25 de noviembre de 2022
“El día que yo me muera no tienen que llorar, tienen que bailar, tienen que cantar, hacer una fiesta en la plaza porque hice lo que quise y dije lo que quise”.
Hebe de Bonafini tuvo un deseo. Y un repaso rápido por la historia de las últimas décadas, desde la dictadura militar del 76 a la actualidad, nos deja ante una verdad evidente: los deseos de Hebe, por más personales que parezcan, son colectivos.
La ronda de Madres de Plaza de Mayo número 2.328 fue la realización de este que, aunque parece el último, no lo es. Porque como se lee en carteles, banderas, remeras y grafitis en la plaza, hay otra verdad evidente: Hebe es eterna.
Este domingo, tras anunciar su muerte, la Asociación Madres de Plaza de Mayo hizo pública la invitación para acompañarlas en la ronda de los jueves y así despedir a Hebe. La convocatoria desbordó la plaza: militantes, organizaciones políticas y de Derechos Humanos, y funcionarios del Estado se encolumnaron tras sus banderas.
También se acercaron jóvenes, viejxs, hombres y mujeres tomados de las manos de sus hijos e hijas para acompañar la ronda que, por la multitud, fue alrededor de las calles que bordean la Plaza de Mayo. Estuvieron allí despidiendo a su compañera Visitación de Loyola, con sus 98 años, Josefa de Fiore, de 91, Carmen Arias, de 81. Irene de Chueque llegó desde Mar del Plata y Sara Mrad, de Tucumán.
Hebe pidió cantos. Hubo. Bajo un sol arrasador que marcó 34 grados de sensación térmica, con la gente alineándose en la sombra de los pocos árboles de la plaza, se corearon dos principios: “Madres de la Plaza, el Pueblo las abraza” y “A donde vayan los iremos a buscar”. Luego de la ronda, como es tradición cada vez que fallece una de las Madres, las cenizas de Hebe fueron colocadas en un hoyo que se cavó en el jardín que rodea a la Pirámide de Mayo. También plantaron un jazmín y rosas blancas.
Hebe está con nosotrxs
—Hebe no se fue, Hebe está con nosotros —dice por los altoparlantes Visitación de Loyola con su voz impregnada de ternura—. Me hizo una jugadita porque era yo la que me tenía que ir primero. Pero acá estamos, siguiendo su lucha, su ejemplo y sus consejos.
—Qué humildad, loco —comenta un hombre a su compañero con quien sostiene una bandera frente al escenario, entre la gente que escucha atenta las palabras de despedida de las Madres.
Más allá, en la fuente, acalorados buscan refrescarse. En las calles, vendedores ambulantes gritan “agua fresca” y los militantes recuerdan constantemente que a donde vayan los iremos a buscar. Sobre unas mantas, pines, remeras, gorras a la venta con la cara de Hebe, del Diego, de Eva y de Cristina.
Dos amigxs hablan sentados en el pasto, a un costado, entre el escenario y la Casa Rosada. Él dice que cuando se enteró de la muerte de Hebe le pasó algo parecido que con el Diego porque ambxs eran “hábiles declarantes, no por estrategas, sino porque dicen lo que vos querés escuchar como Pueblo”.
—Hebe nunca tuvo pelos en la lengua y siempre fue generosa —agrega él. Ella asiente mientras mira a la multitud, al escenario, a los pibes que se tiran agua, a las mujeres que se levantan el pelo en rodetes altísimos.
—Algunos destacan al amor como lo que motoriza pero me parece que más que nada hay que tener grandes ovarios —dice él, de nuevo— Hoy podemos hablar del amor y blabla pero viene el odio y te tira dos tiros en la cara y no sale el proyectil o te desaparece un pibe.
Desde el escenario, cuando llega su turno, Chueque rescata una frase de Hebe que parece hilar con los pensamientos del pibe: «La política no es un camino para conseguir un cargo, sino para construir un proyecto donde la distribución de la riqueza esté en el pueblo, donde la vida es vida, donde garanticemos que los niños sean felices».