social social social social social
Lesa Humanidad

Testimonio

La tripulante que voló con los pilotos de la muerte

Florencia Guzzetti trabajó como auxiliar de a bordo e instructora de vuelo en Aerolíneas Argentinas, donde dos pilotos acusados de arrojar personas al mar durante la última dictadura se camuflaron hasta 2011. Cuenta que sintió «horror» cuando se enteró y habla de su participación en Destino Final, el proyecto de investigación y fotoperiodismo que muestra los aviones usados para esos crímenes, y también a las víctimas y sus familiares.

Por: Javier Andrada
Foto: Prensa Destino Final, Giancarlo Ceraudo
imagen destacada

Los recuerdos llevan a Florencia Guzzetti a un momento clave en su vida, cuando renunció a Aerolíneas Argentinas y se fue a vivir a España. Al inicio de la década de 2010, se desempeñaba como jefa de cabina en otra compañía, y decidió volver al país para ver a su familia. «Estaba con licencia por maternidad, embarazada de cinco meses, y vuelo en Aerolíneas. Por protocolo y amistad, fui a saludar a la tripulación y el piloto era Enrique De Saint Georges. Me saludó amable, como siempre, me felicitó y me consiguió un lugar en Business para que viajara más cómoda. El vuelo fue normal, cuando llegamos a Ezeiza nos despedimos, me tocó la panza, me deseó suerte y nos fuimos cada uno por su lado. A los pocos días, me enteré por una publicación del diario Página/12 que lo habían detenido a él y a Mario Arrú, acusados de formar parte de los vuelos de la muerte». 

En 1995, el excapitán de la Armada Adolfo Scilingo habló sobre las víctimas de la dictadura que habían sido arrojadas al Río de la Plata y al Mar Argentino y eso supuso una fisura del pacto de silencio de los represores. Scilingo le contó al periodista Horacio Verbitsky que entre 1976 y 1978 se arrojaron entre 1.500 y 2.000 personas al mar; cada miércoles subían a los aviones entre 15 y 20 detenidos que provenían de distintos Centros Clandestinos de Detención, entre ellos El Campito (Campo de Mayo), la ESMA y El Olimpo. El represor reconoció que llegaron a volar hasta dos veces por semana —con la rotación de los oficiales de la Armada para generar una suerte de “comunión»— y que él mismo participó de dos operaciones en las que quitó la vida a 30 personas. 

Autorretrato F.G.

Tras la detención de los pilotos

—Para mí, ese fue un momento de mucha angustia y de mil preguntas. ¿Cómo no me di cuenta?, ¿cómo no se sabía nada? la sensación fue de horror. Ese vuelo (en el que Florencia regresó a Argentina para ver a su familia) fue el último de De Saint Georges

Por orden del juez Federal Sergio Torres y en el marco de la Megacausa ESMA 3, en mayo de 2011 fueron detenidos Arrú, De Saint Georges y Alejandro D’Agostino, un piloto que ya estaba jubilado. Tras cinco años de audiencias, en noviembre de 2017 Arrú y D’Agostino fueron condenados a cadena perpetua. 

De Saint Georges murió en la cárcel por una enfermedad nueve meses antes. “Niego totalmente las imputaciones que se me hacen”, había dicho en su declaración ante el tribunal. 

Entre sus víctimas están las Madres de Plaza de Mayo que se reunían en la Iglesia de la Santa Cruz y las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet, que realizaban trabajo social en las barriadas populares y junto a las Ligas Agrarias en la provincia de Corrientes, secuestradas por el Grupo de Tareas que comandaba Alfredo Astiz.

Camuflados en la aerolínea de bandera

La última vez que Florencia vió a De Saint Georges tenía 35 años. El piloto superaba los 60. Ella había empezado a volar en Aerolíneas Argentinas en 1998, a los 22 años. Trabajó como auxiliar de a bordo e instructora de vuelo y se quedó hasta 2004. De Saint Georges y Mario Arrú eran sus compañeros en ese entonces. 

“Eran personas cercanas, correctas, de trato cordial y amable. De Saint Georges era muy divertido y Arrú más retraído y serio.” Durante los años que compartieron en la aerolínea no sospechó nada. Entonces era común que trabajaran pilotos que habían pasado por la Prefectura, el Ejército o la Marina; las prácticas militares estaban naturalizadas en la aviación, las jerarquías, los saludos. Transcurridos más de 30 años de democracia nadie preguntaba nada, se desconocía que la aviación comercial se había transformado en el lugar de reciclaje de los represores.

Contra el negacionismo

Florencia Guzzetti ahora es fotoperiodista y vive en la Costa Atlántica. Y coordinó la exposición de Destino Final, el proyecto de investigación y fotoperiodismo de Giancarlo Ceraudo que se exhibió entre junio y julio en el Centro Cultural Kirchner y que en un futuro va a recorrer el país. Se trata de más de 90 fotografías de los aviones utilizados en los vuelos de la muerte, de las víctimas y sus familiares, y de la tarea de los antropólogos forenses que colmaron tres salas del ex edificio de Correos. Gracias a este ensayo fotográfico se logró dar con el paradero de cinco aeronaves utilizadas en el exterminio. 

En el último año, Florencia participó del armado y búsqueda de materiales con la curadora Arianna Rinaldo. El trabajo de investigación de Ceraudo junto a Miriam Lewin, sobreviviente del genocidio, empezó 20 años antes. 

Florencia conoció al fotógrafo italiano a través de su amigo y también fotógrafo, Pablo Piovano. Ceraudo, desde que llegó a la Argentina, estuvo obsesionado por dilucidar lo más oscuro de la historia reciente por medio de los objetos y de testimonios de personas que tuvieron cercanía con los responsables de los crímenes. 

