Publicada 23/3/2021
Por el año 1971, en su libro Partitas, el poeta Leónidas Lamborghini publicaba Villas, dedicado al médico y militante de la revolución argelina, Frantz Fanon. Así lo recordó en las redes sociales y en ocasión del tema que motiva este artículo, su hijo, Ulises Leónidas. El poema dice:
Los chicos mueren como moscas…los chicos mueren como moscas…-Distrofia: primer grado segundo grado tercer grado…la leche no la ven la carne no la ven…sopa…sopita…Distrofia: malamente…desnutridos: primer grado segundo grado tercer grado…Nacido en 1925 en Fort-de France doctor…en medicina se especializó…más tarde en psiquiatría…-Es cosa de agarrarse la cabeza pero…estas cosas hay que decirlas…estoy dispuesto a decirlas no a gritarlas…Las proteínas que están metidas en la carne no están metidas en…la sopa sopita las proteínas necesarias no las ven…es cosa. Nacido en 1925 para no gritar sino decir…hay que decirlas…alimentados malamente…-El 65 por 1000 mueren como moscas sin proteínas:…la carne no la ven…la leche no la ven (…).
Quizás sean las circunstancias, quizás, o la tradición de cierta sensibilidad trágica en una literatura que tuvo NOMBRE propio; y lo de caligrafía en mayúsculas no es error ni casualidad, pues este texto pretende tratar, entre otros tópicos, sobre la cuestión del nombre de los olvidados y crucificados sin otra causa que sus pobrezas de toda pobreza, y acerca de las expropiaciones violentas que padecen.
Desde que empieza a dar sus primeros pasos en la vida, el niño proletario sufre las consecuencias de pertenecer a la clase explotada. Nace en una pieza que se cae a pedazos, generalmente con una inmensa herencia alcohólica en la sangre. Mientras la autora de sus días lo echa al mundo, asistida por una curandera vieja y reviciosa, el padre, el autor, entre vómitos que apagan los gemidos lícitos de la parturienta, se emborracha con un vino más denso que la mugre de su miseria.
Me congratulo por eso de no ser obrero, de no haber nacido en un hogar proletario.
El padre borracho y siempre al borde de la desocupación, le pega a su niño con una cadena de pegar, y cuando le habla es sólo para inculcarle ideas asesinas. Desde niño el niño proletario trabaja, saltando de tranvía en tranvía para vender sus periódicos. En la escuela, que nunca termina, es diariamente humillado por sus compañeros ricos. En su hogar, ese antro repulsivo, asiste a la prostitución de su madre, que se deja trincar por los comerciantes del barrio para conservar el fiado.
Así comienza El niño proletario, del otro Lamborghini, Osvaldo, hermano de Leónidas, publicado en 1973.
Ambas menciones pretenden poner nuestro tema en contexto social e histórico, sin la necesidad de los anonimatos estadísticos. El paso desde aquel tiempo, la década del ’70 del siglo pasado al actual, y sin extrapolaciones que confundan, tan solo difiere, desde el punto de vista lo tratado, en los siguientes aspectos: hoy todo es más grave, más obsceno, y esa obscenidad tiene una explicación, el desarrollo de los dispositivos comunicacionales, en apariencias hasta el infinito y a una velocidad nunca antes registrada en el decurso de las tecnologías, proceso que ha ubicado a los medios de toda plataforma, formato y naturaleza, en el lugar del patíbulo como espacio, del verdugo como ejecutor, y de fraile o laico que según el caso y la época tuvo a su cargo el discurso explicativo, justificante y controlador.
Ella, que son miles
Desde este lunes a la mañana la mamá de Maia Yael Beloso busca desesperadamente a su hija, con quien vivía en situación de calle en el barrio porteño de Villa Lugano. Maia, una niña de siete años, se separó de su madre cuando un hombre al que habían conocido hacía poco tiempo, le prometió llevarla hasta un local donde le cambiaría su bicicleta por una más grande. A las nueve y media de la mañana el hombre se la llevó y nunca la regresó junto a su madre. La Fiscalía en lo Criminal y Correccional N° 54, a cargo de Laura Belloqui, lleva adelante la investigación, mientras que las fuerzas de seguridad nacionales y de la Ciudad buscan a Maia. El Ministerio nacional de Seguridad activó el Alerta Sofía, un sistema de difusión de búsqueda de niños, niñas y adolescentes extraviados, previsto para casos de extremo riesgo.
