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Correr el límite

Cristina Hendrickse: “Espero llegar a ser una jueza trans”

Es abogada y en agosto de 2022 se convirtió en la primera auxiliar letrada trans de la provincia de Buenos Aires. Trabajó defendiendo víctimas del corralito en 2001, en causas por la protección del medio ambiente en la Patagonia y fue perseguida por la policía. En 2019 volvió a Capital Federal para iniciar su transición.

 

Por: Florencia Legakis
Foto: Dan Damelio
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Cristina Hendrickse lleva unos anteojos de marco naranja y el cabello, de rulos bien formados, le llega hasta los hombros. Tiene una voz amable, aún cuando regaña a uno de sus gatos que insiste en entrar y salir del jardín de su casa de Villa Ortúzar. 

Recientemente fue nombrada como auxiliar letrada en el Tribunal de Trabajo N°5 del Departamento Judicial de San Martín. Se levanta todos los días a las 6 AM y emprende el camino desde el barrio de las industrias hacia la zona norte. Durante su jura, mencionó a las activistas travestis Lohana Berkins y Diana Sacayán “en pos de un Poder Judicial más inclusivo». 

Cristina nació en 1964, en el barrio de Flores. Su madre Celia y su padre Alberto, ambos empleados de comercio, criaron a tres hijos: Rodolfo, Patricio y Cristian. 

—Yo te compro un vestido, Cristian, pero no tengo más plata. Si te lo compro, vas a tener que usarlo siempre, a pesar de lo que puedan decir tus compañeros. Así que decidí bien qué querés hacer — le decía siempre la madre. 

Eran otros tiempos. Durante la década del 70, hubo edictos que permitían a la Policía Federal perseguir y castigar hasta con 30 días de prisión a toda aquella persona que vistiera con ropa “contraria a su sexo”. Entre las advertencias de su madre y el riesgo de época, Cristina Hendrickse tuvo que conformarse con la ropa de varón.  

A los 12 años entró al Liceo Militar General San Martín, siguiendo los pasos de sus hermanos. Allí recibió formación militar, se recibió como subteniente de reserva y pasó tres años en la Infantería de Marina. Pero la echaron por “falta de aptitud militar”, por lo que decidió inscribirse en la carrera de Abogacía de la Universidad de Buenos Aires. 

Cristina cuenta que haber visto tantas injusticias durante la llevó a estudiar abogacía. «Quería hacer justicia, sobre todo conmigo misma: yo era mi principal transfóbica«. 

Contra las injusticias

Cristina Hendrickse dio sus primeros pasos de militancia trabajando en el Banco Central, dentro de una agrupación sindical, mientras cursaba los últimos años de facultad.

Se recibió orientada en Derecho Laboral y en 2001 trabajó junto a una compañera presentando amparos para aquellas personas que no podían sacar sus dólares del banco, víctimas de la crisis económica más conocida como «el corralito». 

A fines de ese año se separó de su pareja, la madre de su primera hija, y buscando un poco de tranquilidad se fue a vivir a Epuyén, a cuidar la casa de una prima. Allí se encontró con “otro problema”: el proyecto de instalar una mina de gran escala a cielo abierto en Esquel, lindero al Parque Nacional Los Alerces.

El interés de Cristina Hendrickse por las causas sociales la llevó a fundar junto a otros compañeros, abogados y abogadas ambientalistas, el movimiento “No a la Mina Esquel”. Años más tarde, colaboró con la defensa del caso Gumersindo Vergara, un hombre que apareció ahorcado en una comisaría de El Hoyo de Epuyén, razón por la cual la policía comenzó a perseguirla. 

Se mudó a Neuquén. En Loncopué conoció a Lili, su actual esposa. Tiempo después de vivir allí, mientras trabajaba para un sindicato, se enteró de que el cura del pueblo había denunciado la contaminación del Arroyo que lleva el mismo nombre que la localidad. Fue así que Cristina Hendrikse decidió denunciar a la Provincia de Neuquén. 

—Recuerdo que yo recién me iniciaba (en la carrera), y ella ya estaba yendo a la Corte defendiendo a gente vulnerable y causas perdidas. Casos que no eran rentables, pero lo hacía solo porque era justo—recordó Luis, un compañero que Cristina conoció en el Liceo Militar. 

