses y dio clases en el Normal Nº1 “Mary O´Graham”, en el turno noche del Normal Nº 2 y en el Bachillerato de Bellas Artes de la UNLP, donde también fue interventora en 1974.

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Irma era delgada, elegante aunque de movimientos impulsivos y desordenados. Fumaba y vestía a la moda pero con estilo propio: falda angosta de colores, siempre por encima de las rodillas y blusas de seda. Zapatos altos y rojos. A veces, negros. Solía decir que “la ropa no es más que un prejuicio” y que “el día que perdamos los prejuicios andaremos todos desnudos”, pero mientras tanto disfrutaba de un tapado blanco de conejo y otro de piel de zorro. “Por qué no puedo usarlos y ser de izquierda si vivo en un país capitalista”, se la escuchaba.

Medía alrededor de 1,65 y se reía de sus piernas largas y un poco chuecas.

Entrecerraba sus ojos, pequeños pero siempre bien pintados, cada vez que quería enfatizar algo. Tenía el pelo corto y claro que dejaban ver sus aros de argolla enormes. Y casi como un tic, se peinaba seguido con sus dedos largos y finos.

Coqueta y juvenil, no le gustaba que le sacaran fotos y falseaba su Libreta Cívica para quitarse 10 años. 

Vivía en un departamento alquilado en el primer piso de diagonal 73 Nº 1654 entre 54 y 55. De allí la secuestraron y desaparecieron el 17 de noviembre de 1976. Irma había elegido esa zona para vivir porque estaba cerca de todos los colegios en donde daba clases. 

Una mañana fría iba por la diagonal hacia Bellas Artes envuelta en un llamativo poncho rojo. Desde un auto que venía por calle 9 le tocaron una bocina breve. El vehículo dobló y empezó a seguirla por la diagonal. Irma aminoró su paso, se acercó al cordón y cuando el auto estuvo a su lado, se dio vuelta y desembozadamente descubrió su rostro. “Se pensó que era una piba y cuando le mostré mi cara, el tipo rajó”, le dijo muerta de risa a una alumna con la que se encontró en 8 y 60.

Llegaba al aula caminando rápido, taconeando fuerte, con un carterón repleto de libros colgando del hombro izquierdo, mientras que con la mano abrazaba más libros y carpetas. Ponía los bancos en círculo “para vernos las caras” y hablaba con una voz ronca que la hacía más seductora todavía.

En el primer día de clases, comenzaba a confrontar con la enseñanza enciclopedista, los datos inútiles y con sus colegas que obligaban a estudiar de la página 20 a la 42 del libro de Ibáñez. “Por favor, olvídense de todo lo que estudiaron en la Primaria porque la historia –enfatizaba– no es una secuencia de reyes, presidentes o generales. A nosotros nos interesan los procesos históricos y detrás de estos procesos hay pueblos y los pueblos están formados por clases sociales. Quien quiera comprender el desarrollo histórico tiene que conocer esos procesos y esas clases”.

Según Osvaldo Bayer, Irma Zucchi “empezaba las clases con la palabra ‘cosmovisión’ y su apasionamiento por los nuevos inventos de la ciencia que hacía abrir la boca a todos de pura curiosidad”. 

Bayer sabía que Irma, “la profesora del optimismo”, como le decía, estaba fascinada con las posibilidades que ofrecía el Carbono 14 para profundizar el estudio de las civilizaciones antiguas y abrir nuevas hipótesis.

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Irma era una profesora diferente y una mujer diferente. Nadie podía dejar de mirarla, de escucharla, de prestarle atención. Tenía magia. Abría puertas y ventanas insospechadas. Sus clases eran como “un viaje al País de las Maravillas”.

Era audaz. Usaba minifaldas cuando la mayoría de sus colegas vestía con traje saco gris, rompía todas las reglas. Hasta se sentaba arriba del escritorio para dar clases. Era una transgresora. Y la mayor transgresión era hacer pensar.

Irma Zucchi con una promoción de bachilleres del Normal 1, en los primeros años de los ’70.

No obligaba. Invitaba a participar, investigar, opinar, debatir, fundamentar. Contagiaba pasión. No permitía ofensas ni burlas porque respetaba y hacía respetar. “Con 14 o 15 años, opinábamos de Marx y de Althusser”. Había adolescentes que escuchaban hablar de Irma y buscaban cambiar de colegio para tenerla como profesora.

