18 de junio de 1982 en el frío del Sur. Los párpados eran plomo, lo habían dopado. Cuando el de adelante en la fila avanzó, dejó de mirar la foto de Playboy en la pared y puso la bandeja sobre la mesa. Había bajado 15 kilos en 3 meses y ahora no podía creer la cantidad de comida que había delante suyo. El barco avanzaba por las frías aguas del Mar Argentino.
18 de junio de 1982 en el calor del Norte. ¡Vamos Argentina! Este si que es el campeón. Bertoni, Ardiles y dos veces Maradona, le regalaban al país que miraba por televisión un 4 a 1 frente a Hungría. El equipo de Menotti había perdido el primer partido del grupo 3 frente a Bélgica.
Sur. La mano le temblaba mientras se servía, cuando por los parlantes del gran Camberra comenzó a hablar el Mayor Carrizo. Con voz de mando, explicó a cada uno de los casi adolescentes soldados cómo moverse en el barco. Les habló de la hora de la comida, de cómo ir a buscarla y del comportamiento que debían tener en los camarotes. Al finalizar, cambió el tono. Por primera vez desde abril, habló a sus subordinados en un tono amable, hirientemente amable. Les contó que en España, Argentina había goleado a Hungría.
Norte. Ahora sí se podía soñar con la clasificación. Faltaba ganarle a El Salvador y misión cumplida para esa camiseta que había gritado campeón cuatro años antes en el Monumental de Buenos Aires.
Sur. El Camberra se sobresaltó. Los prisioneros argentinos, algunos de ellos dopados, comenzaron a gritar. Los británicos se asustaron y prepararon sus armas. Parecía un levantamiento. Tuvieron que explicarles con señas que lo que festejaban era sólo un triunfo deportivo.
Cuando se cumplieron 22 años de Malvinas, la locura del borracho, también se cumplieron 22 años del Mundial de España, el primero para el pibe de Fiorito. En ese junio de 2004, La Pulseada reunió a ex combatientes de La Plata con una pregunta: ¿Estaba el fútbol en las trincheras?
«El 11 de junio, el momento del combate final, fue unos días antes que jugara Argentina su primer partido. El 11 a la noche -cuenta Rodolfo Carrizo- tuvimos un combate muy largo; terminamos bastante extenuados y aturdidos. Fui al hospital y después, más o menos a las 6 de la tarde, me mandaron a un lugar sobre la ruta. Era como un pozo en una bahia que tiene Malvinas. Ahi estuve con cuatro o cinco soldados de mi compañía y otros del Regimiento 7. A la noche, como a las 12, nos pusimos a escuchar con una onda que se escapaba, el partido de Argentina con Bélgica que perdimos 1 a 0. Ese día, los combates habian mermado porque el del 11 había sido muy intenso y al otro dia eran más relajados, ubicando posiciones. Ya estábamos en repliegue más general, hasta el dia 14 que fue la vuelta».
«Escuchábamos Radio Colonia y Radio Provincia. Eran las únicas radios que agarrábamos, quizás por la ubicación de las antenas. Había un flaco -explica Gastón Marano- que envolvia la radio con alambre y no sé cómo carajo hacia pero lográbamos escuchar».
«Me acuerdo -sigue Carrizo- que fue decir ‘acá también perdemos’. Lo discutiamos con algunos de los pibes. Yo estaba con un muchacho, De Manzo, que consiguió unas latas de Fanta. ¿Sabes cuánto hacia que no se tomaba algo así? ‘No le des bola, decía. ¿Para qué vamos a discutir de fútbol?, si total acá también perdemos porque está todo armado»».
Es un martes a la noche en el Centro de Ex Combatientes Islas Malvinas de La Plata (CECIM). Hay asado, cerveza y la memoria puesta en 22 años atrás. El choque de los cubiertos se mezcla con los relatos.
