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Crónicas de la Justicia

Facundo, otra historia del desamparo

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¿Qué se juega con el proyecto macrista de bajar la edad de punibilidad a los 15 años? El testimonio de Facundo, un joven que hoy tiene 24 años y trabaja para una empresa, pone en primer plano lo que significa crecer en la calle y terminar en el delito. Los especialistas advierten que el Estado se tapa los ojos y abandona a niños y niñas con la misma historia que Facundo, mientras dirige hacia ellos su peor cara «punitivista».  

Por Damián Lambusta
Fotos: Madu Raggio 
Publicada: 19/2/19



Facu tiene 24 años, es morocho, de ojos grandes y pómulos pronunciados. Pasó parte de su infancia durmiendo en cajeros automáticos, en el banco de alguna plaza, en locales abandonados, en edificios públicos y hasta en un cyber. Hoy trabaja como empleado en una empresa de seguridad, con turnos de varios días, horarios rotativos y un salario que apenas le alcanza para vivir.

La sensación térmica ronda los 39 grados. Facu se queja del calor sentado a la sombra en la plaza Italia y dice que extraña el aire acondicionado de su cabina.

—Ni yo me la creo—dice. Se ríe de las vueltas de su vida.

A pocos metros un grupo de chicos se mete en la fuente de la plaza. Facu dice que está buscando alquiler porque tuvo una discusión con la dueña del lugar donde vive.

—¿Sabés cuándo fue la primera vez que me quedé a dormir en un banco de éstos? Tenía ocho años, mi viejo nos había hecho un carro a mí y otro a mi hermano. Un día vine al centro y cartonié una banda. Estaba cansado, imagínate el físico de un nene de ocho. El carro estaba tan pesado que paré un rato y me quedé dormido.

Facu nunca imaginó que esa noche sería la primera de tantas. Algo que comenzó siendo un hecho azaroso se repitió por decisión propia. Cuando no tenía fuerzas para volver hasta su casa, dormía en el centro y regresaba al día siguiente.

—Después me fui de mi casa porque quise. Mi vieja se había ido y mi viejo se juntó con una mina que nos hacía la vida imposible. Me tenían laburando todo el día. Entonces ponele que yo llegaba a mi casa les daba la plata para el morfi y “pum” —golpea con el puño de una mano sobre la palma de la otra—, la mina compraba algo y se lo guardaba. ¡Tenía el mueble de la comida con candado!

En la calle no estuvo solo. Durmió varias noches en un Cyber porque la plaza le daba miedo. Otros chicos y chicas pasaban sus días entre el frío, el hambre y las bolsitas de poxirrán; había momentos, también, para el amor y el sexo ocasional. A la intemperie, la vida se acelera. Con nueve años se agarró a las trompadas.

—Nosotros dormíamos en la entrada de la facultad y un día llego y estaba uno de los pibes en un colchón que yo había conseguido. Entonces lo invito a pelear a la esquina. Llovía una banda. Éramos los más chiquitos de todo el grupo que paraba ahí.Nos dimos masa como una hora y en un momento nos cansamos. Me acuerdo que caía un chorro de agua de una canaleta y nos metimos abajo, nos lavamos —se pasa las manos rápido por la cabeza como si se estuviera desparramando champú—. Después nos dimos un abrazo y arrancamos juntos para Tolosa.

Frente a la indiferencia de los hombres y mujeres que caminaban por el centro de la ciudad, Facu conseguía dinero alternando la mendicidad con robos oportunos de celulares o billeteras.

—La plata la usábamos para comer, nos comprábamos alguna ropa, zapatillas. Entrábamos en patas al local de calle 8 y la gente se abría, ¡se pensaba que nos íbamos a robar todo! Ni ahí, nunca le robamos nada. Nosotros llevábamos nuestra plata y pagábamos. Gastábamos una banda en zapatillas, porque te acostabas y al otro día no estaban más.

Este martes el ministro de Justicia, Germán Garavano, presenta el anteproyecto del nuevo Régimen de Responsabilidad Penal Juvenil, que contempla bajar a 15 años la edad de punibilidad de los/as niños/as y adolescentes que comenten delitos graves, con pena máxima de 15 años de prisión o más en el Código Penal como homicidio, violación o abuso sexual agravado, secuestro extorsivo o robo con armas de fuego.

En términos de impacto, diferentes actores, organizaciones sociales y organismos de DD.HH han cuestionado la efectividad de dicha medida si lo que se busca es disminuir la cantidad de delitos cometidos por jóvenes. Partiendo de la base, inclusive, de que en la Provincia de Buenos Aires, por poner un ejemplo, sólo un 3% del total de investigaciones penales preparatorias (IPP) iniciadas, corresponden a delitos cometidos por menores de 18 años de edad. Dato que reveló recientemente en su informe el Observatorio de Políticas de Seguridad de la provincia de Buenos Aires.

El antreproyecto, que próximamente estará en debate en el Congreso de la Nación, busca un Régimen de Responsabilidad Penal Juvenil para juzgar delitos graves como los homicidios o el robo agravado. La pregunta que siguen haciéndose organizaciones y especialistas es si la respuesta penal puede prevenir las causas y disminuir este tipo de hechos.

Ángela Oyhandy, es socióloga y una de las coordinadoras el Observatorio de Políticas de Seguridad de la provincia de Buenos Aires (CPM/FAHCE-UNLP). Ha dedicado gran parte de su actividad académica y profesional a investigar temas vinculados a la seguridad y la justicia. Mientras prepara el mate, corre unos libros de la mesa y prende su computadora.

