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Géneros

Femicidios en cuarentena

El enemigo visible: la curva que no se achata

Sin cifras oficiales todavía, son al menos 24 las mujeres que durante el primer mes de cuarentena se salvaron del virus pero no de la violencia machista. Según el registro de femicidios que llevan las ONG’s, la cifra es apenas más alta que la del mismo período del año pasado. Una por una, sus vidas, sus muertes, sus asesinos: postales de una masacre prolongada.

Por: Rosario Marina
Foto: Ilustración: Juan Bértola
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23/4/2020


Susana estaba tirada en la ruta con un golpe en la cabeza.Lorena fue acuchillada en el pecho.

A Verónica la quemó.

A Cristina y a su hija Ada, de 7 años, las enterró.

“Estamos luchando contra un enemigo invisible”, dice una y otra vez el presidente Alberto Fernández. Se refiere, claro, al Covid-19, al virus que cada día mata a decenas de miles de personas en todo el mundo. Pero también existe otro enemigo, uno visible, contra el que lucharon las mujeres durante esta cuarentena, y perdieron. Un femicida.

A un mes de que se decretara el aislamiento preventivo y obligatorio en Argentina, al menos 24 mujeres fueron asesinadas por sus (ex) maridos, (ex) novios, padres, nietos, hijos.

Otras sobrevivieron: al menos a otras 19 también intentaron asesinarlas, pero ellas lograron escapar. El enemigo visible no distingue a pueblos chicos o ciudades grandes, ni si las mujeres son jóvenes o no. Tampoco sabe de formas: mata a cuchilladas, golpes, las incendia. Menos conoce de vínculos: no le importa sin son hijas, novias, abuelas, madres.

El Estado nacional dispuso medidas especiales para ellas: un número al que podían llamar, denuncias en clave en farmacias y un permiso (tardío) para salir a denunciar. Pero nada de eso logró que siguieran muriendo.

Sin datos oficiales

Para saber si la violencia machista recrudeció con el encierro forzoso de víctimas con victimarios, Perycia intentó contrastar las muertes de mujeres durante el mes de cuarentena con el mismo período del año pasado, y con los 30 días inmediatamente anteriores al aislamiento. Pero aún no hay datos oficiales.

Desde la Unidad Fiscal Especializada en Violencia contra las Mujeres (UFEM) explicaron a esta agencia que se están cruzando información con la Corte Suprema de Justicia de la Nación y el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación para unificar los registros. Por eso, hasta ahora, lo único que se sabe son los números de las organizaciones sociales, que recogen una a una las noticias de los medios de comunicación.

Según el registro que lleva el Movimiento MuMaLa (Mujeres de la Matria Latinoamericana), son 24 los femicidios ocurridos durante la cuarentena en Argentina. El promedio de marzo y abril de 2019 según esa organización (no hay un corte desde el 20 de marzo al 20 de abril), fue de 22,5: una cifra apenas menor a la actual. Hay más datos que pintan al enemigo visible: cuatro mujeres estaban desaparecidas desde antes del aislamiento y fueron encontradas enterradas, y aún hay siete casos más de mujeres cis y trans muertas que se están investigando.

Y hay otras, de las que se desconoce aún la cantidad, que están desaparecidas y, probablemente, enterradas en algún tierral.

Golpeadas, quemadas, acuchilladas

El 21 de marzo, un día después de que se anunciara el aislamiento preventivo y obligatorio, Susana Melo fue asesinada. Tenía 57 años. Su cuerpo estaba tirado en la ruta 252 cuando la encontraron. Ahí, con un golpe en la cabeza. Vivía en Ingeniero White, partido de Bahía Blanca. Unas horas después detuvieron a su ex pareja, Gregorio Raúl Costa. Fue fácil para la policía identificarlo porque ya había estado demorado en la comisaría por haber “provocado disturbios en la vía pública”. En las últimas horas, casi un mes después del hecho, la Justicia dictaminó la prisión preventiva para Costa. La muerte de Susana, hasta ahora, ni siquiera fue caratulada como femicidio.

El mismo día, a más de 600 km, a Lorena Barreto la acuchillaba su pareja en Puerto Libertad, Misiones. Él tiene 74 años, y es el padre de los dos hijos de Lorena. Ella tenía 32 años. La policía llegó a la noche, pasadas las nueve, porque recibió un llamado: había una mujer herida en la calle con cortes en el pecho. La llevaron en ambulancia, pero no sobrevivió ni siquiera hasta la puerta del hospital. En la casa había quedado Roberto Rivero Medina. Lo fueron a buscar, lo encontraron ahí: tenía tres cuchillos, uno de ellos manchado con sangre. Se entregó. A él sí lo imputaron por femicidio.