Maia y Estela, su madre, vivían en el cruce de la autopista Dellepiane y la avenida Escalada, en el barrio porteño de Parque Avellaneda. Según relató a este diario Gabriela Núñez, prima hermana de la mujer, “ellas tienen una casa en González Catán donde vive la abuela y los otros hijos de Estela, pero desde hacía varios meses estaban quedándose en Capital, en la calle”. Estela había conocido hace algunas semanas a un hombre que “cartoneaba” por la zona y que, según difundieron vecinos del barrio, se llamaría Carlos Alberto Savanz. “Él le decía a la nena que era linda, que quería ayudarla. Le traía galletitas y regalos, socializaba con ella todo el tiempo”, precisó Núñez, que además de familiar de la niña es vecina del barrio Cildáñez, y agregó que “el hombre le dijo a Maia que le iba a cambiar la bici por una más grande, más linda, pero cuando fuimos al local el dueño nos dijo que ahí no vendían bicicletas”. En el local, un negocio de compraventa de todo tipo de productos, no quedó registro de la supuesta visita del hombre y la niña. Al ver que Maia no volvía, la madre denunció lo ocurrido en la comisaría vecinal N°9, a cargo de la Policía de la Ciudad.
Este martes a la mañana, cuando se cumplían 24 horas del extravío de Maia, vecinos y vecinas del barrio Cildáñez que conocían a la mujer y a su hija cortaron la autopista en reclamo por la búsqueda. “Tienen tres móviles y los tienen estacionados”, reclamó a la Policía de la Ciudad una vecina, que se manifestaba junto a Élida, la abuela de la niña. “Por favor les pido que me la traigan, que me la devuelvan antes de que tenga que ir a un descampado a buscarla muerta”, señaló acongojada la mujer.
Así informaba el 16 de marzo pasado el diario Página 12, como tantos otros medios, escritos, televisivos y en soporte digital, acerca del hecho que en esos instantes se convertía en una suerte de caso testigo de última generación en cuanto a la trama de relaciones existente entre violencia / delito / crimen y medios de comunicación, trama que se completa desde el mecanismo de retroalimentación recíproca con el dispositivo político / punitivo del Estado (poderes políticos, judiciales, fiscales y policiales); siendo cuestiones todas que tienen abordajes académicos en la maestría Comunicación y Criminología Mediática de la FPyCS de la UNLP, de la cual soy docente e integrante de su Consejo Académico.
De Candela a Maia: víctimas
La danza macabra del disciplinamiento social se desplegó con todos sus atributos conocidos y otros quizás novedosos, aunque quizás sea más justo denominarlos de mayor intensidad.
En su momento, Vicky Castiglia estuvo a cargo de la cobertura periodística para el sitio AgePeBA del sonado “caso Candela” (la niña Candela Sol Rodríguez, de 11 años, fue secuestrada el 22 de agosto de 2011 y su cuerpo sin vida fue hallado el 31 ese mes) y de la posterior comisión investigadora del Senado bonaerense. Luego trató esos temas en su tesis de grado, en nuestra Facultad; y en la actualidad me acompaña en el dictado de clases de grado y de Maestría.
Como en “el caso Candela” y en casi todos los que se sucedieron referidos a niñas, adolescentes y jóvenes, y desde la perspectiva criminológica mediática, en el de Maia Yael Beloso acontece que, a la par de la investigación policíal /judicial, se abre una paralela en manos de los medios, que no cumple con ningún principio que no sea el de su propia estrategia comercial, política e ideológica.
La propia Castiglia, en conversaciones para la producción de este texto, aportó un dato insoslayable: los aparatos de sentidos tienden más a influenciar, condicionar y manipular a los conjuntos sociales e incluso a los agentes del Estados, que a la denominada creación de realidades.
En ese sentido es que se registran como “leyes” ciertas búsquedas y objetivos por parte de las estructuras mediáticas, dominantes o no, y en forma primordial por los canales y cadenas de TV: ganar la carrera del llamado raiting, porque significa mejores cuentas publicitarias –la acción mediática y las pertenecientes a “la política” como práctica profesionalizada y corporativizada, herencia “democrática” de la dictadura implantada al calor de la Doctrina de la Seguridad Nacional aúnan gestión del poder con negocios privados-; afirmarse y confirmarse como actores centrales en el terreno de las disputas políticas; y ejercer su influencia y predominio sobre las instituciones del Estado y sus funcionamientos, aclarando que en esa operatoria tiene lugar lo que antes se denominó aquí retroalimentación recíproca, mediante la cual el Estado y su acción punitiva acuden a los medios para su sostén y estos a su vez proveen al poder punitivo de mecanismos de convalidación social.