Fernando Magno que, como todos los soldados, ya estaba de regreso cuando la selección jugó el segundo partido, cuenta: «Yo volvía en el Camberra. Al lado de donde nos servían la comida, había dos carteles. Uno era una foto de una mina en bolas y el otro, el resultado del partido. Después habló el Mayor Carrizo y dijo que habíamos ganado. Hubo tanto griterio que los ingleses pensaron que era un levantamiento y nos apuntaron con sus armas… Casi se arma un quilombo bárbaro».
«Era la locura. -continua Carrizo- La locura de tus amigos muertos y la alegría por el Mundial. Esas cosas que son muy difíciles de explicar. No lo pongas en término de contradicción, sino de desangustiarse. Fue como decir: ‘vuelvo a la vida, salí del infierno, mi cabeza deja de ser el miedo a la muerte y pasa a ser el Mundial’. Me acuerdo la forma en que el mayor Carrizo dio la noticia y de su tono cordial. ¡Qué hijo de puta!.. Se hacia el amistoso».
«El anuncio en el barco -explica Marano-, significaba ‘bueno, la vida sigue, sigue habiendo fútbol… No nos mataron».
Hugo Robert jugaba en la Liga Amateur Platense de fútbol antes de ir a la guerra. Era un wing veloz que debutó en la Primera de Everton con 17 años. Recién el 4 de abril aprendió a usar el Fal. Quizás por eso, por la inexperiencia, el miedo, la muerte, el hambre, el ruido y el frío, mucho no se preocupaba por el fútbol. «Me enteré del resultado con Bélgica un día por la tarde. Estábamos tratando de armar un cigarrillo. Yo estaba en la Compañía C a 800 metros de Longdon y en ese momento estábamos en el segundo repliegue… No le di ni cinco de pelota al resultado… ¡Qué me importaba!… Sabía que ni bien oscureciera nos bombardeaban de nuevo. Cuando Argentina jugó su segundo partido, yo ya estaba en el Camberra. Vi un cartelito con el resultado cuando me estaba sirviendo comida. ¡Yo lo que quería era comer! Había bajado 12 kilos. ¿Sabés lo que es pasar hambre? Te comés la carne cruda sin dudar ni un segundo… Al 4 a 1 no le di ni bola». Oscar Ibarguren jugaba de 10. Hizo inferiores en Gimnasia, Estudiantes y en Arsenal de Sarandí hasta la Sexta. Después jugó en Atalaya, Liga de Magdalena. «El Negro» fue a Malvinas como tirador de ametralladora. «Después de la rendición, a mi me llevaron al hospital de Comodoro Rivadavia. Éramos un montón los que estábamos ahi. Los primeros dias, las radios hicieron un llamado a la solidaridad de la gente para que nos trajeran frazadas, comida, ropa, zapatos y también televisores».
«No pararon de llegar camiones llenos – agrega Gabriel Sagastume que también estuvo en Comodoro-. El hospital se llenó de televisores. Había por todos lados y nos pusieron un partido de la selección, pero no me acuerdo cual, te juro…». «Si me ponían una película, la miraba igual – completa Ibarguren que regresó con una esquirla en la rodilla derecha-. ¿Cómo se podia jugar un Mundial mientras nosotros estábamos destruidos y otros habían muerto?»
El dia del partido con Hungría, Felipe Daniel De Luca viajaba en el Camberra y Raúl Pavoni que jugó de carrilero por derecha en Quilmes de Mercedes, lo hacía en el Bahia Paraíso. Ninguno de los dos se preocupó por la victoria.
El Camberra era un barco de lujo. Tenía todas las comodidades y navegaba a buen ritmo. Otro buque, el Irizar, en cambio, era mucho más chico. «Veíamos pasar al Camberra -cuenta Darío Montenegro- y no podíamos creer lo monstruosos que era. Darío trabajó desde los 9 años y fue a Malvinas con 18… «Sufrimos mucho en la isla, pero yo estaba acostumbrado a pelearle a la vida. Había muchos que estaban acostumbrados a vivir bien, a recibir todo de arriba como quien dice. Esos la pasaron peor, te lo puedo asegurar. Yo era el que iba al frente cuando había que ir a robar una oveja para comer o afanar algo de comida…». Ahora Darío está felizmente en pareja y lo repite sin cansarse. Trabaja de auxiliar en un colegio y cuenta que discute con docentes para que les hablen a sus alumnos de Malvinas. «¿El fútbol? Nooo, no me importaba. Yo iba en el Irizar cuando Argentina le ganó a Hungría, pero no le di bola».