Dos días después murió Verónica Soulé en el hospital. Vivía en Casas, un pueblo que no llega a los mil habitantes, en la provincia de Santa Fe. Tenía 31 años y el 80% del cuerpo quemado. Su tía escribió en Facebook que “el marido debería dar explicaciones”. Él, dijeron los vecinos, tenía quemaduras también. Pero no fue detenido.

Los hijos de Verónica declararon en Cámara Gesell. Una de las hipótesis es que ella se hubiera suicidado. Pero el pueblo no dice lo mismo: en una especie de marcha virtual, llenaron las redes sociales pidiendo #JusticiaporVero e insisten en que su pareja debería dar explicaciones.

“Tal como se viene evidenciando la violencia machista no cesa en tiempos de pandemia. Las mujeres que sufren violencia de género en su mayoría conviven con su agresor, y por ello la cuarentena las encuentra más expuestas, el 72% de los femicidios ocurridos tuvo lugar en la vivienda de la víctima”, explicaron desde el Observatorio de las Violencias de Género “Ahora Que Sí Nos Ven”.

Las Mujeres de la Matria Latinoamericana coinciden: “Las violencias machistas no cesan y en contextos de aislamiento obligatorio deben potenciarse los recursos del Estado vinculados al acceso rápido y efectivo a la Justicia, autonomía económica de víctimas, acompañamiento a niñes y familiares de víctimas de Femicidios, dispositivos electrónicos a agresores, fortalecimiento de Áreas de Atención en provincias y Estados Locales, entre otros/as”.

La Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP) también publicó un comunicado donde insisten, como otras organizaciones, que el “quedate en tu casa” tiene un riesgo muy alto para las mujeres, travestis y transgénero, que conviven con sus agresores, y también para los niños y niñas víctimas de abuso. “No solo por el aumento de la violencia en sí, sino también por la falta de redes, la reducción de las posibilidades de pedir ayuda, de poder hablar con otras”, explicaron.

También matan a las hijas

En Puerto Iguazú, Misiones, una bebé de 2 meses recibió un disparo y murió en el hospital. El que tenía un aire comprimido era su padre, de 40 años, que estaba discutiendo con su madre, de 19. Cuando llegaron al hospital, los médicos dijeron que el cuerpo de la nena tenía un orificio de entrada y salida a la altura del esternón. Esa era la causa de su muerte. Su padre fue detenido.

En Monte Chingolo, Abel Romero asesinó a su novia Cristina Iglesias y a la hija de Cristina, Ada, de 7 años. Cuando la hija mayor de Cristina llegó al lugar, alertada por unos mensajes extraños de su madre, el asesino estaba ahí. “Cristina fue a pasar la cuarentena a la casa de una amiga con la nena”, le dijo. Y escapó.

Romero fue a la casa de su hermana, se llevó las llaves y el documento de Cristina. Antes, había apuñalado y enterrado a las dos en el patio. Cuando la policía fue a la casa de Cristina con perros, descubrieron los cuerpos.

Fueron esos femicidios los que provocaron que la indignación llegara a otro punto, que se pensara una forma de salir a manifestar sin romper la cuarentena. Por eso, a las seis de la tarde del 30 de marzo los ruidos en los balcones no felicitaban a los médicos y médicas, sino que pedían justicia por este crimen y por todas las mujeres muertas en aislamiento.

Antes de que terminara marzo, en Lules, provincia de Tucumán, Leonardo Almirón, de 21 años, le dijo a Estefanía, su ex: «No la vas a volver a ver más, la voy a matar». Habían discutido, él se había llevado a Solange, la hija de los dos. Leandro cumplió: asesinó a su hija de dos años, la colgó de un árbol. Y se suicidó.

¿Quiénes son los que matan?

El 28 de marzo, en pleno centro salteño murió María Leonor Gine, de 70 años. Por el operativo policial, parecía que en algún departamento de algún edificio de esa cuadra había un infectado con coronavirus. Pero no. Había huellas de sangre en la cocina y su nieto, Agustín Morales, que vivía con ella, se había escapado. El chico, según los medios locales, tenía problemas de adicción.

A las pocas cuadras la policía lo encontró. Ahora está imputado, junto a dos amigos, por  homicidio agravado por el vínculo y por ensañamiento y alevosía y violación de medidas dispuestas por autoridad competente para impedir la propagación de una epidemia en concurso real.

Días después, en Tigre, provincia de Buenos Aires, a María Florencia Santa Cruz la colgaron de un alambrado con una campera al cuello. Semidesnuda. Las cámaras de seguridad habían grabado a un hombre de 32 años con quien había llegado al lugar de su muerte. Se llama Santiago Hernández, la policía lo detuvo en su casa. Cuando lo encontraron, tenía heridas en los brazos.

