La abogada y magíster en Criminología es una de las voces disidentes en medio del clamor popular que festejó las condenas a perpetua de cinco de los ocho imputados por el homicidio de Fernando Báez Sosa. Crítica de la prisión perpetua, cuestiona que los castigos más fuertes “resuelvan” o reparen el dolor, y sobre todo que sean una herramienta ejemplificadora o un disciplinador social.
Claudia Cesaroni es también docente secundaria de Construcción de Ciudadanía y autora de los libros El dolor como política de tratamiento (Di Plácido: 2009) y La vida como castigo: los casos de adolescentes condenados a perpetua en Argentina (Norma: 2010).
En una charla con Perycia, la especialista analizó algunos de los argumentos más comunes a favor de la “mano dura” y esbozó algunas respuestas sobre cómo contrarrestar un discurso generalizado de odio y demandante de venganza.
—¿Está probado en algún lugar del mundo que con mayores penas menor es la tasa delictiva?
—Bueno, no puedo hablar de todos los lugares del mundo, no tengo estadísticas en ese sentido. Pero un ejemplo evidente de que eso no sucede es Estados Unidos, o cualquier otro país donde haya pena de muerte. EE. UU. es un país profundamente violento, habitualmente nos enteramos de casos de personas que ingresan a lugares públicos y matan masivamente; eso en varios Estados está condenado con la pena de muerte y no lo evita.
Una pena alta no implica que ese tipo de delitos cesen, y eso también es demostrable en nuestro país, por ejemplo, con la figura de femicidio. Se incorporó la pena de prisión perpetua y la verdad es que no solo no disminuyeron los casos, sino que aumentaron, aumentó la crueldad. Por ahí tiene efecto inmediato, en algún tipo de forma de matar, que inmediatamente deje de ejecutarse por penas más altas. Pero en la línea del tiempo no tiene ese efecto, no funciona de esa manera.
—Tenés una postura firme contra el punitivismo y surge fácil la pregunta de si pensás lo mismo en casos de delitos de lesa humanidad, u otros delitos gravísimos.
—Siempre me terminan preguntando eso. O la excepcionalidad: el violador de niños que no solo abusa, sino que los corta en pedacitos… los casos excepcionales de crueldad o lesa humanidad. Recuerdo que yo soy abogada en un caso de lesa, aún no fuimos a juicio pero estamos esperando ir, pero es un caso que a nadie le ha importado porque se trata precisamente de una masacre de presos comunes en el pabellón séptimo, cuando el Servicio Penitenciario Federal asesinó a 65 presos en marzo del ’78. Nuestro juicio tiene tres procesados de entre 60 y 80 años; la mayoría de los procesados por delitos de lesa humanidad —salvo alguna que otra excepción— tienen edades muy altas. Pero además cometieron los delitos por los que los estamos persiguiendo cuando la condena a prisión perpetua no era la actual, era otra perpetua, una mucho más «liviana», en la que a los veinte años se podía pedir libertad condicional.
Entonces esa es una de las paradojas. Hoy tenemos penas mucho peores que las que regían «legalmente» durante la dictadura. Y no estoy hablando de las penas ilegales sino del Código Penal vigente en dictadura. A los autores de esos delitos de lesa humanidad, cuando les pedimos una prisión perpetua hoy —salvo que sean secuestradores de niños o casos particulares donde el delito es continuado— les tengo que pedir la pena de prisión perpetua vigente en ese momento. No la que está rigiendo ahora.
Y como son personas que ya tienen 60, 70 u 80 años, una perpetua en su caso nunca va a significar 50 años de cárcel. Por criterio de la biología se van a morir o van a ir a prisión domiciliaria porque van a estar muy viejos. Por eso cuando me plantean «(qué pasa) en casos de lesa» yo digo, hablemos en concreto, en la realidad y la materialidad de la pena. (Los genocidas) nunca van a recibir una pena tan grave como la que recibieron estos chicos. O Nahir Galarza, o quien quieras.