Nilda Eloy fue alumna suya. “Gracias por enseñarme a sentir y a pensar, aunque duela”, dejaría escrito en el Bachillerato de Bellas Artes en ocasión de un homenaje que se le hizo.

Irma Zucchi fue docente de muchas de las víctimas de “La noche de los lápices” y en el Normal 1 de Laura Carlotto que empezó a estudiar Historia por la admiración que le producía su forma de enseñar, su manera de cuestionar los hechos y de insistir en la necesidad de comprender y no memorizar. Estela de Carlotto le dijo a La Pulseada que tiene “veneración y respeto” por Irma a quien sólo conoció por los relatos de su hija, luego secuestrada y asesinada por la dictadura.

“Nos enseñó a ser desobedientes y a buscar nuestras propias respuestas. Eso nos sirvió para toda la vida”, aseguró una de sus alumnas, mientras que un compañero agregó: “No sé si me enseñó a pensar, pero sí me enseñó a hablar sin miedo”. Y esa falta de miedo para hablar era llevada a las casas. Adolescentes que antes callaban, ahora cuestionaban, proponían sueños y los defendían. Hubo reacciones de todo tipo pero algunas madres y padres del Normal 1 rechazaron este cambio de actitud y participaron de reuniones para pedir, al menos, explicaciones. 

“La historia es la consecuencia lógica del tiempo en que vivimos”, solía decir Irma. El presente también es historia y ella vivió en una época de mucha intensidad política: la revolución cubana y el Che, el Mayo Francés y el Cordobazo, las movilizaciones contra la guerra de Vietnam y Woodstock, el libro rojo de Mao y los fusilamientos de Trelew, Salvador AllendeCámporaPerón y la juventud movilizada. 

Un día de 1972, antes de que llegara la profesora, un alumno de Bellas Artes escribió con mayúscula en el pizarrón: “PERÓN-EVITA, LA PATRIA SOCIALISTA”. Irma Zucchi entró al aula, miró la consigna pero no dijo nada. Todos esperaban su reacción. Dio la clase como si nada y cuando estaba por terminar, borró el guión y la coma y reemplazó la “E” mayúscula por una “e” minúscula: “PERÓN eVITA LA PATRIA SOCIALISTA”. Salió por el pasillo en medio de aplausos provenientes de la izquierda y de abucheos de alumnos y alumnas peronistas. 

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Como toda docente, iba de un lado a otro con poco tiempo. Cuando se le hacía tarde cortaba camino y pasaba por el pasto y los canteros de la Plaza Moreno. El cuidador hacía sonar su silbato. “¡Io non capisco niente!”, le gritaba ella y aceleraba el paso con sonrisa pícara.

Irma amaba la vida. Le gustaba romper rutinas y sorprender en las formas y en el contenido. “Qué hermoso sol”, decía e invitaba a dar clases en el patio. 

Un día de 1966 en Bellas Artes, pidió que se formaran equipos. Tema: población. En cada mesa puso dos o tres libros de autores como Thomas Robert Malthus Dannis Wrong. Después del trabajo grupal, cada uno expuso sus conclusiones y se produjo un rico debate sobre la alimentación y el hambre en el mundo. Quedaron más preguntas que respuestas. Y la necesidad de pensar y repensar.

No usaba manuales. Nada de bibliografía estándar porque para ella la forma de estudiar era preguntando, investigando y haciéndolo con todas las fuentes para sacar conclusiones propias. Recomendaba leer Scalabrini OrtizJosé María RosaFrantz Fanon, el diario La Opinión, libros de EUDEBA como “Influencia económica británica en el Río de La Plata” de Julio Irazusta

Invitaba a sus alumnos y alumnas a su casa. Les prestaba libros de su enorme biblioteca y charlaban del pensamiento de Teilhard de Chardin y de otros autores.

La Pulseada tuvo acceso a un informe elaborado en octubre de 1968 por la Dirección de Inteligencia de la Policía bonaerense que dice textualmente: “La causante –por Irma Zucchi– ha aconsejado a sus alumnos la lectura de la revista SIGLOMUNDO, ejemplar 6, donde se inserta un artículo titulado América Latina – El fracaso y la esperanza, de neto corte izquierdista”.

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Caricatura realizada por uno de sus alumnos.

Irma Zucchi movía los brazos como aspas para decir que había que tomar en cuenta la cosmovisión de la época, ver el contexto, relacionar los hechos con su génesis, con la ciencia y recalcaba que era “imprescindible mirar los motivos económicos que había detrás de cada conflicto bélico”. Y la vinculación de la historia con el arte era algo fundamental.