Para Florencia la experiencia fue traumática por la historia militante de su padre, «y por todo lo que nos atraviesa como sociedad, eso me llevó a pensar que tal vez había más pilotos involucrados en la compañía pero solamente se logró llegar a estos dos porque aún no se desclasificaron los archivos de la dictadura».

«Giancarlo me presentó a Miriam Lewin, que estaba terminando su libro. Y ahora trabajamos para que Destino Final siga haciendo visible la historia, hoy más que nunca, en un momento de tanto negacionismo y odio es fundamental que la tengamos presente». 

Skyvan. Aviones, Pilotos y Archivos Secretos, el libro de investigación de Lewin, narra la suerte que corrieron las víctimas de los vuelos de la muerte, y la identificación y condena de los represores que utilizaron esta metodología para no dejar huellas del genocidio.  Localizado en Estados Unidos, después de tres décadas, este año el Skyvan PA 51 fue trasladado a la Argentina

La nave, identificada en 2010 y que ya fue empleada como prueba en la megacausa ESMA, permanecerá en el Espacio Memoria y Derechos Humanos, donde funciona el Museo Sitio de Memoria, conocido como la Ex ESMA. Y servirá como aporte para la construcción de la memoria sobre el terrorismo de Estado.

Desde la lente del fotógrafo italiano

Consultado por Perycia, Giancarlo Ceraudo resalta que la investigación fue algo que se armó a lo largo del tiempo. «Mi papá me llevaba a ver los aviones, tenía un amigo que era piloto, entonces íbamos a sobrevolar Roma. En esa época se jugaba el Mundial 78 y a mi —aunque era chiquito— me dejaban ver los partidos de madrugada, el nombre de Argentina estaba ahí…son todas cosas que encontré después». 

Años más tarde, comenzó a interesarse por la historia de América Latina y en 1993 vino a la Argentina, a recorrer el sur.  En 2001 cubrió para un diario italiano el estallido social que terminó con el gobierno de Fernando De la Rúa

Ceraudo asegura que su vínculo con lo inanimado es natural: «yo nací en Roma y la relación con los objetos es distinta a la que tienen acá. Veía el Coliseo y pensaba que esas piedras habían visto todo y me iban a sobrevivir». Como los arqueólogos, que trabajan con los objetos para reconstruir la historia de una civilización, Ceraudo buscó en los aviones de los vuelos de la muerte la parte de la historia oculta, las pruebas del exterminio. 

«La dictadura es una herida abierta, llegás al país y encontrás que está sobre la piel de la gente. Era 2004, todavía estaban vigentes las leyes de impunidad, y me contacté con las Madres, recorrí los centros de detención. Cuando ví Garage Olimpo quedé impactado, en el final de la película un avión abre la panza para tirar a la gente. Los vuelos de la muerte habían llegado a Europa como una forma de exterminio terrible». 

Para el fotógrafo investigar fue posible «cuando se derogan las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, aparecen otras posibilidades. Al principio fue difícil porque nadie me prestaba atención. Necesitaba alguien que pudiera darme una mano, alguien que hubiera sobrevivido a la tragedia, y fue ahí que me pasaron con Miriam Lewin». 

La periodista —detenida desaparecida en la ESMA durante la dictadura— primero fue reticente. Giancarlo cuenta que lo miró con desconfianza, un poco molesta, porque no creía que los aviones fueran importantes, pero después decidió ayudarlo con la investigación, que duró casi 20 años y en la que hallaron en Fort Lauderdale, Estados Unidos, las planillas de vuelo, la prueba más importante de los crímenes. 

Destino Final resume la crueldad más extrema, el sadismo de los victimarios ante personas indefensas. La participación de todos los oficiales fue una forma de sellar el pacto de silencio, para que nadie pudiera decir que no sabía lo que estaba pasando. El mismo Scilingo contó que en uno de esos vuelos él mismo estuvo a punto de caer al vacío cuando una víctima, a la que no le había hecho efecto la inyección para dormirla, en su desesperación lo agarró de una pierna. Como en los campos de concentración del nazismo, mientras uno o dos oficiales le quitaban la vida a un prisionero, el resto —si bien no participaba— miraba sin impedirlo. Ese pacto nunca pudo romperse. Transcurrieron más de 40 años de aquel abismo y ningún represor lo quebró. 

EN SU MEMORIA

El secuestro de las religiosas Alice Domont y Léonie Duquet motivó un pedido de explicaciones del gobierno francés a la dictadura argentina en 1978. Los represores de la Armada, para desviar la atención, obligaron a las monjas a escribir una carta a sus familiares simulando haber sido capturadas por Montoneros.
El montaje incluía la supuesta condición de que sólo verían la luz del sol si el gobierno de Jorge Rafael Videla liberaba a 21 presos políticos. En Callar sería cobarde, el periodista francés Frédéric Santangelo relata que «la lista de personas a soltar supuestamente debía tener nombres de militantes montoneros, pero eran campesinos de las Ligas Agrarias. Alice puso los nombres de sus amigos para mandar una señal». Las fotografiaron con una bandera de la organización guerrillera detrás.



La fake news fue publicada por medios locales y extranjeros el 14 de diciembre de 1977, el mismo día que eran arrojadas al mar junto a otras diez personas, entre ellas las Madres de Plaza de Mayo Azucena Villaflor, Mary Ponce de Bianco y Esther Ballestrino de Careaga, también secuestradas en el operativo de la Iglesia de la Santa Cruz después de que el Capitán Alfredo Astiz (alias Gustavo Niño) se infiltrara haciéndose pasar por familiar de un desaparecido.