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Violencia institucional

«No hay represión sin consenso social»

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Esteban Rodríguez Alzueta es abogado y magister en Ciencias Sociales. Especialista en temas de seguridad, habló con Perycia sobre el avance de la política represiva del macrismo. Dijo que el telón de fondo son las reformas que «achican» el Estado, habló sobre la construcción de un consenso social con una fuerte impronta en el «imaginario», y propuso «desarmar los sentidos comunes» que ponen al país en «callejones sin salida».

      Foto: futuroanterior.com.ar

Autor de libros como «Temor y Control» y «La máquina de la inseguridad», Rodríguez Alzueta trabaja como investigador en la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) y es miembro del Colectivo de Investigación y Acción Jurídica (CIAJ). En esta entrevista, reflexionó sobre la política de «mano dura» del gobierno, y ante los recientes casos de violencia institucional defendidos por la ministra Bullrich, analizó que la cuestión coercitiva está ligada a «los altos costos» de las reformas del Estado.

Pensó, además, que hay un fuerte trabajo en el imaginario social. «La fetichización de la víctima clausura los debates», dijo para este medio.

-¿En qué momento político crees que estamos para entender el rol de las Fuerzas de Seguridad en el espacio público?

-Desde hace tiempo el gobierno viene aportando incentivos morales que habilitan y respaldan la mano dura. Y lo hace por dos razones bien concretas. Por un lado, porque encontró en las distintas prácticas que implican la mano dura la oportunidad de marcar un giro respecto a la gestión anterior. Como dijo Patricia Bullrich los otros días: “Nosotros como gobierno hemos dado vuelta lo que pasaba acá donde los victimarios eran las víctimas y las víctimas los victimarios». En ese sentido, el protocolo antipiquete y este tipo de declaraciones funcionan marcando un antes y un después. Encuentran en el discurso de la mano dura y sobre todo en su actuación concreta una manera de tomar distancia del gobierno anterior. En segundo lugar, el gobierno sabe que tarde o temprano, se va a medir con la protesta social y el delito callejero. Son dos fenómenos muy diferentes con muchos factores distintos. Sin embargo, la respuesta del gobierno es la misma. Para el gobierno no hay diferencia entre esos conflictos, por eso aplica la misma receta: la fuerza letal o la amenaza de la fuerza letal. Cuando la única herramienta que tenés en el cajón es el martillo, todos los problemas se van a parecer a un clavo. Por eso tenés a la Prefectura o la Gendarmería practicando puntería en los bosques de la Patagonia y a la Bonaernese tirando a matar en las zonas suburbanas.

-¿Ves alguna relación entre el episodio del agente Luis Chocobar, que fue recibido por el presidente luego de matar por la espalda a un presunto delincuente, y estas prácticas?

-Las palabras de los funcionarios no son inocentes, tienen un carácter performático. No están pensando en voz alta sino que están actuando con ellas. Fue un encuentro protocolar, dispuesto para ser enlatado y luego propalado por la TV. Allí no había improvisación sino una entrenada informalidad. Las palabras que usaron los otros días el Presidente y la Ministra de Seguridad, estaban bien calculadas y calibradas para producir determinados efectos en las diferentes audiencias. Por un lado, está interpelando a la tropa, les está entregando cheques grises para que salgan a meter bala, a pedir documentos, a bajar pibes de los bondis, a despejar las calles con balas de goma. En segundo lugar, y como decía anteriormente, están reclutando adhesiones para reprimir. Y finalmente, están metiendo miedo: les están diciendo a todos aquellos que si salen a piquetear o a robar en la calle, ellos serán implacables. Pero hay algo más en ese encuentro oficial que no hay que perder de vista: El agente de la Policía Local, Chocobar, llegó en auto oficial, acompañado del ministro de Seguridad de la Provincia y un alto funcionario de la jefatura Bonaerense, es decir, el Presidente no le estaba hablando a Chocobar, sino a toda la Institución. Es un acto equiparable a las visitas de la ministra al hospital, cuando visitó a los gendarmes heridos después de reprimir a los niños de la murga en 2016, o cuando visitó a los policías heridos después de la represión en la Plaza del Congreso.

