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Crónicas de la Justicia

42 años

La democracia argentina, más viva que nunca

Hace 42 años recuperábamos el voto y hace 2 nos gobierna un presidente que no responde si cree en el sistema democrático o no. ¿Un «salto al vacío» del pueblo de la nación? Fuimos a buscar a Alejandro Seselovsky – cronista, docente, escritor- y nos cacheteó: aún con Milei, la democracia está más «fuerte y vigorosa».

Por: Alejandro Seselovsky
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Al inconcebible. Al final, las mayorías argentinas se dieron la potestad de elegir al inconcebible. Al improcedente. Al final, el pueblo de la nación, el padrón que somos, se dio el visado, el pase, la conformidad, a sí mismo se lo dio, de coronar al improcedente. A uno que no puede responder si cree en la democracia o no, elegimos democráticamente. Elegimos democráticamente a uno que tiene un gordo vociferándolo en las redes pidiendo sacar los tanques a la calle cuando el Congreso no le aprueba lo que pide.

¿Qué democracia es esta, que convierte en primer mandatario a actores no necesariamente democráticos?

Solo advierto dos respuestas posibles: es una democracia con vocación suicida, una que agoniza y por agonizante es que salta al vacío.

O.

Es una que se siente, a los 42, fuerte tan fuerte y vigorosa, tan vigorosa que se da el lujo de arbitrar con toda salud la voluntad de las masas, por más que esa voluntad unja a uno que se tienta más con la Roma imperial que con la Roma republicana. Una democracia con sus fundamentos consolidados. Si tuviera que usar las formas del Gordo Pablo -esa criatura fenomenológica que se sienta a la derecha del Gordo Dan en la mesa de la misa- diría que es una democracia que tiene la chota de King Kong, pero vamos a dejar al Gordo Pablo en su gruta dialéctica y digamos entonces que esta democracia argentina, tan robusta y macerada que admite que alguien que la cuestiona pueda llegar a liderarla sin que eso implique automáticamente su colapso, que promueve y gerencia la posibilidad de que sea elegido quien no ha dado suficientes pruebas de elegirla, es entonces una democracia más viva que nunca.

El sistema es el sujeto

Acompáñenme en este viaje de la sobreadaptación frente a la adversidad, y hagamos las paradas necesarias.

En 1983 la democracia argentina era un recién nacido con traumatismo posparto. Los 54 años que tengo me permiten haber escuchado de primera mano, sin que nadie me la contara, con estos oídos míos, en las mesitas del bar de GEBA, sede San Martín, a los padres que volvían de jugar al tenis decirse entre ellos que en dos años volvían los milicos. Porteñamente, lo decían. Como se afirma lo que es irreversible. Olvidate, se decían. Dos años, se decían. Se decían: vuelven los milicos. ¿Y por qué no iban a volver si siempre habían vuelto? Qué sabíamos que nunca más quería decir de verdad que Nunca Más.

En 1990, la democracia argentina llevaba sobrevividos tres alzamientos contra el orden constitucional y debió enfrentar el cuarto. Las balas zumbaron en el edificio Libertador, sede del Estado Mayor del Ejército, durante 20 horas. La rebelión carapintada dejó 14 muertos y unos 200 heridos. Fue el último alzamiento militar que debimos tolerar.

En el 2001, la democracia argentina sobrevivió al colapso económico y a la descomposición de la matriz social. Más muertos, más derrumbe. El sistema de representación crujió más fuerte que nunca y la Argentina tuvo cinco presidentes en una semana. Al otro lado de esta catástrofe, bajo los escombros de la implosión, la democracia todavía respiraba. Y después continuó respirando.

En 2008 sobrevivió al reviente entre campo y gobierno. En 2015, a los decretos que metían jueces en la Corte Suprema. En 2020, a una pandemia global. Hoy, sobrevive a un presidente que no necesariamente cree en ella.

