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Crónicas de la Justicia

En su memoria

Madre de la Plaza

La periodista e integrante de la agrupación H.I.J.O.S. Lucía García Itzigsohn recuerda a Hebe de Bonafini y la transformación de su maternidad en «una categoría política, en un vínculo con el pueblo». Se conocieron en la lucha, cuando en los 90 comenzó a formarse la organización de hijxs de desaparecidos, y juntas construyeron una relación política y afectiva.

Por: Lucía García Itzigsohn
Foto: Nacho Yuchark
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Madre: parir, abrir, entregar, dar a luz, desgarrar, sangrar, vida, multiplicar, nuevo, crecer.*

¿Por dónde empezar a pensar la inmensidad que desplegó Hebe de Bonafini en su vida? 

¿Por aquel 4 de diciembre de 1928 en que nacía en El Dique, en las afueras de La Plata? 

¿Por esos días de 1976 en que desaparecen a su hijo mayor Jorge? 

¿Por esa primera vez en la Plaza de Mayo de donde nunca se iría

¿O por ese domingo en que la noticia nos dejó perplejos preguntándonos cómo será sin ella?

Lo que sé es que no puedo escribir sobre ella sin hablar de las Madres. Ni sobre las Madres sin mencionar a Hebe. Hubo un modo en que la identidad de cada una se entramó en el colectivo que las transformó en otras. “Fuimos paridas por nuestros hijos” dicen ellas. Algo en ese revés del lazo filial crea otra maternidad: incondicionales sí, abnegadas no. La historia de las Madres es la de la reinvención de la maternidad en un sentido colectivo.

Hebe fue la primera generación de mujeres que votó. Creció en una casa donde si alguien estudiaba sería su hermano varón. Para ella los cursos de costura, bordado y corte y confección. Ya vendría un marido, los hijos y las tareas de cuidado. Se casó joven y nacieron Jorge y Raúl, un tiempo después Alejandra.

Hebe forjó una vida que terminó cuando el terrorismo de Estado secuestró a sus hijos y comenzó la búsqueda interminable. La muerte de las hijas y los hijos constituye uno de los hechos más traumáticos, no tiene nombre. La desaparición es la prolongación del trauma, la ausencia de cuerpo, de datos sobre las circunstancias, de imposibilidad de establecer responsabilidades. Ante ese abismo fueron confrontadas ese grupo de mujeres que estaban entre sus 40 y 50 años, formadas para la maternidad tradicional, y muchas de ellas sin ninguna experiencia política.

El nacimiento es algo mágico, único, igual que una semilla que revienta en el surco y crece, después seguro habrá flor y fruto*

En la desesperación de no encontrar a las hijas y a los hijos, y sin saber qué hacer, a quiénes recurrir, cómo reclamar se encontraron el 30 de abril de 1977 en Plaza de Mayo. Enlazaron los brazos y empezaron a caminar. Luego vendría el pañuelo blanco para reconocerse en la peregrinación a Luján. Y así se construía la organización de mujeres que derrotó a la dictadura.

El secuestro en diciembre de 1977 de María Eugenia Ponce de Bianco, de Esther Ballestrino de Careaga y de Azucena Villaflor de De Vincenti, marcadas por el genocida Alfredo Astiz —que se hacía pasar por hermano de un desaparecido— fue el golpe más duro que recibió la incipiente Asociación. Habían sacado su primera solicitada con los nombres de las y los desaparecidos. Y hubo Plaza después. 

Hebe asumió la tarea de convocar una por una a sus compañeras y volver a ocupar ese espacio alrededor de la pirámide de Mayo en el que sin proponérselo refundaron la Patria.

Las Madres emprendieron enormes batallas subjetivas que las hicieron emerger como nuevas sujetas políticas. Procesos complejos, dolorosos y emancipadores con los que nutrieron la historia política de nuestro país, a sus organizaciones y a muchas y muchos de los dirigentes. Uno de ellos, quizás el más profundo, fue el de transformar el dolor en lucha. 

Esas mujeres que habían perdido a sus hijos debieron abandonar el lugar de víctimas, trascenderlo en la acción, en la construcción activa de lo político. Es transformar el amor que habían aprendido que una madre debe sentir por sus hijos en una categoría política, en un vínculo con el pueblo, en la certeza de ser madres de todos, de las y los 30.000, y de quienes luchan.

Socializaron la maternidad. Reconfiguraron la idea misma de familia. Propusieron, como modo de vínculo, la idea de que el otro soy yo. El concepto feminista de que lo personal es político se hizo verdad inapelable en los cuerpos de las Madres de Plaza de Mayo.

La Campaña Nacional por el Derecho al Aborto les rindió tributo cuando eligió el pañuelo como símbolo. El pañuelo verde hoy recorre las calles de toda América Latina. La lucha por el derecho a decidir sobre la maternidad las tuvo también como emblema.

Los feminismos populares en Argentina, que son referencia mundial, se nutrieron del pañuelo, aprendieron que es con el cuerpo y en las calles como se transforman las injusticias, y que la vida es sin violencias. Que no hay perdón, ni olvido, y que tenemos derecho a vidas dignas, libres y felices. Como soñaron las y los 30.000 y nos enseñaron las Madres.

Pero aferradas a la tierra seguimos eternamente jóvenes para seguir pariendo.*

“Madretierra”, texto de Hebe de Bonafini incluido en el libro La vida en las palabras, Ediciones Madres de Plaza de Mayo, 1993, CABA.