Romina Videla tenía 37 años y vivía en Melchor Romero, a las afueras de La Plata. Héctor Carrizo, 60 años, su pareja, un jubilado del Servicio Penitenciario Bonaerense, prendió fuego su casa y le impidió salir. Ella estuvo internada en el hospital en terapia intensiva, con respirador artificial y en coma inducido. Murió en una cama del Instituto del Quemado. Los vecinos sabían que él solía encerrarla.

Alejandra Sarmiento tenía 22 años y vivía en el Gran San Miguel de Tucumán. El hombre que la mató tenía 55. Él, Edmundo Martínez, era el padre de sus hijas más pequeñas. La atacó a cuchillazos en la calle.

A Estela Florentía, de 40 años, la encontró su hija de 18 con un escopetazo en la cabeza. A los pocos metros, en ese establecimiento rural de la localidad Ayacucho, había otro cuerpo: el de su femicida. José Alberto Urtizbiría, de 61 años, se había suicidado.

La lista sigue: a Pamela Cardozo la mataron en Corzuela, provincia de Chaco. Tenía 28 años. A María Yusco la mató un hombre que había estado preso por trata de personas. Lo hizo frente a su hija de 7 años, en Escobar.

Camila Torocco tenía 26 años. Estaba desaparecida desde el 4 de abril. La encontraron once días después en Moreno, dentro de una bolsa y enterrada a 200 metros de la casa de su ex novio, y padre de los dos hijos, Ariel Alberto González, quien cumplía una prisión domiciliaria a causa de una denuncia por violencia de género. Dos días antes de que apareciera el cuerpo de Camila, Olga Verón, de 37 años, había sido estrangulada por su marido, Víctor Cáceres, en el mismo municipio de la provincia de Buenos Aires.

Jessica Minaglia era docente. Trabajaba en Piedra Buena, Santa Cruz. Tenía 30 años. Fue asesinada el 15 de abril. El principal sospechoso es un policía.

Cuando Soledad Carioli entró al hospital de Chivilcoy, los médicos la aislaron: tenía síntomas de coronavirus. Del enemigo invisible. El test dio negativo, pero otros estudios médicos revelaron que su enemigo había sido el visible. Soledad tenía fracturas de maxilar, costales y edema encefálico. Su pareja, Flavio Emilio Pérez, fue detenido por “lesiones graves y abandono de persona”. Soledad murió por una neumonía grave. Tenía 22 años.

María Solange Diniz Rabela también era joven. Vivía en la aldea mbya guaraní Taruma Poty de San Vicente, Misiones. Marcelo Núñez, su pareja, cacique de la comunidad, le dijo a los demás que ella había fallecido de coronavirus. La quemó y la enterró.

Con la excusa de llevarle comida a los hijos, Mario Ernesto González, ex pareja de Paola Pereyra, llegó a la casa y le disparó con una escopeta en la cara. Fue en Florencio Varela el 17 de abril.

En La Madrid, una ciudad tucumana de 2.800 habitantes, Natalia Coronel fue asesinada. Es la última víctima conocida de femicidio en el país. Tenía 37 años. Su marido, Juan Carlos Salvatierra, la mató a golpes.

Desaparecidas y encontradas

Claudia Repetto estaba desaparecida desde el 1 de marzo. El sábado 28 encontraron su cuerpo en una zona de acantilados de Mar del Plata. Ricardo Rodríguez dijo que la mató por celos. Priscila Martínez desapareció el 23 de febrero en Santiago del Estero. Estaba enterrada en la casa de su tío, un hombre que tenía denuncias por abuso sexual. Priscila tenía 15 años.

A Romina Leiva la prendió fuego su hijo Miguel Ángel Beresvilj. El 11 de marzo llegó al hospital con el 80% del cuerpo quemado. Tenía 39 años, vivían en Bella Italia, una pequeña ciudad de Santa Fe. Murió el 1 de abril. El 18 de marzo Roxana Casimiro fue atacada en un club en Catamarca. No se sabe quién la mató. Sólo que quedó internada con muerte cerebral y murió el 3 de abril.

Por casos como los de Claudia, Priscila, Romina y Roxana se abre una nueva pregunta: ¿cuántas mujeres fueron asesinadas durante la cuarentena pero aún no lo sabemos? ¿Cuántos cuerpos violentados hay en baldíos, enterrados o tirados? Estos femicidios aún no forman parte de las estadísticas, de las asesinadas durante el aislamiento.

Como dijo la intelecutual feminista Dora Barrancos, “el patriarcado no tiene cuarentena”.

Si sufrís violencia de género llama al 144, o escribí por WhatsApp a estos números: a través de los números 11-2771-6463, 11-2775-9047 y 11-2775-9048. También podéis hacerlo por mail  escribiendo a [email protected]