—Que un niño cometa un delito no quiere decir que necesariamente durante su vida adulta va a seguir cometiéndolos. De todos modos, esa continuidad es más probable si desde muy temprana edad se lo trata intensamente sólo desde el sistema penal.

Según su mirada, los casos más extremos son «siempre difíciles de abordar, no existen soluciones ideales o algo que realmente funcione. Por lo general, se piensa la cuestión penal a partir de casos excepcionales que jamás son la mayoría».

Para la especialista, el homicidio es un hecho grave que «la sociedad necesita marcar y entonces el castigo es una respuesta en este sentido, pero que no necesariamente tiene la capacidad de prevenirlos o desalentarlos».

Ángela inclina la pantalla de su computadora, abre el informe y muestra un gráfico en donde se puede ver la baja en los homicidios dolosos en la provincia de Buenos Aires para el período que va desde 2009 hasta 2017.

—Incluso para el caso de aquellos cometidos por los llamados menores de edad (menores de 18) esta baja es aún más pronunciada —dice levantando la voz, como si esgrimiera un argumento en el medio de un debate.

El delito juvenil existe y la mayoría de las personas detenidas provienen de sectores populares. Para Ángela, no alcanza con decir que el delito se explica con la pobreza: «los dispositivos penales se encargan de esos delitos y no de aquellos que llevan a cabo, por ejemplo, los sectores medios».

En Argentina, a nivel nacional, para los niños que cometen delitos aún rige el decreto ley 22.278 que da marco al Régimen Penal de Minoridad, promulgado durante la última dictadura militar. Sin embargo existen provincias, como la de Buenos Aires, que cuentan con un Régimen de Responsabilidad Penal Juvenil propio.


Cometer delitos en la calle, para los chicos, suponía un alto grado de exposición frente a los abusos de las fuerzas de seguridad. La policía no sólo actuaba ejerciendo violencia cuando cometían un robo; muchas veces los castigaban sin motivo. Por pura diversión del oficial de turno.

—Los de comisaría Primera, los de la Novena….nos tenían una bronca bárbara —continúa Facundo, sentado en un banco de plaza Italia—. A veces estábamos durmiendo nomás y “pum” caían y nos cagaban a palos, sin que estuviéramos haciendo nada. O te agarraban y te decían ‘si me das el celular y la plata que te afanaste, te abro la puerta y te vas’.

La personalidad que forjaron chicos como Facu en su tránsito por la calle no se puede pensar por fuera de rol que tuvieron los actores e instituciones del Estado, desde operadores de las áreas de Niñez a policías que los maltrataban física y psicológicamente.

—No es como ahora, ahora no hay nada. Antes tenías dos o tres programas, si querías te podían ayudar. ¿Cuántas veces nos fueron a sacar los de Niñez a la comisaría? Si era por los milicos, nos mandaban a todos a un instituto.

A veces, en redadas fortuitas, la policía los detenía y los llevaba a los empujones uno por uno a su casa. O directamente los encerraban en la comisaría hasta que un familiar los retiraba. 

—Me acuerdo que Ezequiel, uno que andaba conmigo, como era chiquito nunca se acordaba la dirección de su casa y lloraba… lloraba, lloraba. Los milicos se pensaban que les mentía, pero era posta. En la comisaría nos decían ‘a vos te viene a buscar tu mamá, a vos tu tío, a vos tu hermano y a vos, por Ezequiel, no te viene a buscar nadie porque no tenés familia, así que te vas al instituto’. No sabés cómo lloraba ese guacho, pobrecito.

Para Julián Axat, ex defensor de menores del Fuero Penal Juvenil en La Plata, si la intención del actual gobierno es modificar el decreto ley 22.278 de la dictadura militar «estaría bien, pero estaría mal que esa intención esté vinculada a un discurso de ley, orden y de baja. Se trata de traerles mayores garantías a los niños, niñas y adolescentes, y no de traerles mayores penurias».

La Convención Internacional de los Derechos del Niño establece que si los Estados han adoptado marcos de punibilidad en determinada edad -en nuestro caso 16 años-, disminuir esa edad es violar el principio de no regresividad.

En su despacho del microcentro porteño, desde donde coordina actualmente el programa ATAJO, Axat reafirma:

—Hasta los 18 años los chicos están en un limbo, en el 90% de los casos los chicos quedan institucionalizados sin certeza de la pena que se les aplica.

Según el ex defensor, el decreto ley 22.278 no establece garantías, sino que las mismas
«son establecidas por la Convención de los Derechos del Niño que el Estado argentino incorpora con rango constitucional desde el ’94».

—Se trata de operativizar, entonces, la Convención con una nueva ley nacional marco, y es algo que nunca tuvo la democracia. Necesitamos que esta ley ponga topes y piense sistemas alternativos de resolución de conflictos. Pero que lo haga sin bajar la edad de punibilidad, por supuesto.

En julio de 2008 Facu abandonó la ciudad. Había sido el blanco, junto a un grupo de chicos y chicas, de una serie de ataques por parte de patotas civiles y policiales que querían «limpiar» el espacio público corriendo a todos los chicos en situación de calle.

Sabía que lo andaban buscando y emprendió un viaje. Tenía 13 años. A esa edad pasó de robar con un encendedor debajo de la remera a vender naranjas al costado de la ruta, en un pueblo de Corrientes.

Ahora es el verano del 2019 y está de nuevo en la ciudad. Facu observa una escena en plaza Italia. Dos niños de unos 10 años cruzan la plaza y le piden fuego a una chica que pasa. Se prenden un cigarro y tosen con la primera pitada.

—Mirá mi infancia… —dice. Se recuesta otra vez sobre el banco y permanece en silencio.