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Crónicas de la Justicia

Florencio Varela

Un simulacro de juicio por jurados dentro de la cárcel

Mientras en plena campaña electoral nadie habla de la dramática situación de las cárceles, allí también se dan experiencias novedosas, como la que ocurrió en la Unidad 31 de Florencio Varela, donde jueces, penitenciarios y presos intercambiaron roles. Una periodista de Perycia fue testigo de un simulacro de juicio por jurados organizado por la asociación Pensamiento Penal. Crónica de una tarde distinta en un pabellón de varones con música de Los Redonditos de fondo y un suspenso en torno a la sentencia.

Por: Verónica Liso
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Publicada: 05/08/19

Un juez atraviesa la Unidad 31 de Florencio Varela con su traje negro impecable, en la mano lleva una bolsa de cartón con ropa. Camina por el penal acompañado de varios guardias. Pasa por una puerta de hierro, un puesto de control, bordea una cancha de tierra, rodea un patio de cemento enrejado con una torre panóptica en el medio y sube una escalera.

En el pabellón está todo listo. El juez se cambia, se pone una camiseta gris topo y un pantalón negro. Ahora él también está listo. Cruza la puerta esposado. Un guardia lo lleva del brazo a través del pabellón, le saca las esposas y lo sienta junto al abogado defensor. El juez Mario Juliano lo mira desde un escritorio de madera flanqueado por la bandera argentina y la bandera bonaerense. Todo se ponen de pie para recibir al jurado.

Son doce y entran de a uno: seis presos y seis penitenciarios; ocho mujeres y cuatro hombres se acomodan en dos filas de sillas de madera. El juez Alfredo Conti ahora es Belisario Galán, un alcohólico, desempleado, acusado de asesinar a su mujer María Magdalena Diaz. A partir de este momento, rodeado de celdas, un juez somete su destino a un jurado popular.

La cárcel

 -A ver Doctor, ¿es obligatoria la participación?, ¿tengo que dar una orden?- le pregunta Alberto Saravia, Director de la Unidad 31, al Juez de Necochea Mario Juliano.

 La tarde, una de las primeras de junio, recién empieza. Está fresco, soleado y algo húmedo en Florencio Varela. En la sala, alrededor de una mesa de madera, también están Nicolás Villafañe, juez de ejecución de La Plata, Alfredo Conti, juez de Lomas de Zamora, y tres presos, uno de ellos es el presidente del Centro de Estudiantes del penal.

El Director Saravia quiere saber si tiene que obligar a sus empleados a participar de la actividad. Ya les preguntó, dice, y ninguno quiere. Pero el servicio penitenciario es una institución verticalista: con una sola orden alcanza. Juliano le responde que la idea es que participen voluntariamente de la actividad pero que tampoco tiene mucho sentido hacerla sin los penitenciarios.

Este es el tercer simulacro de juicio por jurados en una cárcel organizado por Pensamiento Penal (APP), la asociación que el juez dirige. El primero fue en la cárcel de Batán y el segundo en San Martín. Saravia hace un mes que está a cargo de la Unidad 31. El complejo, inaugurado hace 20 años, fue construido para alojar a 442 presos. Hoy, según los datos del Servicio Penitenciario Bonaerense aloja más de 850. Una treintena de ellos esperan, acomodados en las tres mesas grandes del pabellón. La espera ya es una vieja conocida. En la cárcel se espera el juicio, la sentencia, las visitas, las salidas, la libertad.

 El pabellón

El simulacro estaba planificado para las dos de la tarde, pero ya son más de las tres y no pasa nada. En ese pabellón viven 26 hombres, todos estudiantes universitarios que se reparten en cuatro carreras: abogacía, periodismo, historia y sociología. Ninguno presenció nunca un juicio por jurados.

Alejandro ceba mate dulce y termina las frases con una sonrisa, más que un gesto de simpatía parece ser un tic. Arriba suyo hay un cartel naranja con una frase de Nelson Mandela: “La educación es el arma más poderosa del mundo”. A su izquierda están sentadas dos mujeres de la Universidad de Buenos Aires que hacen trabajo de extensión en el penal. En la mesa también está Damián Mereles, miembro de la Asociación Víctimas por la Paz, una agrupación creada por APP, que reúne a personas víctimas de delitos con una perspectiva inesperada: no creen en las penas más duras para resolver la inseguridad.

