4/4/2020
Juan
La Segunda Guerra Mundial estaba en pleno apogeo: en los campos de concentración nazis hacían experimentos médicos infectando a los judíos con Tifus; Japón ya había bombardeado Pearl Harbor y Estados Unidos presionaba al resto de América para salir de la neutralidad. En Argentina terminaba la década infame con el Golpe de Estado a Ramón Castillo. Ya empezaban a verse los métodos que se volverían sistemáticos unas décadas más tarde: picana, persecución, asesinatos y desaparecidos.
Ese era el mundo, esa era la Argentina cuando nació Juan Nazareno Risso, el 3 de septiembre de 1942 en General Pirán, un pueblo al borde de la ruta 2 que no llega a los tres mil habitantes y que pertenece al partido de Mar Chiquita.
Eran tiempos de estar en la calle, todavía no existía la televisión, todavía la diversión no se importaba. Los amigos, la esquina, la barra, el potrero. El fútbol en esa época era muy distinto y jugar en primera era el sueño del pibe.
El día que Juan Nazareno Risso debutó, en el Bosque llovía tanto que no se veía el arco de enfrente. En el mediocampo había pedazos enteros de tierra sin césped que pronto se convirtieron en barro. Sus zapatos, de cuero igual que la pelota, absorbían el agua y se volvían cada vez más pesados. Veinte minutos antes que termine el partido, la lluvia paró. Ganaron 1 a 0. Fue el 12 de noviembre de 1960, faltaban cuatro partidos para que termine el campeonato y Gimnasia venía mal, pero algo empezaba a cambiar.
Risso media 1,71 metros, tenía 18 años y era mediocampista. Jugó 16 partidos en Gimnasia y Esgrima La Plata entre 1960 y 1964. Cuenta que un cazatalentos lo descubrió y que su padre firmó los permisos porque todavía era menor de edad. “Había un par de señores que me pagaban para jugar al fútbol. Yo hubiera jugado gratis”, dijo Risso en julio del 2016, cincuenta años después, en una entrevista para el diario Hoy que puede verse en Youtube. En la filmación, con un brazo apoyado en la mesa de su casa, Risso se ríe mirando más allá de la cámara.
El 7 de mayo de 1961 Risso marcó su primer gol. Fue contra Huracán. Unos meses después marcó el segundo ante Lanús. Nada impactante hasta ahí. Uno de los hitos de su carrera futbolística ocurriría unos años después: fue convocado a la Selección Argentina en los juegos olímpicos de Tokio en 1964. La selección de Roberto Perfumo quedó afuera en la primera fase después de perder 3 a 2 contra los japoneses.
“Juan era simpático, una buena persona, afable”, recuerda Daniel Bayo, un ex compañero de aquél equipo de Gimnasia que debutó en primera exactamente el mismo día que Risso. “Era un compañero en un grupo grande, uno no conoce nada más que la fachada, si lo ayuda o lo perjudica en la cancha”, le aclara Bayo a Perycia. Lo que sí recuerda bien es que a partir de ese debut que compartió con Risso las cosas empezaron a cambiar para Gimnasia.Ya se abría paso el equipo histórico: el Lobo del `62.
Fue una formación que quedó para siempre en las páginas triperas, con una campaña inolvidable que incluyó un récord de 9 triunfos consecutivos. Al final terminaron terceros, detrás de Boca, el campeón, y de River. Desde entonces, para el mundo del fútbol, al equipo de Gimnasia se lo conoce como el «Lobo».
Dos años después, Risso fue fichado por el Athletic Club Ajaccien, un club de la segunda división francesa. Se volvió una pieza clave en uno de los equipos más recordados de la institución. Un año después, el conjunto galo ascendió a la primera división. Risso jugó 107 partidos en Francia, hasta 1970, cuando una lesión selló su destino. De regreso en Argentina, sin trabajo y con la vocación de médico frustrada por la edad, Juan Nazareno Risso se anotó en las filas de la policía bonaerense. El dictador Juan Carlos Onganía estaba al frente del gobierno. Seis años después llegaría la peor dictadura cívico-militar.
