Los carteles empiezan y terminan siempre en el mismo lugar: los custodia la familia de Daiana Soledad Abregú desde el martes siguiente a que apareciese muerta en la Estación de la Policía Comunal de Laprida, cuando se dio inicio a una serie de marchas para pedir justicia. La familia se encarga de bajarlos del auto y volver a cargarlos en el baúl cuando la plaza queda vacía. Elles hicieron los más chiquitos que dicen: “Justicia por Dai”, “Justicia por mi tía” y tienen la cara del Intendente Pablo Torres con la inscripción “Vos también sos culpable”. Los más grandes, que llevan entre varias personas y dicen “Justicia por Dai” y “Nadie se suicida en una comisaría”, se los acercaron les vecines. Les mismes que les alentaron a movilizarse hasta tener justicia y saber la verdad.
Para las cinco de la tarde, el mástil de la plaza se convierte en un altar rodeado por vecinos y vecinas que se acercan para apoyar a la familia. Hasta allí se acerca Dana con su hija y una amiga, como en cada una de las marchas que hasta ahora se convocan día por medio. Ella, al igual que muchos otres vecines, habla de la hipocresía de un pueblo que supuestamente alza la bandera de la solidaridad, pero no se acerca a pedir justicia por una chica de 26 años que entró viva a la comisaría y nunca pudo salir. “Somos muchos, que no nos callen. ¿Qué pasa que no están acá? ¿No saben que mañana le puede pasar a cualquiera?”, grita en la puerta de la comisaría.
En la plaza hay gente que nunca jamás se cruzó con Daiana Soledad, pero que sabe que si no sale a la calle a pedir justicia, mañana puede pasarle a cualquiera de sus hijes: “Porque preso podés ir, pero tenés que salir vivo, no muerto”, dice Marcela, otra vecina que se acercó con una amiga y sus hijas al lugar.
Ningún funcionarie municipal está en la plaza. No están el intendente Pablo Torres ni su secretario de Gobierno, Nicolás Di Filippo. Ni María Necul, la directora de Equidad de Género y Promoción de Derechos. Tampoco Daniel Bayones, el secretario de Seguridad e Inspección General. En la plaza, las posturas sobre las causas y consecuencias que llevaron a la muerte de Daiana son disímiles y no están exentas de aprovechamientos partidarios. En un rincón observan la escena les concejales locales de Juntos por el Cambio, y dicen que no solo quieren apoyar a la familia, sino también conocer la verdad para que la policía sea la institución que “tiene que ser” en una localidad como Laprida, “porque sabemos que no todos los policías son iguales”.
—Hoy no vamos a putear a nadie porque hay suficientes pruebas y creemos que la justicia se va a encargar —se escucha.
Una a una las personas pasan por el mástil a retirar un cartel y se encolumnan atrás de la familia de Daiana Soledad. Hoy Laura, la mamá, no tiene ganas de hablar y le pasa la posta a su hija Antonella. Roberto, el papá, camina de un lado al otro, con un cigarrillo en una mano y un parlante en la otra. Ese parlante que hasta hace dos semanas hacía sonar cumbia a todo volumen mientras “Sole” —como elles le decían— limpiaba, y que ahora reproduce una y otra vez la canción de Sara Hebe que dice:
Nadie se suicida en una comisaría /
yo abortaría por si se hace policía /
Nadie se suicida en una comisaría /
los cuerpos hablan, no flotan río arriba.
“¡MAMÍ, PRESENTE!”
Laprida es una ciudad de once mil habitantes en el sur de la provincia de Buenos Aires, visitada turísticamente por ser el corazón de la obra del arquitecto Francisco Salamone, reconocida por tener un equipo fuerte de cestoball y que fue noticia en los últimos días porque una chica de 26 años apareció colgada de su campera de jean en una celda después de haber sido detenida por una contravención.
El informe policial publicado el lunes 6 de junio —un día después del hecho— habla de suicidio. La familia no les cree: “Si hay algo que yo sostengo es que ella no se quería matar, nunca quiso hacerlo”, dijo Laura, la mamá de Daiana Soledad, en su casa. La familia quiere que la carátula de la causa se cambie de “Averiguación de causales de muerte” a “Homicidio culposo”. Es decir, que se investigue si Daiana murió por la por imprudencia, negligencia o impericia de los policías que estaban a cargo de la comisaría.
Desde el día de la muerte de Daiana Soledad, la familia y les vecines recibieron comentarios de personas que estuvieron detenidas en el mismo sitio y que cuentan experiencias que hacen parecer que la violencia institucional no es algo tan raro como parte de la comunidad cree.
