Publicada 10/08/2025 (Tiempo Argentino)
“Penal para Boca y va Maradona”. Eso escuchó Diego Fernández Lima, de entonces 13 años, la tarde del 15 de agosto de 1981 en su casa de Villa Urquiza. Su equipo, Boca Juniors, jugaba el último partido del torneo Metropolitano contra Racing en La Bombonera. Con un empate, dejaban a Ferro atrás y se consagraban campeones del Metropolitano. Pero a Diego Fernández, esa tarde en su casa, le interesaba algo más. Una promesa. Se la había hecho su máximo ídolo, quien defendía la azul y oro por entonces. No era el “mejor de todos los tiempos”, ni llevaba el número “9” estampado detrás.
El defensor José María Suarez no se destacaba por tener la habilidad con la pelota de un delantero, ni su porte parecía a simple vista intimidar a los delanteros rivales. “Un marcador lateral aguerrido. Un perro de caza”, lo calificó la revista El Gráfico cuando llegó al club de la Ribera en 1976, proveniente de Belgrano de Córdoba. Dos años después, en 1978 ─tras ganar la Copa Libertadores─ pasó a la historia por integrar el primer equipo de Boca en ganar la Copa Intercontinental, luego de vencer al Borussia Mönchengladbach en Alemania. Un año después volvería a ganar la Libertadores.
El “Colorado” vivía en el mismo edificio que Diego y su familia en Villa Urquiza. Los tres pisos de diferencia que los separaban del jugador de Boca no se sentían. José María pasaba a visitar al joven de 13 años y sus padres cada vez que podía. Diego también jugaba al fútbol.
El joven y el campeón con Boca
En la casa de los Fernández Lima dos equipos disputaban su fanatismo por el fútbol: Boca y el Club Excursionistas. Tanto Irma Lima, mamá de Diego, como Juan Benigno Fernandez, el padre, alentaban a ambos clubes. Diego hacía inferiores en Excursionistas. La afinidad entre él y el “Colorado” fue inmediata. Por eso, unos días antes de que Boca disputara el último partido contra Racing, el defensor xeneize le hizo una promesa: “Si salimos campeones, te doy la camiseta”.
Esa tarde de 1981, Diego tenía dos ventajas de su lado. Con un empate de Boca, la camiseta de su ídolo era suya. La otra, la que realmente importaba, era que Maradona acababa de agarrar la pelota para patear un penal en La Bombonera. Gol. Boca terminaría empatando el partido.

Al día siguiente, tras ganar el campeonato, el “Colorado” tocó la puerta del 1° A. Diego abrió y se llevó una sorpresa. La camiseta que la había prometido estaba estirada, como tironeada de las mangas. “Me la quisieron sacar al final, cuando se metió la gente en la cancha”, le contó el defensor, entre risas.
Tres años después, el 26 de julio de 1984 a las dos de la tarde, Diego salió de su casa vestido aún con el uniforme del colegio rumbo a «la casa de un amigo”. Pero nunca regresó. A los pocos días, su familia empezó a buscarlo ante la certeza de que la policía no lo haría. Su ídolo colaboró de inmediato con esa búsqueda. Nelly Vázquez, esposa del jugador, también se sumó. Ambas familias se dividían tareas para encontrar a Diego.
«Recorrimos incansablemente todo»
Durante algunos años, el ex defensor de la selección argentina pasó de las principales canchas del fútbol local a recorrer morgues e institutos psiquiátricos, rastreando pistas que llegaban sobre Diego. El 15 de mayo de 1986, dos años después de la desaparición, la revista policial ¡Esto! fue a la casa de la familia Fernández Lima para entrevistar a sus padres y contar en detalle el caso de su hijo.
El ya por entonces defensor de Racing también estuvo presente. “Nosotros los acompañamos en todo. Lo queríamos muchísimo a Diego. Era un pibe maravilloso. Lleno de amor, de vitalidad, de ternura. Fuimos a todos lados. Recorrimos incansablemente todo y eso que mucha gente mala llamaba y nos daba datos falsos. No importaba la hora, allí íbamos», detalló el ‘Colorado en esa entrevista.

El 7 de febrero de este año, a los 73 años, José María Suarez falleció en su Córdoba natal. Tres meses después, el 20 de mayo, los restos de Diego aparecieron enterrados en el jardín de una casa de la calle Congreso al 3700, a pocas cuadras de su casa en Villa Urquiza, y lindero a una vivienda en la que vivió un tiempo el líder de Soda Stereo, Gustavo Cerati.
El “Colorado” murió sin saber qué pasó con aquel adolescente de 16 años que tanto lo veneraba. Aquella camiseta que le había regalado a Diego en 1981, y con la que jugó 209 partidos, sigue intacta y prolijamente guardada en aquel cuarto del 1°A.
El principal apuntado
La letra es legible, clara. Escrita al costado de algunos recortes de diarios con la foto de once rostros de niños y jóvenes, Juan Benigno Fernández empezó a juntar información sobre otras desapariciones, luego de la de su hijo.
“Desde que nos pasó esta desgracia vivo pendiente de estos llamados que salen en los diarios, en la televisión y me decidí a ver a los padres de cada menor que era reclamado”, conto el padre en aquella entrevista con el semanario ¡Esto! en 1986. Juan, de 53 años entonces, dedicado a la venta de repuestos de autos, quería diferenciar a los menores que se escaparon de su hogar por cuestiones familiares de los que podían ser secuestrados, como su hijo.
En su libreta, además de los recortes de diarios, Juan anotaba cualquier información que le llegaba a través de vecinos y amigos y que podía servir para dar con Diego. Cada vez que tenía una intuición, tomaba su bicicleta y salía solo a las calles a buscar a su hijo.