Para Pablo, uno de sus amigos del Liceo, Cristina es una persona «valiente, terca e idealista”. Se conocieron a los 12 años, y la acompañó, como el resto del grupo, en su transición: “A lo largo de su vida ha defendido a muerte ideas y creencias, muchas veces opuestas o contradictorias, pero siempre con mucha vehemencia”, cuenta a Perycia. 

Transicionar

—Ustedes no van a tener problema, pero sí tus hijas. Los niños son crueles, las van discriminar, a hostigar. Te sugiero que vuelvan a Buenos Aires—, le recomendó el médico a Cristina en su primera consulta. 

Cuando Cristina Hendrickse decidió transicionar, habían pasado siete años desde la sanción de la ley de Identidad de Género: “Cuando se murió mi mamá me sentí liberada. Dije: ‘ya estudié, ya me recibí, ya trabajé, ahora llegó el momento de ser yo”, asegura a Perycia. 

La ley le permitió descubrir que lo que a ella le sucedía “no era una enfermedad, sino que era un derecho humano”. 

—Una vez que lo acepté, lo hablé con mi señora. Primero gestualmente, cambiando mi aspecto, el cabello, las uñas… Quizás ella no lo quería ver. Hasta que un día mi hija le dijo ‘mamá no te das cuenta, un día Cristian va a venir con pollera’. 

Apenas volvió a Capital Federal, comenzó clases de timonel. Cristina confiesa que no extraña la Patagonia tanto como comerse una fugazzeta rellena en El Imperio de la Pizza o en Guerrin. Comenzó el camino de la transición de género atravesando todas las barreras que la obra social le quiso imponer, pero presentó un amparo y ganó la partida.

El juez Francisco Javier Ferrer, titular del Juzgado en lo Contencioso Administrativo N°23 de la Ciudad de Buenos Aires, declaró que la negativa de la obra social era “ilegal y arbitraria”. A mediados de octubre, dos años después de la denuncia, accederá finalmente a la cirugía de reasignación de género, como lo establece el artículo 3 de la ley de Identidad de Género

Cristina Hendrickse trabaja además como docente de Historia y Construcción de la Ciudadanía en colegios de educación secundaria. Le gusta la docencia, dice que su parte favorita es el desafío que los nuevos tiempos le imponen: ya no basta con la tiza y el pizarrón, hay que apelar al humor, hacer un show de stand up para que los chicos presten atención.

Este año, frente a la resolución de la ministra de Educación porteña Soledad Acuña sobre la prohibición del lenguaje inclusivo, Cristina recibió un mail de la vicedirectora de la institución que le notificaba que no podía usar la “x” ni la “e”: 

— Yo esto no lo voy a obedecer, va contra mí misma, viola los derechos humanos, afecta mi salud. Hay diversidades en el alumnado— le contestó.

Su decisión se hizo viral y llegó hasta los estudios de televisión de los programas de Eduardo Feinmann y Paulo Vilouta. 

En 2019 se postuló a concejala por el Frente de Todos de San Vicente: “Hubo un avance muy fuerte de la derecha y yo entendí que tenía que participar, que podía aportar a la campaña. Si después había una carrera política o no era incidental, no era mi objetivo”. 

El objetivo de Cristina Hendrickse es llegar a jueza, aunque sabe bien que “muchos se van a escandalizar”. “¿Cómo va a haber una jueza trava? Si las travas están para la zona roja, o para el espectáculo y hacernos reír”, dice con ironía. Para explicar esto, Cristina remarca la importancia de la ley de cupo trans, y cómo la sociedad tiene un porcentaje de desocupación del 6% mientras que el colectivo tiene uno del 85%: “es una problemática multicausal, y una de ellas es la discriminación”, afirma a Perycia.

A futuro, Cristina planea inscribirse en una capacitación de posgrado en Derecho Laboral y en los concursos para la docencia en la Universidad de Buenos Aires, y de esta manera, sumar puntos para la próxima vacante para jueza del Trabajo. 

— Espero llegar a ser una jueza trans, y que todos vean que las trans podemos hacer cualquier cosa. Si nos dan capacitación, si no nos excluyen, tenemos posibilidad de hacer lo que queramos.