 -El único juicio que vi en mi vida fue el mío- dice Alejandro y se acomoda en el banco de cemento. -Lo esperó nueve años dentro de la cárcel y cuando por fin llegó lo condenaron a perpetua.

Darío es el presidente del Centro de Estudiantes y va y viene con unos papeles en la mano. Es alto, tiene unos treinta años. Esa mañana se puso una remera y un chaleco que dejan a la vista los tatuajes de su brazo derecho.

 -La idea surgió de Mario (Juliano), cuando los invitamos a conocer nuestro Centro -dice Darío..

Es el primer simulacro en el que participan penitenciarios y privados de la libertad. De fondo suenan los Redonditos de Ricota. Alejandro ofrece bolas de fraile, pastafrolas, facturas que él mismo cocinó a la mañana. Después tapa los platos con unas servilletas de tela, enojado con las moscas.

El juicio

 -Ustedes son los jueces de los hechos y yo soy el juez del derecho-dice Mario Juliano mirando al jurado.

De las celdas apenas se ven algunas rejas blancas, tapadas por cortinas de tela clara. Algunos presos miran atentos desde la cocina, en un rincón del pabellón, y custodian una pava grande rodeada de llamas como lenguas azules. Dos perros duermen acurrucados entre el horno y un ventilador apagado.

 A partir de ese momento el jurado debe decidir dos cosas: si se cometió un delito y si ese delito lo cometió el acusado. Frente al jurado está el fiscal, Enrique, o Quique como le dicen sus compañeros de pabellón. Tiene puesto un suéter oscuro por el que sobresale el cuello prolijo de la camisa, un pantalón de vestir y unos zapatos bien lustrados. Le faltan cuatro meses para salir en libertad y dos materias para recibirse de abogado.

La fiscalía presenta una serie de testigos. El primero es el comisario que encontró a la víctima, Juan Pistoletti. Cuando el fiscal pronuncia el apellido un murmullo de risas del público rompe por primera vez el clima de tensión que hay en el pabellón. Después del comisario le toca el turno a María Galán, hija de la víctima y el presunto victimario. La chica, en realidad y como el resto de los testigos del juicio, es del Programa de Acompañamiento en Cárceles del Rectorado de la UNLP.

 -Escuché que mi papá y mi mamá discutían pero no salí de mi habitación porque estaba acostumbrada a los gritos. Después escuché un golpe y silencio. Cuando salí, vi a mi mamá tirada en el piso y a mi papá parado mirándola- declara María.

El fiscal, con las manos detrás de la cintura, hace pausas breves antes de cada pregunta, como si repasara una lista en su cabeza. Cuando termina el interrogatorio mira al juez dubitativo, le da las gracias y se sienta.

Luego es el turno de la defensa. Traje negro, férrea raya al costado, postura rígida. Nicolás Villafañe, juez de La Plata y abogado defensor de este simulacro, no duda. Con una serie de preguntas cerradas desacredita el testimonio de la hija y deja en claro que nunca vio lo que pasó. Hace lo mismo con los demás testigos: un vecino y la perito que realizó la autopsia. Logra deslucir las preguntas de la fiscalía y pone los acentos exactamente donde la estrategia de la defensa los necesita.

 El juez Conti, que vio a muchos imputados declarar en su corte, se sienta en el banquillo de los acusados con las manos juntas sobre las piernas. Mira serio al jurado, como Belisario Galán. Reconoce que discutió con su mujer, que estaba borracho, que desde que perdió el trabajo ya no es él mismo. Pero él quería a su esposa, dice, y jamás le hubiera hecho daño. Antes de terminar hace una declaración sorpresiva: cuando era chico su padre mató a su madre y por eso, asegura, es incapaz de repetir la historia.

El fiscal pide perpetua. El abogado defensor se arriesga con la absolución. El juez da algunas instrucciones más al jurado y le advierte: por el tipo de delito, la decisión tiene que ser unánime.

La espera 

Cuando el jurado se retira, el pabellón pierde el aire solemne que tuvo durante el juicio. Presos, invitados, jueces, incluso el Director, van y vienen. Se renuevan los termos con agua caliente para el mate, se especula con el resultado.

