De Fernando Justo Barrientos, 64 años, empleado ocasional de eventos gastronómicos, solo hay palabras de elogio en la pensión de Olavarría 1621 de Barracas. “Un hombre extraordinario”, lo define su vecino de piso Miguel, jubilado y exintegrante de una fuerza de seguridad. Una tarde, cuenta Miguel, él había sufrido una descompensación severa por falta de azúcar, mientras se encontraba solo en su cuarto.
Barrientos escuchó su pedido de ayuda y entró a la habitación. Le hizo maniobras de RCP y se quedó con él hasta que llegaron los médicos. “Muy solidario”, agrega Miguel. José, vecino de planta baja, destaca su manera de hablar: “catedrático”. Lector empedernido, a Barrientos se lo veía siempre con un libro en la pensión. Julio Cortázar, vuelve Miguel, era uno de sus escritores favoritos. No tenía televisión, así que cuando la lectura lo agobiaba prendía la radio y escuchaba programas deportivos. Hincha de Boca Jrs., y con el estadio de La Bombonera a diez cuadras, es posible imaginar la figura parca de Barrientos caminando entre los turistas de La Boca. Con siete años viviendo en la pensión, la única compañía que se le conocía era su gato blanco Ñato.
“Contaba que había tenido una pareja, pero se había separado porque ella tenía problemas con el juego. Decía que era ludópata”, explica Miguel. El vecino recuerda sólo a una mujer por la cual él le confesó una profunda admiración: la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner. “Es fanático de ella”, dice Miguel. “La defendía siempre. Yo soy del otro bando y a veces discutíamos amistosamente”. Con un hermano en Salta que no ve hace años, la vida de Barrientos podría parecerse a la de muchos que viven en el cuarto de una pensión porteña del sur de la ciudad: intensamente solitaria y reservada. Pero había algo que a Barrientos sí lo perturbaba y lo hacía público: sus vecinas de al lado. Dos parejas de mujeres que habían llegado hacía unos siete meses: Mercedes Roxana Figueroa, de 55 años, Pamela Cobas, de 54, Sofía Castro, de 50, y Andrea Amarante de 43. “Ellas hacían mucho barullo de noche y a Fernando le molestaba”, cuenta Miguel. “A ver, a todos nos molestaba. Pero de ahí a hacer lo que hizo, es una locura”.
A veces, cuentan los vecinos, Barrientos salía de su cuarto y se prendía un cigarrillo, mientras miraba fijamente a la habitación de las chicas, a tan solo unos metros de la suya. “Es inaguantable esto”, rezongaba el empleado gastronómico y volvía a su cama con su gato Ñato. El domingo 5 de mayo dormirían juntos por última vez.
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A la primera que vio salir del cuarto raleada en llamas fue a Pamela. Después a Roxana. “Entré para ver si quedaba alguna, pero ya habían salido todas”, recuerda Miguel sobre la madrugada del lunes 6 de mayo, cuando Barrientos entró al cuarto de las chicas y, aparentemente, arrojó una bomba molotov que incendió por completo la habitación con las parejas adentro. “Me quemé toda la planta del pie cuando entré a ver si todavía había alguna. Pero ya habían salido”, cuenta Miguel, mientras se saca un zapato y muestra las ampollas de quemadura. Las víctimas corrieron hacia la ducha de su piso, atravesando un pasillo angosto de cerámica. Barrientos subió un piso más por las escaleras, a la terraza del edificio. Allí, entre el tendedero de ropa limpia y otras habitaciones de pensionistas, con una vista panorámica del barrio, se autolesionó el cuello con una pequeña sierra en lo que sería ─hasta el momento─ un intento de suicidio.
Pamela fallecería el martes a causa de sus graves heridas. Mercedes, su pareja, lo haría el miércoles. Al cierre de esta crónica, Andrea Amarante continúa internada en estado crítico, mientras que Sofía Castro se recupera favorablemente en el Hospital de Quemado de la ciudad. Barrientos sobrevivió a su supuesto intentó de suicidio y hoy está detenido, acusado de homicidio y lesiones graves. Nadie habló con él, pero es probable que le tranquilice saber que Ñato duerme en su habitación y lo cuida su vecino, Miguel.