Valga lo siguiente a título de síntesis de lo explayado en el párrafo anterior: el sistema político, judicial y policial apoya toda operación de los medios ante la sociedad para construir poder; los medios actúan sobre ese sistema, a cambio de iniciativas públicas que favorezcan sus economías políticas; toda la trama así descripta controla a la sociedad para que se someta a ese escenario general, atemorizada, amenazada y penada, según las necesidades de sobrevivencia del propio sistema.
Un ejemplo de esto último nos los brindó el despliegue cuasi cinematográfico de fuerzas policiales, con centros de comando, aerotransportes y flotillas terrestres, y miles de efectivos en las calles, muchos de ellos entrenados y equipados para operaciones especiales distantes de lo que significa la búsqueda de un secuestrador en bicicleta sin documentos ni dinero, y con ministros de seguridad apareciendo ante cuanta cámara de TV se le pusiese adelante, nunca al azar, siempre en forma programada.
Modelos teóricos
Estamos en una crisis generalizada de todos los lugares de encierro: prisión, hospital, fábrica, escuela, familia. La familia es un “interior” en crisis como todos los interiores, escolares, profesionales, etc. Los ministros competentes no han dejado de anunciar reformas supuestamente necesarias. Reformar la escuela, reformar la industria, el hospital, el ejército, la prisión: pero todos saben que estas instituciones están terminadas, a más o menos corto plazo. Sólo se trata de administrar su agonía y de ocupar a la gente hasta la instalación de las nuevas fuerzas que están golpeando la puerta. Son las sociedades de control las que están reemplazando a las sociedades disciplinarias (…).
El hombre de las disciplinas era un productor discontinuo de energía, pero el hombre del control es más bien ondulatorio, en órbita sobre un haz continuo. Por todas partes, el surf ha reemplazado a los viejos deportes.
Es fácil hacer corresponder a cada sociedad distintos tipos de máquinas, no porque las máquinas sean determinantes sino porque expresan las formas sociales capaces de crearlas y utilizarlas. Las viejas sociedades de soberanía manejaban máquinas simples, palancas, poleas, relojes; pero las sociedades disciplinarias recientes se equipaban con máquinas energéticas, con el peligro pasivo de la entropía y el peligro activo del sabotaje; las sociedades de control operan sobre máquinas de tercer tipo, máquinas informáticas y ordenadores cuyo peligro pasivo es el ruido y el activo la piratería o la introducción de virus. Es una evolución tecnológica pero, más profundamente aún, una mutación del capitalismo(…).
Así alertaba hace treinta años el francés Gilles Deleuze acerca del cambio de paradigma represivo que vive el conjunto de las sociedades contemporáneas, cada una de ellas con sus peculiaridades culturales. Sostenía –y con enorme vigencia hoy– que las sociedades de control están reemplazando a las sociedades disciplinarias.
Desde la perspectiva del modelo teórico metodológico Intencionalidad Editorial (IE), que aplicamos al análisis de las rutinas y los discursos producidos y propalados por los dispositivos mediáticos a la hora de tratar sus agendas sobre violencia, crimen y delitos, observamos que, en el caso de la niña Maia se registraron con cumplimiento riguroso al menos dos de los múltiples vectores que prevé como posibles dicho enfoque metológico: transformación de las valoraciones / necesidades de las clases dominantes en valores “objetivos y universales”, con el objetivo de disciplinar y controlar a las clases subalternas; y repetición al infinito de noticias, informaciones y aseveraciones estigmatizantes.
Ya en 1967, con su obra La sociedad del espectáculo, el francés Guy Debord nos ilustraba sobre el resultado final de un accionar que, medio siglo después, se manifiesta con la perfección a la hora de convertir violencia, miedos y mecanismos punitivos en una panoplia teatral cinematográfica, y por ende espectacular, incluso son sus propio “starsystem” como si del viejo Hollywood se tratase.
Protocolos y…¿silencios?