El juez Villafañe se acerca a felicitar a su contrincante. Darío, el presidente del Centro de Estudiantes, le dice al juez Conti que le están preparando un lugar en el pabellón porque parece que se queda. Los presos son anfitriones dedicados, reparten las pizzas y la empanadas que hicieron en un horno industrial viejo de chapa durante el juicio.

 -La defensa en todo momento trató de justificar al imputado, porque era una persona humilde, pero eso no justifica que le haya quitado la vida a una persona por ser mujer-dice Enrique, el fiscal confiado en que el jurado volverá con una condena.

 Gustavo estuvo preso en cinco penales distintos. Después de ver el simulacro sigue sorprendido porque penitenciarios y presos están debatiendo solos en una habitación si van a condenar o absolver a un juez.

 -A los presos nos da miedo el juicio por jurados- dice, parado con una pava en una mano y el mate en la otra-. Porque mirás las noticias y ves que a un pibito lo quisieron linchar porque estaba robando.

Dice que después de su primer delito y su primer condena, intentó hacer las cosas de otra manera.Trabajaba como repartidor de La Serenísima, consiguió una casa donde vivía con su mujer y sus hijos, estudiaba Derecho. Todo iba bien hasta que lo acusaron de querer robarle a un repartidor en la puerta de la despensa del barrio. Jura que no hizo nada, pero tenía antecedentes.

Cuando salió por segunda vez estaba enojado: había perdido su trabajo, su casa, su familia, su oportunidad de estudiar. Y ahí fue cuando sí se buscó la tercer condena, la definitiva.

 Las críticas habituales de quienes se oponen a la implementación del juicio por jurado se resumen en un argumento: los ciudadanos no están preparados para juzgar. Porque no tienen la capacidad técnica o porque son permeables a exigir mano dura.

 Según los datos del Poder Judicial Bonaerense se hicieron, desde que se implementó la modalidad en 2015, 305 juicios por jurados. De estos, 181 resultaron en condenas y 86 en absoluciones. Juliano, que ya presidió cinco juicios por jurados, dice que el índice de fallos no condenatorios en el caso de los jueces profesionales es de un 12%.

 Un juicio con mucha repercusión mediática fue el de Daniel Oyarzún, un carnicero que persiguió en su auto a dos ladrones que acababan de robarle, atropelló a uno y lo mató. Fue en el 2016 y dos años después un jurado popular lo declaró inocente. Enseguida saltaron las alarmas, se premiaba la justicia por mano propia. Hoy Oyarzún es candidato de Cambiemos para ser concejal en Zárate.

 Existen al menos otros tres ejemplos de juicios por jurados que fallaron en contra de este tipo crímenes “justicieros”: un jurado de La Matanza condenó a un hombre que mató a golpes a otro porque discutía de forma violenta con su esposa en la calle. Un jurado en San Martín condenó un hombre que ejecutó a un chico cuando salió a sacar la basura porque creyó que iba a asaltarlo. Y un jurado de Quilmes que condenó a un policía que disparó contra un “motochorro” y lo mató.

 En una nota para la Revista Anfibia Juliano escribió: “Poner en tela de juicio las bondades del juicio por jurados o de la propia democracia cuando se adopta una decisión que no compartimos, además de ser un acto de soberbia e intolerancia, implica un llano desconocimiento de las reglas que hemos adoptado como comunidad para ordenar nuestra vida».

El veredicto

 Después de 50 minutos de debate el jurado vuelve al pabellón con una sentencia.

 -El acusado es declarado inocente de la acusación que pesa en su contra- lee uno de los presos, elegido por sus compañeros como presidente del jurado.

Conti y Villafañe se saludan con un abrazo. El simulacro termina oficialmente con aplausos.

 -Me lo tomé muy en serio- cuenta una enfermera penitenciaria que formaba parte del jurado-. En el debate se dijeron un montón de cosas desde lo emocional y desde lo racional.

 -Yo creo que no tuvieron en cuenta el homicidio agravado por el vínculo. Tendría que haber sido condenado.

 La voz que protesta es de uno de los presos que siguió atento el simulacro desde la mesa del fondo.

Algunos se ríen, otros murmuran que el compañero tiene razón.

El presidente del jurado mira el techo y la luz del atardecer se filtra a través de las cortinas naranjas del pabellón.