Marcelo
El día de la primavera de 1976, una patota armada de la Dirección de Investigaciones de la Policía de la Provincia de Buenos Aires -que dirigía Miguel Osvaldo Etchecolatz-, entró a la casa de calle 59 donde vivía Marcelo Benavides. Eran las tres de la mañana. Estaba con su papá, la mujer de su papá, y su hermana de 3 años. Primero interrogaron al padre, le preguntaron por Horacio, el hermano de Marcelo. Al final le ataron las manos a Marcelo, lo vendaron y lo sacaron de la casa.
Lo llevaron al Centro Clandestino “Pozo de Arana”, ubicado en 137 y 640, una de las terminales del “Circuito Camps”. A las 6 de la mañana lo sacaron para hacer un reconocimiento en la casa de Horacio, de la calle 7 entre 35 y 36. En esa casa también estaba su cuñada Estela Rossi, Enrique Sierra, Lucía Tartaglia, María Tapia y Domingo Alconada Moreira.
Cuando estalló la balacera, Marcelo estaba en un auto estacionado en la vereda. Ahí lo hicieron esperar mientras el Grupo de Tareas destrozaba la vivienda de su hermano.
—Este hijo de puta se nos escapó—, escuchó decir a un policía.
Ese día, las seis personas que estaban en la casa atacada lograron sobrevivir. A Marcelo lo golpearon y lo torturaron. Durante su cautiverio, lo dejaron atado y con los ojos vendados en un pasillo. Ahí habló con Walter Docters, otro cautivo, que le dijo que en ese lugar también estaba Pablo Díaz, uno de los estudiantes secundarios secuestrado una semana antes, durante el operativo que se conocería como la Noche de los Lápices.
Una semana después lo dejaron en la vereda de la Escuela Normal 1 de La Plata, en 51 entre 13 y 14.
El padre de Marcelo Benavides sabía que ese día lo iban a soltar. Se lo había dicho, a cambio de plata, un hombre que tenía un concesionario de autos cerca de la escribanía donde trabajaba. Ese hombre tenía amigos en el Ejército. Cuando llegó a su casa, Marcelo se enteró que su hermano había logrado escapar del operativo por los techos de las casas vecinas. Que junto a su mujer, todavía en pijama, había llegado hasta la casa de María Machiore y Guillermo Massigoge, la pareja amiga que los refugió.
Horacio
A Horacio Alejandro Benavides sus amigos de la militancia le decían “Chupete”. Su hermano no sabe bien por qué, pero cree que puede ser por sus labios carnosos. Platense, hincha de Estudiantes, divertido, amiguero, irónico y deportista (practicaba karate). Así lo recuerda Marcelo, que lo veía con la admiración de un hermano menor. En esa época eran muy compañeros. Además, tenían dos medias hermanas por parte de madre que vivían en Salta y una media hermana que estaba en La Plata con su papá.
Horacio hizo la secundaria en el Liceo Naval Río Santiago, y volvía a casa de sus padres los fines de semana. Por eso, recién empezó a militar en la universidad.
Se anotó en la Facultad de Derecho. En esas aulas compartió cursadas y militancia con Cristina Fernández y Néstor Kirchner. Horacio era uno de los dirigentes de la Juventud Universitaria Peronista (JUP) y formaba parte de la organización Montoneros.También trabajaba en el Departamento de Transmisión Gratuita de bienes, que dependía del Ministerio de Economía. Estaba casado con Estela Rossi, una compañera de la organización.
La emboscada
Ocurrió diez días después de haber logrado escapar. Ramón Carlos Velasco, Walter Omar Ale, Carlos Emilio Bordalonga y Juan Nazareno Risso manejaban un auto de civil. Estaban en un operativo de “rastrillaje personal”. Velasco, Ale y Risso formaban parte de la Dirección General de Investigaciones de la Policía bonaerense: la patota de Etchecolatz. Bordolanga era de la División de Cuatrerismo de La Plata.
Del operativo participaron al menos tres policías más que ya están muertos. Se movían en tres autos: un Citroën rojo, un Fiat 128 y un Peugeot 504. Horacio iba a la casa de Fernando Ireba, un amigo que lo esperaba para darle un bolso con ropa y documentos que le había preparado su papá para que pudiera irse de la ciudad. Desde el ataque del que se había salvado de milagro, su padre le insistía en que se fuera del país. Pero Horacio no quiso: quería quedarse a pelear.