A la sospecha de la familia se le sumaron una serie de eventos desafortunados que cada vez les aleja más de la versión oficial: tres horas pasaron desde la muerte de Daiana Soledad hasta que la familia se enteró. A Roberto le duele sentir que todo el pueblo sabía que “La Sole” —como él la nombra— estaba muerta antes que elles. Casi un día tardaron en poder ver y reconocer un cuerpo que, para elles, tiene muchas más marcas que las que debería tener el de una persona que decidió quitarse la vida, un cuerpo que todavía no está en un nicho porque se está evaluando la posibilidad de una segunda autopsia. Un cuerpo que hasta que no haya justicia, no va a descansar en paz, como dice uno de los trapos que se pintaron para la marcha.
La columna ocupa la avenida San Martín y dobla en la esquina Carlos Pellegrini hasta llegar a la comisaría, custodiada por cerca de veinte policías. La protesta es pacífica: a diferencia de las primeras movilizaciones en las que se quemaban gomas y se cuestionaba a los uniformados, esta vez nadie se enfrentó a los policías. En cambio, cantaron y gritaron pidiendo Justicia por Dai.
Roberto es el encargado de ubicar el parlante en un lugar donde todos escuchen. Laura llora abrazada a su nieto Tobías, que de a ratos dice “MAMI” para que todas las personas que están detrás de él le respondan “¡PRESENTE!”. Un cartel se destaca entre todos los demás, el que dice: “¿Quién nos cuida de la policía?”
Cuando la gente se calla, Leo grita. Durante toda la tarde se va a dedicar a encabezar la marcha, repasar las pintadas de la calle —frente a la municipalidad, en la puerta de la comisaría y en la esquina de San Martín y Pedro Pereyra— con un aerosol blanco y dejar la garganta cada vez que dice “Justicia por Daiana” y la gente le responde “¡JUSTICIA!”. Pasaron dos semanas y el amigo de Dai, con el que pateaba las calles de Laprida todos los días, con el que contaba para todo cuando tenía una relación conflictiva y el resto se alejó, no lo puede creer. El día que se enteró de la noticia, se puso pálido y salió corriendo para la casa de la familia. Desde ese momento, se dedica a luchar para que se haga justicia por Daiana y para que no vuelva a pasar. “Queremos hacer marchas pacíficas, porque a los pobres siempre nos tildan de quilomberos, y nosotros solamente queremos saber la verdad”, dice.
“CUANDO MI HERMANA REGRESE VENGO A LIMPIAR TUS CALLES”
Entre las decenas de personas que se agruparon enfrente de la comisaría, sosteniendo un cartel que dice “Cuando mi hermana regrese vengo a limpiar tus calles”, está Daiana Antonella, una de las tres Abregú que tienen el mismo primer nombre. Antonella, que desde el día que se enteró de la noticia fue la que se puso al frente de la burocracia de la investigación, dice que hay bastante menos gente que en las marchas anteriores, pero que ellxs van a seguir estando porque siempre van a ser —por lo menos— nueve: la cantidad de hermanxs que quedaron después de la muerte de Daiana Soledad .
El mismo domingo 5 de junio, llegó desde La Plata con su abuela y sus tías, y sin quererlo empezó a hablar con abogados, con periodistas, con organismos de Derechos Humanos, con Ignacio Calonje, titular de la Fiscalía Especializada en Violencia Institucional y Delitos Carcelarios de Azul, y con todas las personas involucradas en la causa. Dos semanas después de perder a su hermana, necesita volver a La Plata para retomar su vida cotidiana pero tiene miedo de lo que pueda pasar cuando no esté siguiendo el minuto a minuto y sus padres tengan que hacerse cargo de decidir entre tanto dolor.
La marcha termina una hora después de haber empezado con una ronda en la esquina de Pedro Pereyra y San Martín. Todos los cruces quedan obstaculizados durante el tiempo que Leo tarda en pintar el nombre de Daiana Soledad y la fecha en la que entró a la comisaría (05/06/22) en la senda peatonal. Los autos hacen marcha atrás, desesperados por salir de la fila; otros tocan bocina.
En la esquina, una persona le dice a otra que entiende lo que pasa, pero que no hay derecho de que corten la calle. Lo que no sabe es que la mujer con la que está hablando está marchando desde la cinco de la tarde y no va a tardar en contestar que la chica también tenía derecho a seguir con su vida, a disfrutar de su hijo de nueve años y de su familia.
“Lo que más cuesta es la noche, porque a la tarde viene gente, pero cuando cae el sol y nos sentamos a comer con mis hijos y nietos, hay una silla que queda vacía”, dice Roberto, que conoció a Laura cuando las tres Daianas eran chiquitas y las crió como si fueran suyas. El hombre se quiebra, prende una vela en el mástil y le agradece a toda la gente que se acercó. Después junta los carteles y los vuelve a meter en el auto hasta el martes, que va a volver a ocupar la plaza con toda su familia para pedir justicia por su “Sole”.