Para 1986, Juan tenía la teoría de que su hijo lo había raptado una secta. Un dato que le había llegado hablaba sobre una casa, a pocas cuadras de la avenida Monroe y Naón, donde testigos vieron a Diego por última vez. Su intuición era acertada.
Los restos del ex jugador de Excursionistas aparecerían 41 años después, a cuatro cuadras de esa esquina, pero Juan ya no está. Murió en 1991, atropellado mientras andaba por un camión en bicicleta sobre la avenida Congreso y esquina Galván. Fue a tan solo once cuadras del chalet de la familia Graff, donde unos albañiles hallaron sus huesos en medio de una obra. Cristián Graff, compañero de colegio y amigo de Diego, es el principal sospechoso del crimen.
“Todos hablamos de la casa. Explicamos que hablamos de la casa de Cerati o de Marina Olmi, pero en realidad el cuerpo estaba en la casa de al lado. Esa casa hoy sigue en pie y allí vive la misma familia, en realidad vive la mamá”, relató Javier Fernández, el hermano de Diego, a la prensa.

Reveló que esa familia estaba compuesta por papá, mamá y dos hijos, un hombre y una mujer: «Son de apellido Graff. Cristian es el hombre, el hijo de esa familia. Y un llamado ayer de un compañero de colegio de Diego a la fiscalía da un dato que sería clave, que es que Cristian Graff era compañero o amigo de Diego, le decían El Gallego”.
Y completó: “Es más, hay un chat de los egresados de esa época en el que la noticia obviamente cayó como un baldazo de agua fría. El Gaita era Diego, El Gallego es Cristian, un hombre que vive en la zona, es electricista y hoy es el principal apuntado por el fiscal. Algo pasó en las últimas horas. Tenía redes sociales, desde ayer están bloqueadas”.
Los otros desaparecidos
Tiempo Argentino accedió a las fechas de los recortes que guardó el padre por más de cuarenta años y que, junto a su histórica libreta, fueron entregados por Javier, uno de los hermanos de Diego, al fiscal del caso, Martín López Perrando.
Los recortes relevados pertenecen al mismo diario y año que guardó el padre: Clarín de 1985, un año después de la desaparición del menor. El 17 de febrero se publica la solicitada de la búsqueda de paradero con la foto de Daniel Alberto Pachano Aguerrido, de 20 años. El 27 de mayo, aparece una triple solicitada con la desaparición de tres menores: Mariana Andrea Mannelli, de 14 años; Mariana Leonor Roldán, de 15, y Edith Lilián Frontera de 16.

El 5 de julio se publica la foto de Vicente Antonio Ferrera, de 26 años. El 29 de julio aparece la búsqueda de paradero de Norberto Eugenio De Grado, de 26 años.
“Cada pedacito de papel representa el dolor de un padre desesperado”, agregó Juan en la entrevista con ¡Esto!. Eran los primeros meses post dictadura cívico militar, y las desapariciones parecían estar aún naturalizadas en parte de la sociedad y de las cúpulas policiales y judiciales.
Un jefe de policía acusado de irregularidades
Después de que la Comisaría 39 se lavara las manos con la desaparición de Diego, afirmándoles a los padres que “seguro se había ido con una mina”, Juan e Irma acudieron a la División de Búsqueda de Personas de la Policía Federal.
Según contó Juan en la entrevista con el semanario policial a mitad de los años ’80, allí se entrevistó personalmente con Antonio Di Vietri, jefe de la Federal en ese momento. Di Vietri, como sus subalternos, ignoró el pedido de los padres. La policía solo aparecía por su casa de vez en cuando para dejar una cedula judicial con una búsqueda de paradero aún en proceso, tal como contó Javier Fernandez, hermano de Diego.
En 1987, pocos meses después, Di Vietri sería señalado por “mal desempeño e irregularidades”, cuando era el encargado de investigar el segundo secuestro y desaparición del empresario Osvaldo Sivak. La justicia comprobó que personal policial y militar estuvo involucrado en el crimen de Sivak, ocurrido mientras Di Vietri era jefe de la misma policía que se negó a buscar a Diego.
Del resto de los jóvenes desaparecidos en los meses meses siguientes que Diego no se supo más nada. La mayoría de los protagonistas de esta historia ya fallecieron; una historia que parece mucho más que un simple caso de noticiero, que parece hablar de un país y una época marcada por la impunidad, la familia y preguntas que 40 años después siguen sin responderse.