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Crónicas de la Justicia

Masacre de San Miguel del Monte

Justicia y verdad: el poder de un pueblo en la calle

A cuatro años de lo que se conoce como la masacre de San Miguel del Monte, después de que doce jurados encontraran culpables a cuatro policías de la Bonaerense —a dos de intento de homicidio y a otros dos de matar a tres niños de 13 y 14 años y a un joven de 22—, junto a Cítrica, recuperamos la voz de referentes locales de derechos humanos, familiares, amigxs y vecinxs de las víctimas. En el momento de la lectura del veredicto, luego de once largas horas de espera en los tribunales de La Plata, se tomaron de las manos y en un semicírculo escucharon juntxs que se hacía realidad aquello por lo que luchan: justicia por lxs pibes a los que mató la policía.

Por: Ana Aliberti
Foto: Agustina Salinas
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El veredicto está programado para las 23.30, pero a las 20.45 avisan que el jurado ya tomó una decisión. Rápido, se agolpan en la escalera la prensa, abogadxs, organizaciones de Derechos Humanos y familiares y suben frenéticamente por la entrada de calle 8 para encontrar un lugar en la pequeña sala A, donde la jueza Carolina Crispiani que dirige el debate leerá lo que los doce integrantes del jurado acordaron.

Susana, la mamá de Gonzalo Domínguez, sube los escalones con dificultad. Lara, que tiene 18, la edad que tendría su hijo, se apura para ayudarla. Ella y una amiga la sostienen de un brazo cada una, el cuerpo de Susana no da más. Lleva once horas de espera, nueve días de juicio, cuatro años de duelo. Sobre la recta final, Lara la mira a los ojos:

—Quedan solo dos escalones, Susana.

Lara recuerda que lo dijo “pensando en todo”: “Estábamos a dos segundos de que se acabara”. Ella esperó la sentencia en la calle, y recuerda cómo la tensión subía desde el asfalto: “Se decidía todo ahí, una lucha de años, cómo íbamos a vivir a partir de ese momento”.

El veredicto encontró culpables de homicidio al capitán Rubén Alberto García y al oficial Leandro Ecilape, agravado por abuso de la función pública y calificado por el uso de armas de fuego, y de tentativa de homicidio a Mariano Ibañez y Manuel Monreal. Sin embargo, hay diecinueve policías más que enfrentarán cargos por encubrimiento agravado, falsedad ideológica de instrumento público, incumplimiento y violación de los deberes de funcionario público, y/o abuso de autoridad. Existe un tercer expediente —también por encubrimiento— contra la ex intendenta Sandra Marcela Mayol, actual presidenta del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) y referente del Frente Renovador, que se intentó archivar; situación que fue apelada por la Comisión Provincial por la Memoria, representante como particular damnificado de algunas de las familias de las víctimas.

La audiencia comenzó a las 10 am. El veredicto estaba programado inicialmente para las 14.30, pero luego se difundió que sería a las 16.30, y cerca del horario se volvió a mover a las 18.30. A las 19, ya se rumoreaba que la espera podría durar toda la madrugada. “En ese momento, empezó a correr un rumor de que el jurado tenía muchas dudas, que nos teníamos que preparar emocionalmente. Si no era la culpabilidad, entonces los casos de encubrimiento también se caían, era esa la desesperación”.

La noche de la Masacre

La masacre de San Miguel del Monte ocurrió en la madrugada del lunes 20 de mayo de 2019, pero la historia comenzó la noche del domingo. Aníbal salió de un asado familiar en lo del tío, manejó a la casa, volvió porque se había olvidado el documento, volvió a salir. En el camino se encontró con Danilo y Gonzalo, que a pesar de la diferencia de edades y de que Aníbal había llegado hacía unos meses nomás de Misiones, se habían hecho amigos. Los invitó a pasear. Cuando pasaron por la plaza, las vieron a Rocío y a Camila. Les dijeron de dar una vuelta en auto, las chicas aceptaron.

Rocío, la única sobreviviente, contó en su testimonio que “de la nada” un patrullero comenzó a perseguirlxs. Aníbal maniobró para escapar: la policía ya le había pedido en otra oportunidad una coima de cuatro mil pesos, algo así como ocho mil pesos de hoy. La persecución duró 3 kilómetros, y terminó con el 147 partido al medio por chocar contra un camión estacionado en la colectora de la ruta 3.

Esa noche, Ecilape y García iban en el patrullero que inició la persecución; y fue este último el que disparó al menos cuatro veces contra el vehículo en el que viajaban lxs adolescentes y el joven de 22 años. A bordo de otro patrullero, Ibañez y Monreal improvisaron un cerrojo. Durante el debate, Monreal reconoció que había disparado sin que estuviera en riesgo su integridad o la de otras personas.

Un pueblo que clama por Justicia

La cuadra de Tribunales está cortada desde las 9 am. Un micro escolar naranja sortea la valla y estaciona. Trae a cuarenta y seis montensxs que hicieron una vaquita para viajar los 101 kilómetros hasta La Plata y asistir este martes a la última jornada del juicio. Otrxs quince arribaron en un una combi, gestionada con la Secretaría de Derechos Humanos de la Provincia.

Cacho Usuna es uno de ellxs. Es albañil y perdió los dos últimos días de laburo para estar presente. Vino con Raúl, titiritero e integrante de la agrupación social Cultura Viva. “El día que sucedió todo —dice Raúl, refiriéndose a la Masacre— volvíamos de un viaje. Recuerdo que Cacho dijo: ‘tenemos que salir a hacer algo’”. Hicieron una vaquita con un grupo de vecinxs y compraron los bombos para formar lo que ahora en el pueblo llaman “la murga”, pero que ellos aclaran: “Tocamos solamente en las marchas, para reclamar justicia por lxs pibxs”.