-¿Cómo analizás en perspectiva la cuestión coercitiva de este gobierno? ¿Hay formas, métodos, procedimientos que se van modificando de acuerdo a los tiempos de la política? ¿O bien es una cuestión de modelo, más estructural?

-Hace unos días el jefe de Gabinete, Marcos Peña, con el cinismo que esconde con su corrección política, dijo: “Los costos son los costos y tenemos que convivir con eso”. ¿Qué significa esto? Para los sectores más vulnerables significa que tendrán que resignarse a aceptar con sufrimiento lo que en suerte les toca. Para el gobierno significa que tendrán que prepararse para enfrentar a todos aquellos actores que no se resignen a aceptar con sufrimiento lo que en suerte les toca. Las reformas del Estado, la reforma previsional, la reforma laboral, la reforma financiera, todas estas reformas que el gobierno está encarando tienen un alto costo social. El gobierno lo sabe muy bien, por eso se están preparando para hacerle frente. No sólo alista y agita a la tropa con este tipo de declaraciones, sino que recluta adhesiones entre su electorado. Porque sabe que no hay represión de la protesta social sin consenso social, y porque sabe además que en la lucha contra el delito callejero o el narcotráfico villero, se pueden activar fantasmas, prejuicios, pasiones punitivas sedimentadas en el imaginario de la vecinocracia, que permiten transformar los conflictos sociales en problemas policiales.

-¿Cómo es eso? 

-Se construye ese imaginario para desplazar el centro de atención sobre la punta del iceberg y que perdamos de vista la enorme masa de hielo que queda debajo de la línea de flote. En vez de estar debatiendo sobre el impacto social que tienen estas reformas, nos la pasamos hablando del atraco a un turista, de la entradera en una casa, del abuelito que fue salvajemente golpeado, y un largo etcétera. Todos estos robos son hechos muy menores si se los compara con el saqueo que implican estas reformas. No estoy negando la importancia de estos hechos trágicos. Digo entonces que la sobrerepresentación de estos problemas no es inocente: tienen un efecto distractivo, al tiempo que les permite construir consensos sociales.

-Por último, ¿qué tipo de consenso ves hay en relación a estas políticas? ¿Qué ocurre en el campo social, cómo se legitiman estos discursos y prácticas? ¿Ves resistencias? 

-Mirá, me parece que los consensos de los que estamos hablando no son consensos racionales, producto de la discusión pública, de los debates vigorosos, desinhibidos y abiertos. Son consensos químicos o afectivos que se producen en torno al dolor de la víctima eventual, manipulando la desgracia ajena. La víctima es el gran comodín que permite hacer jugadas mágicas en todas las manos. La noticia de una mujer embarazada muerta o herida en una salidera bancaria es una imagen potente, tiene no sólo la capacidad de atraernos, sino de no generar divisiones. Más allá de que vos seas macrista, peronista o trosquista, todos nos vamos a sorprender diciendo lo mismo: “¡Qué barbaridad!”. A través de la víctima, del dolor de la víctima, se clausuran los debates. La víctima no quiere discusiones, quiere respuestas efectivas y contundentes, rápidas. Cuando el gobierno o los periodistas que blindan al gobierno, se agarran de la víctima, la exponen, la picanean con los micrófonos hasta que empiece a llorar, lo que están haciendo es clausurar los debates. Lo que nos están diciendo es que no es tiempo de discutir nada, que ha llegado el momento de actuar.

Y respecto a las resistencias y a los desafíos, me parece que tenemos que inventar nuestros propios contra-clisés para hacer evidente aquello que se esconde a la vista de todos nosotros. Tenemos que encontrar formas creativas para desarmar los sentidos comunes que se están armando en torno a todas estas cuestiones. Lugares comunes que, dicho sea de paso, están poniendo a la Argentina en callejones sin salida, es decir, transformando a la realidad en una gran pared para practicar fusilamientos.