Chupete caminaba por el pasadizo de un obrador de las torres administrativas que estaban construyendo en calle 12, cuando desde el auto un tipo lo señaló. Dos policías se abalanzaron sobre él. Las balas retumbaron en Plaza Moreno. Horacio, que iba armado, le disparó al sargento Carlos Horacio Sánchez, que también murió esa tarde.
Los cuatro policías, incluso el fallecido, fueron ascendidos por sus méritos en “la lucha contra la subversión”. “La Jefatura lo felicita, por cumplimiento de directivas que expresamente le fueron impartidas, lograron a través de un correcto accionar, donde dejaron claramente demostrada su capacidad, valentía y celo profesional, erradicar de la sociedad a elementos de suma peligrosidad lo cual redunda en prestigio para la institución'», se consignó en sus legajos.
“Fue abatido un jefe subversivo durante el tiroteo en 13 y 51”, titulaba un diario platense; “Matan a un jefe sedicioso”, decía Clarín. Ahí aparecía el nombre de Horacio y del policía muerto.
Era 30 de septiembre de 1976, a las seis de la tarde, frente a la Municipalidad de La Plata: Horacio Benavides cayó asesinado con dos tiros en la cabeza. Tenía 22 años.
43 años después
La causa, que tramita en el juzgado federal platense a cargo de Ernesto Kreplak, empezó con la denuncia de Marcelo Benavides en el 2016. Se animó a denunciarlo 40 años después, cuando escuchó en una radio abierta de la agrupación HIJOS al abogado de Derechos Humanos, Anibal Hnatiuk, hablar: mencionaba el tiempo que a veces les lleva a los familiares de las víctimas poder denunciar.
Marcelo Benavides no pudo hacer la denuncia antes. Su familia fue diezmada por la dictadura: tres primos desaparecidos; una prima que fue asesinada en la ESMA después de parir en cautiverio: el nieto número 98, que años más tarde le ganó un juicio al Estado para seguir usando el nombre y el apellido que le pusieron sus apropiadores. La familia Benavides reaccionó de formas muy distintas a toda esa violencia. Una de las tías de Marcelo, Jorgelina «Coqui» Pereyra, fue una de las fundadoras de Abuelas La Plata. Pero otros familiares, entre ellos sus padres, no pudieron salir a buscar justicia en ese momento. No tuvieron la fuerza para hacerlo.
Él tenía 18 años cuando mataron a Horacio. Sus padres estaban separados y su hermano era el centro de su núcleo familiar. Marcelo siguió sus pasos y dos años después se anotó en Derecho, se recibió, se convirtió en juez. Su vida era también una fuga hacia adelante: se casó, tuvo hijos, se fue a vivir a Neuquén. Se separó, y antes de jubilarse volvió a La Plata: su nueva compañera viví allí.
“Toda mi vida sentí dos cosas: un orgullo inconmensurable por él, y por los 30 mil: porque tuvieron la grandeza de dar su vida por lo que pensaban. Y mucho enojo porque deseaba tener a mi hermano mayor; enojo porque me perdí un compañero de vida; enojo porque mis hijos no pudieron tener a su tío”, le cuenta Marcelo a Perycia.
Huellas indelebles
Una vez hecha la denuncia, la Justicia empezó a investigar. “Después de mucho tiempo no es tan fácil conseguir pruebas”, explica Hnatiuk, actual Presidente del Patronato de Liberados bonaerense. A veces, es posible rastrear las pruebas de la burocracia dictatorial, que dejan una señal indeleble, un registro de su accionar. Cuando Marcelo le contó que el día que mataron a su hermano también había muerto un policía, buscaron los diarios de la época. Con el nombre del policía, le pidieron el legajo al Ministerio de Seguridad.
“Cuando pedimos el legajo vimos que tenía un ascenso post mortem. Buscamos la resolución en la que se había dictado ese ascenso y había otros policías ascendidos”, explica Hnatiuk. “Pedimos los legajos de todos. Algunos no tienen nada que ver con este hecho, pero otros sí. Se los felicitaban por haber participado en un operativo en el cual se había erradicado de la sociedad elementos subversivos, en alusión a Benavides, y en el que lamentablemente también había perdido la vida el Cabo Horacio Sánchez. Quedaba claro que todas esas personas habían participado”.