“Nos llevó al Museo de Bellas Artes de Buenos Aires y frente a un cuadro de Prilidiano Pueyrredón desarrolló una clase de Historia en la que relacionaba la vestimenta de los personajes con los hechos, las luchas internas, las ideologías. Abarcaba todo y todo se entendía”, explica Pelusa Grau, una de sus alumnas.

A Irma le fascinaba el cine. Recomendaba ir a ver, por ejemplo, Muerte en Venecia de Luchino ViscontiLadrón de bicicletas de Vittorio De Sica y en cierta ocasión llevó a sus estudiantes al Rocha a ver 2001 Odisea del Espacio de Stanley Kubrick. Se indignaba con las películas estadounidenses que denostaban a los indios y que provocaban miedo cuando aparecían con sus plumas en lo alto de un cerro. No había que etiquetar. Eso subrayaba. 

Hablaba de los indios y de los gauchos y rechazaba, en épocas en que se “festejaba” el Día de la Raza, la caracterización de Colón como el primer hombre que llegó a América. Como Manuel Belgrano, defendía a los pueblos originarios.

“La Zucchi”, como le decía un alumno equiparándola con “El Che”, se refería a los próceres como hombres y no como estatuas inalcanzables. Hablaba de Juan Manuel de Rosas, del Chacho Peñaloza y de Juana Azurduy. Y mostraba cómo “el villano” Rosas era más patriota que el “héroe” Bartolomé Mitre.

La Pulseada recibió el testimonio de muchas alumnas y alumnos. Coinciden en decir que les “abrió la cabeza”, y que “sus clases eran una suerte de comunión” donde “circulaba algo verdadero. De algún modo somos sus hijos porque fue una mujer que sembró. Nos hacía pensar, razonar, sacar conclusiones. Y se armaban discusiones a partir de certeras provocaciones”.

Un 17 de agosto le tocó hablar en el acto que se iba a realizar en Bellas Artes. Irma se paró en el centro del escenario, hizo un paneo general con sus ojos y sólo dijo: “Perdón General José de San Martín por no haber sabido levantar la espada de justicia y libertad que usted mantuvo en alto a lo largo de la historia”.

Fragmento del informe de inteligencia de la DIPPBA.

Unos años antes, el 28 de junio de 1966, venía por el pasillo hacia el aula pero no con la alegría de siempre. Traía el rostro desencajado, gesticulaba y hablaba fuerte. Habían derrocado al presidente Arturo Illia. Las dictaduras y los golpes militares fueron los temas de la clase. La alumna que relató este hecho recordó: “Nunca olvidaré esa escena y la resignifiqué cuando Irma fue una de sus víctimas”.

Llevaba a estudiantes al Archivo de la Casa de Gobierno para poder leer manuscritos. Ir a las fuentes, investigar y contextualizar. 

También estaba presente en momentos de esparcimiento. Una vez acompañó a una división del Normal 1 al viaje de fin de curso de Bariloche. A la ida un grupo de chicas se ubicó en el fondo del ómnibus. Habían llevado petacas con alcohol.  “Nos pusimos a filosofar sobre el amor”, recuerda una alumna de la promoción 1971. Creían que Irma iba durmiendo así que se sorprendieron cuando se levantó y fue para el fondo. “Chicas –les dijo– del amor no se habla. Al amor hay que sentirlo».

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Fragmento del informe de inteligencia de la DIPPBA.

La Zucchi solía usar estos conceptos: imperialismo-antiimperialismo; dumpingtrust; monopolios… y se refería a la primera deuda argentina cuando explicaba quién había sido Bernardino Rivadavia. Hablando de la Doctrina Monroe, “América para los americanos”, ella recalcaba “América para los norteamericanos”.

Con Irma se vivía la aventura de aprender a mirar todo desde lugares diferentes. La pasión que ponía en lo que hacía llegaba a la última fibra. Nadie fue igual después de haberla tenido como profesora. 

“Irma Zucchi era todas las frases de Paulo Freire y era peligrosa porque enseñaba a pensar. No es gigante porque ahora la coyuntura política permita su recuerdo. Irma es gigante simplemente porque lo era, porque enseñar a pensar es lo más importante que alguien le puede ofrecer a sus alumnos”, concluyó una de las tantas personas que ayudaron a revivir su vida. 