Cacho cuenta que él estuvo desde el primer momento, también por una cuestión de cercanía. Vive a media cuadra de la casa de Danilo y cuando le llegó la noticia del “choque”, se acercó a ver en qué podía ayudar. De a poco, el rumor del pueblo comenzó a desconfiar de la versión oficial, todo el mundo hablaba de que había “algo más” pero nadie sabía bien qué era.

“Nos empezamos a juntar, y lo que se nos ocurrió para que tuviera trascendencia es cortar la ruta. Pero cuando marchamos a la comisaría a pedir explicaciones, nos recibieron con disparos, de manera salvaje. Lo nuestro siempre fue un pedido de justicia, nos fuimos juntando cada viernes, le fuimos agregando propuestas culturales, olla popular, cosas que fueron surgiendo, no teníamos nada planificado”, cuenta. Eso fue lo que se denominó la pueblada”.

“Muchas veces se dice ‘pueblo chico, infierno grande’, reflexiona Clara. Es montense y tiene 23, pero vive desde los 18 en La Plata. “Algo de esa cultura de que la información circule y pase por boca de todos, sirvió. Alguien escuchó las balas, otro fue a buscar los casquillos, otro pudo contar lo de las cámaras”, dice a este medio. Y explica también que Monte es un pueblo ideológicamente dividido, “con mucha grieta, pero por primera vez y por un hecho tan doloroso, nos unimos. Como compañerxs, como mostensxs, como personas que queremos justicia”.

Lxs pibxs: un antes y un después

Bruno y Simón faltaron al colegio para poder estar en las últimas dos jornadas del juicio. Tienen 13 y 14, las edades de los chicxs al morir. Después de lo que pasó, a Bruno no le gusta mucho la policía, “no me siento seguro. Antes de esto no me podía imaginar nada malo”. Cuentan a este medio que después de la masacre todxs lxs pibxs comenzaron a juntarse en la plaza. La policía los echaba, ellos volvían. Algunos se tiraban unos freestyle, algunos andaban un rato en skate, pero la mayoría solo pasaba el rato. Era una forma de estar juntos.

Lara también estuvo en esa plaza. Cuenta que la tragedia marcó un antes y un después en la vida de todxs lxs chicxs del pueblo. “De pronto la muerte era algo cercano, algo que te podía pasar. Eso nos quebró como generación, tener que enfrentarnos a un duelo colectivo que no tendríamos que haber vivido”.

El curso al que asistían Gonzalo, Danilo, Camila y Rocío no pudo volver ese lunes a un aula con cuatro sillas vacías, el colegio los cambió de salón. “Nadie quería sentarse porque sabíamos que esas sillas les pertenecían a ellxs”, dice Lara.

Soltar la espera

Juan Carlos se acerca al micrófono y pide que por favor paren con los bombos, que hay otro juicio al lado, “hay que respetar”. Una vecina de Monte que toma mate en el cordón de la vereda le responde en broma: “que se apuren, entonces”.

— Bueno, pero la justicia es lenta.

Juan Carlos es el papá de Danilo, uno de los cuatro adolescentes que murieron en la masacre. Él y Gladys, su compañera afectiva, se despertaron a las 5 de la madrugada para estar en la última audiencia del juicio. Se despertaron, enfatiza Gladys, es una forma de decir: “no pegaron un ojo” en toda la noche.

Juan Carlos se deja caer en el cordón de la vereda, es la primera vez que se sienta en las siete horas que lleva de espera. Se pasa la mano por el pecho, “me duele acá”, indica. Cuando levanta la vista, una mujer le pregunta si necesita algo. Lxs familiares de los chicos están siempre acompañadxs, alguien les alcanza un mate, les pregunta si comieron. El pueblo de Monte nunca —nunca— lxs dejó solxs.

Nazareno es el mayor de los hermanos de Danilo. Tiene 21 años y cuenta que está en La Plata desde el comienzo del juicio. “Ahora estoy acompañando desde la calle —dice mientras ajusta el bombo con el que luego marcharán la vuelta a la manzana— prefiero estar acá afuera, con mis amigos”. Dice que a medida que avanza el juicio, se va tornando más difícil para él “revivir todo”. “El pueblo vino a acompañar. Un día sí, un día no, se van turnando, pero que estén acá nos alivia, sentimos ese apoyo”.

Con respecto al veredicto, dice que un fallo favorable significa “libertad para soltar la espera”. “Por más que vayan presos los años que vayan, a mi hermano no me lo van a devolver. Pero es un poco de alivio para la familia, para dejar de esperar”. Dice que estos días pensó mucho en Danilo. Parte de las pruebas que se expusieron en el juicio son los videos previos a la persecución, lxs chicxs van paseando en el auto contentos, riéndose. “Me alivió un poco pensar que a pesar de lo que le pasó, ese día mi hermano estuvo feliz”.

***

El festejo, si se puede llamar así, duró hasta pasada la madrugada. Lara se quedó todo lo que pudo, cuando ya no le daba más el cuerpo saludó unx por unx y se despidió, hasta el sábado. Se cumplirán cuatro años de la Masacre y como todos los 20 de mayo el pueblo organiza una jornada cultural en conmemoración, con música en vivo y olla popular. “Se va a vivir un clima muy distinto, estoy esperando poder bailar con la gente, celebrarlo de alguna manera. No van a faltar las lágrimas, pero estas van a tener otro sabor. Seremos un pueblo que baila festejando que por fin lxs chicxs descansan en paz”.