El nombre de Risso estaba en esa nómina. Así supieron que había participado en el asesinato de Horacio, en pleno centro de la ciudad. Hnatiuk cuenta que la investigación se demoró más de lo necesario porque el Ministerio de Seguridad, en ese entonces a cargo de Cristian Ritondo, tardaba mucho tiempo en responder las órdenes judiciales pidiendo legajos de policías. “En un caso tardó seis meses. No puede tardar tanto en buscar algo que está en un armario. No estamos hablando de algo que no se sabe dónde está, son los legajos de la policía que tienen un número. Una semana podés tardar, pero seis meses es una voluntad evasiva del cumplimiento de la norma”, afirma Hnatiuk.
Cuando el abogado ingresó al poder judicial, tuvo que dejar el caso, que asumió un equipo conducido por el abogado Pablo Lonto, del que participó, durante un tiempo, Ignacio Benavides, uno de los hijos de Marcelo, que también es abogado. “Que él haya recogido el guante de esta lucha para mí es un orgullo inconmensurable”, dice Marcelo.
A la espera de justicia
La Unidad Fiscal de Derechos Humanos de La Plata, a cargo del fiscal general Hernán Schapiro y el auxiliar fiscal Juan Martín Nogueira, pidió la detención y la declaración indagatoria de los cuatro policías imputados, en octubre de 2018. El juez federal Ernesto Kreplak ordenó las detenciones el 26 de noviembre del 2019, cuando consideró la existencia de elementos suficientes para acreditar la participación de los uniformados en el procedimiento.
En su resolución, Kreplak sostuvo que el homicidio de Benavides se encuentra enmarcado “en el contexto del plan sistemático de represión ilegal implementado por la dictadura cívico militar que ocupó el poder en nuestro país durante los años 1976 y 1983”. Además, escribió: «El secreto y la clandestinidad fueron elementos clave para oscurecer la verdad de los acontecimientos y procurar impunidad».
Durante sus indagatorias, los policías eligieron el silencio. Bordalanga siempre gozó del beneficio de prisión domiciliaria por cuestiones de salud. Risso, Velasco y Ale estaban detenidos en la Unidad 34 del Servicio Penitenciario Federal, ubicada en Campo de Mayo, hasta que el 19 de marzo el juez Kreplak les concedió el beneficio de la prisión domiciliaria transitoria por el riesgo de contraer Coronavirus. Los tres policías figuran entre los 16 liberados por la pandemia, de un total de 105 represores que con el mismo argumento pidieron volver al hogar (en 40 casos, el pedido fue rechazado). El magistrado lo hizo sin notificar a la querella ni a la familia Benavides. “Sobre esas domiciliarias transitorias pedimos la nulidad de la resolución que la dispone”, dice Nazareno Castro, uno de los abogados de la querella.
“Me resulta frustrante que personas que hayan cometido delitos de lesa humanidad sean beneficiados por un habeas corpus colectivo. No lo comparto desde lo jurídico y ni hablar desde lo emotivo”, dice Marcelo Benavides. Para él, el peligro de fuga es grande.
Estos tipo de arrestos domiciliarios no permiten que las personas tengan custodia policial. “Para una persona que después de cometer el delito pasó 44 años en libertad, que de pronto queda privada de su libertad acusada de un delito tan grave y que ahora el juzgado los autoriza a que puedan irse a su casa, el peligro de que se fugue es importante. Que el mismo juzgado que ordenó la detención ahora autorice la prisión domiciliaria… no lo comparto y me duele”, concluye el hermano de la víctima.
Daniel Bayo tiene 79 años, y en febrero de 2018, en el cumpleaños de 80 de aquél histórico plantel de Gimnasia, vio a Risso por última vez. “Para mí es como un buen cross a la mandíbula. No me esperaba esta noticia”, dice Bayo al otro lado del teléfono, cuando escucha, ante la consulta de este medio, que Juan Nazareno Risso está acusado de ser uno de los Lobos de Etchecolatz.