Vimos que, ante lo que pasó a denominarse secuestro de la niña Maia, el Estados puso en acción la llamada Alerta Sofía, un programa protocolizado para la búsqueda de menores desaparecidos o extraviados, cuya vida se considera en peligro, que tensiona al plexo de fuerzas de seguridad con actuación en las áreas del hecho y convoca al todo el aparato mediático y de redes sociales, con el objetivo de movilizar a la población para que esté sensibilizada y en condiciones de aportar datos que ayuden en la búsqueda de la víctima.
Sin dudas que el mecanismo funcionó, a punto tal que la niña fue hallada gracias al dato aportado por una vecina, quien habría alertado a un móvil policial, y no desde el adentro mismo del despliegue espectacularizado que tuvo como estrella rambística al ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, Sergio Berni.
Sin embargo, se trata de un programa de “alerta” que amerita ciertas alertas acerca de sí mismo.
Convalida el despliegue informativo de los dispositivos mediáticos sin proponer de modo alguno rutinas y protocolos para evitar las operaciones manipuladoras por parte de empresas periodísticas y periodistas, tal cual la venimos analizando en este texto.
Es de una ingenuidad probablemente nada ingenua cuando, tras darle rienda suelta a una panoplia mediática desproporcionada, con el argumento de que la misma ayuda a encontrar a la víctima, propone un automático “no nombre” de la misma, con el difuso propósito de evitar su revictimización y proteger su identidad, la misma que fue divulgada a los cuatro vientos durante horas y días en una suerte de cadena privada de TV y redes sociales.
Apenas si nombres tenemos
La necesidad de eficacia en un momento preciso de lo que podríamos llamar una historia de los mecanismos de producción de sentidos, hizo que los intelectuales del monoteísmo de Occidente, al principio anónimos, y enfrentados al politeísmo como paradigma, crearon para el dios único el nombre Yahvé, que significa “Yo soy” o “Yo soy el que soy” y los otros dioses no existen, los dioses de los egipcios, de los asirios, de los babilonios no existen. Yo soy el único Dios que existe (en Moisés).
Es probable que el nombre de uno mismo y de cada uno de todos nosotros sean a la vez necesidad y deseo, de ser y de ser designados. Es acaso en ese contexto que podrían ser leídas las siguientes aproximaciones que el psicoanalista francés Jacques Lacan formulara en 1962: “La función del significante en tanto ella es el punto de amarra de algo donde el sujeto se constituye, he ahí lo que va a hacerme detener un instante hoy, en algo que me parece debe venir naturalmente al espíritu, no solo por razones de lógica general, sino también por algo que ustedes deben palpar en vuestra experiencia: quiero decir la función del nombre (…) el nombre propio. Y:lo que distingue un nombre propio a pesar de las pequeñas apariencias de acomodamiento es quede una lengua a la otra eso se conserva en su estructura, su estructura sonora sin duda; pero esta estructura sonora se distingue por el hecho de que justamente a ésta, entre todas las otras, debemos respetarla, y en razón de la afinidad, justamente, del nombre propio a la marca, a la designación directa del significante como objeto.
No es mi intención derivar el presente artículo hacia esos senderos, que exceden a nuestro campo, el más limitado de la comunicación en orden a los discursos mediáticos sobre violencia, crimen y delitos.
La idea sí consiste en recordar que son nuestros nombres casi las únicas pertenencias de las que, en principio, no nos pueden despojar, a menos que la violencia a la que seamos sometidos sea de una virulencia tal que nuestros cuerpos muertos deambulen entre las tierras de nadie como enes enes o, le permitamos a las máquinas mediáticas nominarnos con una vulgar letra, como la M, por ejemplo, amparados los titulares del poder en una suerte de falsa invocación o incomprensible protección de nuestra integridad e identidad.
Y tan peligrosa es la cornisa por la que nos obligan a transitar que, desde los mismo resortes de sentidos dominantes surgieron voces peritas y siquiátricas que danzaron sobre el dolor ajeno: en un canal de TV se oyó a una de esas voces sostener que si algo favorable surgió para Maia entre su tanto dolor, fue que, gracias a la movilización de los medios, por primera vez pudo sentir que alguien se preocupaba por ella.
No dijo nada sobre el anonimato de ese supuesto alguien, ni muchos sobre la bestia que dejaba salir de la jaula: la de los medios como productores de amor, de un amor tan siniestro como sus propias palabras.
Mientras tanto, la niña rota, que son muchas y tienen nombres; todas, esperan.
(*) Dr. Víctor Ego Ducrot. Cátedra Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia de la Maestría Comunicación y Criminología Mediática de la Universidad Nacional de La Plata