El fuego que arrasa
El olor a quemado en el segundo piso de la pensión de Barracas permanece. La luz de la tarde entra rauda por la claraboya y le da un tono fantasmagórico al espacio, vetusto y detenido el tiempo, como si en una de las puertas de las habitaciones estuviera Roberto Arlt teselando una “aguafuerte”. Es un jueves de mayo, tres días después del ataque de Barrientos a las cuatro mujeres. Dentro del cuarto de las víctimas, hay objetos que el fuego no consumió, pero dejó su huella: una mochila rosa con rueditas, una caja de cartón con fotocopias adentro; un pechero con sacos y camisas. La explosión rompió los vidrios de la puerta de madera, alta y ancha. Sin embargo, el impacto y las llamas no se extendieron al resto del piso. No hay marcas negras de hollín en otras paredes que no sea esa habitación. La furia y la calamidad contenida en un solo espacio. Hay un matafuego a pocos metros. Está justo al lado de la puerta de Barrientos. “No lo usamos porque tiran agua esos”, cuenta Miguel. “Los de abajo sí son con espuma”.
¿Sabría el asesino que esos extintores no funcionaban para apagar las llamas que dejaron su artefacto? ¿Qué otros libros leía Barrientos? En la puerta hay un candado que puso Miguel, pero la deja entreabierta para que Ñato salga y entre. Lo primero que hizo el vecino fue llamar al hermano del atacante para contarle lo que pasó. “Se sorprendió, como todos nosotros”, dice el inquilino. “Es imperdonable lo que hizo Fernando, pero es verdad que ya estábamos cansados del ruido que hacían estas pibas”, agrega, mientras el gato aparece y come de un plato de comida afuera de la habitación de Barrientos, como si estuviera esperándolo.
La causa judicial
En la causa interviene el juzgado Nacional en los criminal y correccional Nro. 14 a cargo del Juez Edmundo Rabbione. Según confirmó recientemente ya no va realizar más pericias en el lugar, y por eso la habitación del homicida no tiene faja de seguridad y sus pertenencias hoy están a cargo de Miguel.
Por el lado de las víctimas, no hay una representación legal concreta o una querella constituida. “No se está pudiendo localizar familiares, ni siquiera amigues que hayan tenido previo a todo esto. Nadie fue a reclamar todavía los cuerpos de las dos fallecidas”, explica María Rachid, titular del Instituto contra la Discriminación de la Defensoría del Pueblo CABA.
“Estamos analizando si nos presentamos como querellantes o acompañamos alguna querella como Federación Argentina LGBT+”, agrega Rachid. La preocupación de diferentes organizaciones es que la justicia declare como “inimputable” al homicida. “Vamos a insistir en todo lo que podamos para que esto no terminé de esa manera”, explica la dirigente.
Según el último relevamiento de la Federación Argentina LGBT (FALGBT), del total de las 133 personas de la comunidad LGBT+ víctimas de los crímenes de odio registrados en 2023, «el 89% de los casos (118) corresponden a mujeres trans; en segundo lugar con el 5% (7) se encuentran los varones gays cis; y en tercer lugar con el 2% (3) de los casos respectivamente cada identidad, siguen los varones trans
y las lesbianas». Sin embargo, aclaran que a nivel policial-judicial «no a todas las personas trans que son
asesinadas se las registra como trans y se les respeta su identidad de género, y no todos los crímenes de odio de lesbianas, gays, bisexuales y personas de identidades no hegemónicas se visibilizan como tales; sino que por el contrario, en muchos casos se oculta la orientación sexual y la pertenencia a esta comunidad».
En una nota sobre el caso, Agencia Presentes entrevistó a otro de los vecinos del lugar, que contó que “él (Barrientos) ya las había amenazado una vez. Fue en la última Navidad. Les dijo que las iba a matar a las dos (Pamela y Mercedes) y mirá lo que pasó ahora”. Se desconoce si Diego Hernán Britez, vendedor ambulante e inquilino de la pensión, fue consultado por la Justicia sobre este dato. “Discutían bastante. Ellas llamaron a la policía una vez y entiendo que lo habían denunciado. Él les decía ‘engendros’ por su condición sexual. Les decía ‘tortas’, ‘gorda sucia’”, compartió Britez a Presentes.
Perycia intentó sin éxito comunicarse con Susana Calleja, fiscal de instrucción del distrito de La Boca.
Mientras tanto la cuadra de la pensión en Barracas sigue siendo punto de visita obligatorio para medios de comunicación. Fuera del hotel Roberto, otro inquilino, desguaza la cama chamuscada de las víctimas al lado de un container. Es reciclador urbano y, tras el ataque, los vecinos sacaron el mueble afuera. El priopio Barrientos, dice otro inquilino que prefiere no dar su nombre, tenía una teoría de por qué les habían puesto un container justo en la puerta de ingreso. «Porque nos consideran una basura», habría dicho.