Esta trayectoria acumulada produce una legitimidad profunda que no depende del sujeto que haya ganado circunstancialmente las últimas presidenciales. Quiero decir: el sistema se hizo en la fragua del dolor y se volvió un organismo con cicatrices que son las marcas de su constitución, su osamenta, la verificación de su condición perdurable.

La democracia argentina dejó de ser un sistema a prueba para convertirse en una sobrevivida de sí misma. Fue allí que se volvió sujeto.

Factos

Javier Milei llegando a su casa para pegarle con rabia a un muñeco al que previamente le puso la cara de Raúl Alfonsín, el tipo que para muchos (para mí también) es el padre de la restauración democrática argentina. Y contándolo en televisión con la sonrisa del Guasón. Y esperando la recompensa del aplauso o del view. 

Una democracia bebé se siente segura sólo cuando gobiernan actores confiables.

Una democracia madurada en la barrica de su propio trayecto acepta que la voluntad popular puede ser disruptiva, errática, imprevisible, incluso riesgosa. Y banca. Y sigue siendo democracia.

Javier Milei balbuceando una respuesta ante la periodista Luciana Geuna, quien en vivo por la pantalla de TN le acaba de preguntar si cree o no cree en el sistema democrático.

Permitir que un candidato que se declara escéptico sobre la propia democracia compita, gane y gobierne es un acto de confianza en la arquitectura institucional; una prueba de que la legitimidad no es una derivada de las convicciones del gobernante sino del procedimiento que lo produce.

Javier Milei diciendo que el Congreso de la Nación es un nido de ratas, la cueva de la casta, mientras regentes de su espacio político van a visitar genocidas presos por causas de lesa. 

La democracia no exige creer en ella para participar, lo que exige es cumplir sus reglas, y mantener encendido el piloto de un recordatorio: el poder presidencial está limitado por contralores que funcionan sin depender de la fe democrática del presidente.

Es una idea contraintuitiva pero fértil: la democracia está hecha de subcarpetas que la nutren o erosionan. La democracia interna de los partidos políticos, por ejemplo. Una vez el peronismo tuvo una. Y Menem le ganó a Cafiero y entonces el peronismo gobernó una década. Desde el 2003 para acá, el peronismo no volvió a darse la posibilidad de la democracia interna, y ahí lo tenés al movimiento nacional justicialista, penando votos en La Matanza para ver si araña un empate a nivel nacional -que no, que tampoco.

Es que la democracia es mucho más que solo un sistema, o una forma de gobierno. De Atenas para acá, es un concepto. Tiene 2500 años de historia ese concepto y ha sabido subsistir en la trama creciente de la organización de los Estados. ¿Cómo la elección de Milei va a suponer la derrota de la democracia y no una prueba superada de su capacidad de absorber tensiones extremas? Que la voz digital más celebrada del gobierno pida a los tanques en la calle y que después deba desdecirse, que después deba decir que, jaja, se trataba de tanques de agua, jaja. Bueno amigos, eso es la democracia funcionando.

Más viva que nunca

Tuvo que ir a elecciones y ganarlas. A ver si nos entendemos. Tuvo que ir a elecciones Y GANARLAS. Para tener su propio Congreso. Para operar su plan de gobierno tuvo que construir su propia bancada. Después de coquetear con la idea de faltarle el respeto, después de tantear las posibilidades de una narrativa del poder total, después de orejear la carta del emperador, Ave Miller tuvo que finalmente aceptar que la democracia argentina lo ponga en caja. Y validarse solamente a través del voto de las mayorías, mediante el dictado de las urnas. Lo hizo y fue una victoria de los dos. 

Del gobierno porque obtuvo la mayoría de los sufragios en toda la extensión de la patria. Y del sistema democrático porque se hizo ver como único camino para cualquier administración de gobierno.

Tuvo que aceptar, el presidente Milei, que la democracia era más fuerte que él. Y que finalmente, como venimos diciendo, en la Argentina está más viva que nunca.

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