La pelota en un sobre
Una de las cartas que recibió Oscar Ibarguren en la isla, hablaba del Pincha. Se la escribían los amigos. El Estudiantes del Narigón Bilardo se transformaba en uno de los cuatro mejores del Nacional y al año siguiente conseguiría el torneo Metropolitano. Los chicos le contaban a Oscar que habían ido a la cancha a ver al albirrojo frente a Quilmes y que habían ganado. Le decían que mientras festejaban se acordaban de él.
«Yo soy hincha de Boca, cuenta César Fidalgo, un petiso calvo a quien no le cuesta reírse y hacer chistes con los demás. Antes de ir a Malvinas solía ir a la bombonera a ver el Boca de Maradona. Un día, en Malvinas recibí una carta. Me contaban que Diego se iba al Barcelona, me quería matar».
Hugo Robert es hincha de Gimnasia (su hermano fue dirigente del Lobo). 1982 dolía para el tripero porque Estudiantes escribía las mejores páginas de la historia y Gimnasia estaba en la B. Las cartas que le mandaban a Hugo hablaban del ascenso. Otro hincha del Lobo es Hector «Pipo» Piscopo. «Un día, recuerda, cuando ya éramos prisioneros de los ingleses, nos hicieron pasar en fila. De uno y otro lado habia soldados británicos bien uniformados y alimentados. Algunos se pusieron a gastar a los hinchas de Estudiantes con el tradicional Animals!»…. Supongo que eran hinchas del Manchester Ese día te juro que estaba del lado de ellos». suelta una carcajada.
Las tres largas mesas ubicadas en forma de U, ya sólo sostienen vasos de cerveza y dos botellas vacías de vino. Los platos sucios esperan en la pileta para que alguien los lave. En el CECIM, el fútbol y la guerra sigue siendo la extraña mezcla de la sobremesa. «En los pocos momentos de distensión que teníamos, hablábamos de fútbol, claro -explica Rodolfo Carrizo que fue a Malvinas siendo un poco más grande que los demás porque había pedido una prórroga -. Me acuerdo que uno de los temas de discusión tipicos de la época era Bilardo o Menotti. «Me pasó una cosa significativa con el futbol-sigue Carrizo- Había un compañero nuestro, José De Hierro, estudiante de Ingeniería que estaba en el Regimiento 7. Era hijo de españoles y como el Mundial se jugaba en España, el padre le habia sacado pasajes para ir. Se murió en Malvinas. José fue encontrado en noviembre después del deshielo… Esa historia me quedó muy marcada.»
Después de hacer infantiles en San Martin de Tolosa, Omar López se probó en Gimnasia como lateral por derecha. Quedó, pero al poco tiempo dejó. Después de Malvinas, jugó en la Liga Amateur Platense. Es hincha del Lobo. Mientras destapa la última cerveza, reflexiona «En este grupo tenés un montón de historias de vida. Nosotros vivimos algo que nos cicatrizó… Eso nos une muy fuertemente.»
El fútbol también une. Hace poco, en Ruanda, los Hutus que en 1994 mataron a machetazos a miles de Tutsis, jugaron un partido con familiares de sus víctimas… El fútbol suele borrar las diferencias. Pero en 1982, separó aún más las dos argentinas. La de las dos plazas, la que se veía por tele y la que se escuchaba por radio, la del calor y la del frío, la de un 18 de junio quebrado… La de un Mundial y una guerra.
*Año 3, Nro.21, junio de 2004