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Lesa Humanidad

Eterna

«¡Ven-ce-re-mos!», por Nora Cortiñas

«Me gustaría ser recordada con una sonrisa y gritando bien fuerte: ¡venceremos!», escribió Norita Cortiñas en el epílogo de la biografía que publicó Gerardo Szalkowicz (Sudestada, 2019). Compartimos el texto completo, a modo de despedida a «la madre de todas las batallas».

Por: Nora Cortiñas
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Publicado 1/6/2024

Cuando me propusieron hacer este libro sobre mi vida al principio me pareció demasiado, un poco por pudor tal vez. Lo veía como algo como exagerado. No siento que pueda contar cosas muy iluminadas. Además no me gusta que queden opacadas las otras Madres, creo que tenemos que conocer la historia de todas. Después me convencí y acepté, sobre todo pensando en que tal vez algunas cosas de mi andar puedan servir a los jóvenes para que luchen con más fuerza.

Si tuviera que hacer un balance de mi vida diría que tuve una infancia y una juventud feliz, sencilla, en una familia de clase media trabajadora, con costumbres conservadoras, a la antigua. Me casé joven y muy enamorada y tuve a mis dos hijos, siempre desvinculada de la política. Cuando se llevaron a Gustavo mi vida cambió completamente, nunca más volvió a ser como fue. Ahí salí a la calle y empecé un camino de aprendizaje, de descubrimientos, de ver muchas cosas que no entendía porque –como me decía Gustavo- vivía “encerrada entre las cuatro paredes”.

Esa experiencia en la calle, en la Plaza de Mayo, compartir ese dolor con otras madres, me dio la fuerza para no caer. Y marcó un camino sin retorno. Las Madres nos convertimos en madres de todos los desaparecidos y desaparecidas. Nuestro hijo biológico se transformó en 30 mil. Revalorizamos la maternidad desde un lugar público y por ellos y ellas parimos esta lucha colectiva. Esa necesidad de entender la historia de nuestros hijos fue la que nos mantuvo enteras y nos permitió asumir ese rol a pesar de no estar preparadas para eso.

La falta de Gustavo nunca se atenuó. Cada tanto sigo llorando. Es que la desaparición es la incertidumbre total, una angustia que nunca termina. Una puede estar dura, mantenerse firme, pero esa ausencia permanente no se cura. Hasta hoy sufro, lo extraño, quisiera abrazarlo, tenerlo en mi casa todos los días, que me siga ayudando a amasar los ravioles, me gustaría que estuviesen los dos hermanos juntos. Quisiera preguntarle lo que yo no entiendo, lo que vi de su militancia, las cosas que me quedaron de lo que me decía. A veces veo a algún hombre en el tren y me imagino ¿sería así? O voy en una marcha y digo “Gustavo se parecía a aquel”. Pocas veces lo encuentro en sueños, quisiera soñar más con él. El miedo es perder la memoria.

Yo sé que, donde esté, mi hijo estará orgulloso. Y seguramente me diría “dale mamá, no aflojes, no bajes los brazos, seguí en la calle”. Creo que se sentiría contento de ver que una llegó a entenderlo. En mi lucha está lo que él querría que yo hiciera por los otros. Por eso sigo. Es justamente esa ausencia, que siento todos los días de mi vida, lo que me empuja a seguir. Ese dolor es el motor de mi compromiso.


En ese caminar con las Madres fui asumiendo las banderas de mi hijo y entendiendo que si él peleaba contra todas las injusticias yo también debía hacerlo. Que el mejor homenaje para él y para los 30 mil es seguir esa búsqueda de justicia social. Y además siento un fuerte compromiso con los que hoy siguen luchando y levantando esas banderas.

Por eso lucho para que se haga justicia y sean condenados cada uno de los genocidas. Lucho por la felicidad de los pueblos y para que se respeten todos los derechos. Lucho por la soberanía y contra el saqueo de nuestras riquezas y nuestras tierras. Lucho por la liberación de las mujeres y contra todas las opresiones de género y raciales. Lucho contra la explotación del ser humano. En definitiva, lucho contra este sistema: soy anticapitalista, porque el capitalismo es sinónimo de injusticia y desigualdad, de hambre y de egoísmo, siempre hace más ricos a los ricos y más pobres a los pobres. Por eso me considero socialista, y un poquito anarquista también. Lucho por una democracia participativa, donde no haya opresores ni oprimidos.