La tía

“Tata” o “Porota” llevaba a sus sobrinas al cine, al Colón para ver ballet, a disfrutar de Lucía di Lammermoor cuando subió a escena en San Nicolás porque le encantaba la ópera. Le gustaba pasear con ellas por Buenos Aires, ir a museos, comprar especias en El Gato Negro y encontrarse con conocidos como Antonio Berni o Lautaro Murúa

“Los regalos de Tata eran libros. Aunque uno de chico esperaba otra cosa, siempre me regalaba libros”, recuerda Eugenio Zucchi, su sobrino menor. “Me llevaba a la Biblioteca Popular Rafael de Aguiar de San Nicolás a leer las actas de la Asamblea de 1813”, dice Susana Utrera a quien Irma le decía: “Vos nena, ¿qué pensás?”.

La tía Tata con su sobrino Eugenio Zucchi en 1968.

Irma cocinaba muy bien y le gustaba agasajar a sus familiares. Sus sobrinas recuerdan que hacía pollo a la sal, puchero, flan con veinte huevos y “sambayón, un postre tradicional italiano, que era una locura… Mamma mía”, agrega Bibiana Utrera.

También tejía maravillosamente bien y hasta llegó a hacerle un par de boinas a Pipo Pescador. Su sobrina Mariel Zucchi relata la siguiente anécdota: “A mí que no me gustan los colores chillones, me tejió un hermoso pullover gordo, como se usaba entonces, naranja chillón, fosforescente. Por supuesto que me lo ponía porque amaba ese pullover que era brillante como ella”.

Para Mariel, ir al departamento de “Tata” era como entrar “al paraíso” porque era “una fiesta estar con ella”. Y describe esa vivienda de diagonal 73 como pequeña, llena de libros y de dibujos de sus alumnos y alumnas de Bellas Artes que aprovechaban que Irma “tenía una cara muy para caricatura”.

Susana recuerda con orgullo lo que le dijo un ex alumno de Irma con el que se encontró en Venezuela: “Tu tía hacía pensar hasta a los ladrillos”.

El fútbol

El 16 de octubre de 1968 Estudiantes jugaba en Inglaterra la final del mundo con el Manchester United. Unos días antes, Irma Zucchi les dijo a sus alumnas y alumnos de Bellas Artes que el campeón iba a ser el equipo de La Plata, del que era hincha, porque “no se enfrentan dos equipos de fútbol sino dos continentes, dos pulsiones históricas: la de un continente explotador y decrépito contra la sangre nueva de un continente en rebeldía”, recuerda Rodolfo Luna. “Irma –agregó– contagiaba tanta pasión en sus clases que no creo que Verón se hubiese atrevido a desafiar aquella aseveración. Finalmente las brujas existen. Y la justicia histórica, también”.

Las fuentes

Realizar este perfil de Irma Zucchi ha sido posible gracias al testimonio de las sobrinas y sobrino de “Tata” o “Porota”: Mariel Zucchi, Bibiana Utrera, Susana Utrera y Eugenio Zucchi. 

De los siguientes alumnas y alumnos: Margarita Gonzalbez, Rodolfo Luna, María del Carmen Cosentino, Elio Brat, Oscar Trajtenberg, Mónica Gómez Saravia, Pelusa Grau, Nora Zaparart, Teresita Akimenco, María Elena Haramboure, Nilda Mabel Méndez, Fernando Gandolfi, Viviana Barletta, Ana Barletta, María Inés Añón Suárez, Graciela Grillo, Virginia Gonzáles Ramella, Miriam Idone, Marta Galván, Olivia Ruiz, Raúl Bongiorno, Marcela Carri, Alicia Rapaccini, Carlos Alonso, Marcelo Albarracín, Viviana Pichtownikow, Susana Relva, Alicia Lavalle, Analía Núñez, Adriana Centeno, Carmen Romero, Mirta Pérez, Juan Bautista Machado Mellana, Diana Elías, Nélida Favero, Claudia Molinari, Miriam Pellegrino, Marcelo Salvioli, Cecilia Bucher, Daniel Belinche, Mónica Oliva, Lilian Núñez, Dardo Selis, Claudio Boccia, Macarena Gil, Jorge Barreiro, Guillermo Maciel, Graciela Haydee Rivero, Ali Sala, Sara Edith Arechaga.

http://www.robertobaschetti.com/ biografia/z/30.html

Documentos de la DIPPBA en custodia de la Comisión Provincial por la Memoria