Soy una protestona porque, sencillamente, quiero cambiar este mundo injusto.

Cada día que me levanto tengo ganas de luchar. No lo siento como una obligación sino como un compromiso. Siento una fuerza en el cuerpo que me dice que no debo parar. Dios (o quien sea) me dio salud, voluntad y un espíritu de no claudicar. Y siento también que esa vitalidad que tengo me la da mi familia y todas las personas que me rodean. Sin la gente que tengo a mi alrededor no podría levantarme cada mañana pensando qué más podemos hacer.


La principal enseñanza de vida que recogí es que todo se consigue luchando. Y de forma colectiva, entre todos y todas. Cada logro que conseguimos lo ganamos por estar en la calle, organizados. Nadie nos regaló nada. Aprendí también que la libertad es el bien más preciado. Y que si los delitos de lesa humanidad son imprescriptibles, la lucha también debe ser imprescriptible.

A las y los jóvenes les digo que traten de alentar sus ideales. Que estén siempre abiertos a aprender, a escuchar, a cambiar de opinión, a adaptarse a los cambios que se van dando en la sociedad. A mí me pasó por ejemplo con el feminismo: me costó entenderlo bien (y todavía hay cosas que no entiendo), pero es importante estar dispuestos a modificar nuestras formas de pensar y, en este caso, a comprender que vivimos en una sociedad atravesada por un machismo que se expresa en todos los ámbitos. Y sobre todo, más que aprender un discurso que suene bien, tenemos que cambiar nuestras prácticas que reproducen esta cultura patriarcal.

También les diría que hagan respetar sus principios, que tengan claro que cuando hay algo que no les gusta, que sienten dentro de sí un rechazo, no tengan miedo de expresarlo, aunque alguien se enoje por eso. Que puedan sentirse libres. Que respeten al que piensa distinto. Que traten de ser honestos, transparentes, a pensar en el bienestar del otro; a veces cuesta porque este sistema nos lleva a confundirnos, al individualismo, a la competencia. Les diría también que combatan la indiferencia ante las injusticias.

Y lo último que les aconsejo a las pibas y a los pibes es que nunca bajen los brazos. Nunca digan “esto es imposible”, “esto no se puede”. Nunca piensen que está todo perdido. Hay que hacer todos los esfuerzos, levantarse todos los días y decir “es posible cambiar el mundo”.


Mis sueños tienen que ver con que se cumplan los anhelos de Gustavo y de los 30 mil, y por los que peleé toda mi vida. Que haya justicia social, que no haya desigualdad, que no haya hambre, que no haya persecución por pensar distinto. Que nunca más se repita la metodología de la desaparición forzada de personas. Anhelo tener siempre la fuerza para seguir luchando. No me asusta la muerte, no pienso mucho en eso, no me tiene obsesionada. Además mi familia es muy longeva. Me asusta un poco el sufrimiento: me gustaría morirme sanita, sonrosada, estando cuidada por la gente que me quiere.

También quiero aprovechar para agradecer el afecto que recibo todos los días. A veces me siento un poco apabullada y pienso que es demasiado. Pero gracias a todo ese amor que me dan es que también puedo seguir adelante, cada abrazo es una caricia en el alma que me llena de energía para no aflojar. Me alienta, sobre todo, ver que estoy rodeada de tantos jóvenes que me dan la seguridad de que la lucha siempre va a seguir.

Dentro de muchos años me gustaría ser recordada como una mujer que dio todo para que tengamos una vida más digna. Como una persona auténtica, que nunca hizo nada para sobresalir ni para estar en un escenario ni salir en el diario. Todo lo hice visceralmente. Y me gustaría ser recordada con ese grito que digo siempre y que significa todo lo que siento adentro mío, significa la esperanza de que algún día va a existir ese otro mundo posible. Un mundo para todas y todos. Entonces, me gustaría ser recordada con una sonrisa y gritando bien fuerte: ¡Venceremos! ¡Venceremos! ¡Venceremos!

Castelar, mayo de 2019

Gerardo y Norita.