—La proporcionalidad queda bastante desdibujada si se comparan casos como esos…
—Exacto. Pensemos más allá de la lesa en cualquier persona de 60 años que haya cometido un delito grave. Perpetua. En su recorrido vital no es lo mismo eso que una persona que recibe esa pena a los 20 o 25 años. Yo tengo 60 años, espero vivir bastante más pero hice mi vida: estudié, me formé en mi profesión, tuve un hijo, un nieto, amé, amo, viajé, escribí… cualquier persona de 60 tiene un lugar en la vida ya armado. Tenés un recorrido vital, ¿no? Armaste una vida; que a los 20 o 25 años difícilmente estés en esa posición. No es lo mismo pasar la vejez —aunque no es fácil— que la primera juventud, la juventud y la adultez, preso o presa.
—¿Por qué el pedido de perpetuas en episodios como el de Fernando parecen «cerrar la grieta» entre la izquierda y la derecha?
Creo que lamentablemente estos temas son transversales en cuanto a los modos de abordarlos. La última reforma de la ley de Ejecución Penal y la última reforma del Código Penal —que es la misma ley, 27.375 del año 2017— la propuso un radical de derecha pero la votaron casi todos: el Pro, el radicalismo, el FpV. Yo no adscribo a su posición política, pero los únicos que no la votaron fueron los del Frente de Izquierda, Alcira Argumedo y dos o tres diputados sueltos más. Y la ley Blumberg también la votaron todos.
Yo creo que ese es un gran problema porque lamentablemente o bien porque se consideran temas «piantavotos», o para no estar en contra del clamor popular o por falta de coraje o por todo eso junto las fuerzas que no son de derecha votan lo que la derecha les pide que voten. Y nunca alcanza… Eso ya deberían haberlo aprendido, y no lo aprenden.
—En su momento una medida que generó similar consenso fue el Registro de Violadores. ¿Es parte de la misma genealogía?
—Sí. La mayoría de esas cosas son copias. Como cuando van a Europa y se fijan en, no sé, la bicisenda: «Qué linda es en Barcelona, hagámosla igual». Siempre se fijan algunas cosas y no todas. Van a EE. UU. y traen, importan. Hay muchas: las leyes con nombre, como la ley Lucio [que tiene media sanción en Diputados] . Ir poniéndole nombre a las leyes como si eso significara darles más trascendencia. Como si fuesen a funcionar mejor. Y es como un bastardeo y un manoseo de los nombres de las víctimas finalmente. Son todas falsas promesas.
Fijémonos en Lucio, en el juicio a la mamá y su compañera por la muerte de Lucio: un caso tremendo, horrible, de los que más nos pueden espantar. ¿Qué es lo primero que hacen lxs diputadxs, creo que de Juntos por el Cambio [Fue el PRO, con aportes de la UCR y el FdT] Una ley: la ley Lucio. ¡Ya está! Sobre todo lo que había que hacer en ese caso, hay leyes para tirar para arriba para hacerlo. Entonces, como no podían poner más pena (porque ¿cuánta pena más vas a poner?, aunque hay gente que habla de pena de muerte) mandan una ley Lucio con pavadas.
Además, quiero decir una cosa que por ahí suena fea. Pero creo que hay que entender que por más leyes que haya, por más alertas que haya y por más atentos y atentas que estemos a nuestros hijes, estudiantes si somos docentes o pacientes si somos médicas y médicos, hay situaciones que van a seguir pasando. Hay violencias intrafamiliares que van a seguir sucediendo. Y no se puede evitar todo. La sociedad humana es así, está cruzada por la bondad, la crueldad, la maldad, la solidaridad, por todo. Y hay madres que son maravillosas y un día meten a los hijos en un auto y los tiran por un barranco. Hay padres que son padres amantísimos y un día le pegan un cuchillazo a cada hijo y a la exmujer. Y hasta el día anterior no lo podían imaginar.
—¿Cómo se empieza, entonces? Si la justicia penal es el fin, aparece cuando el hecho ya está cometido y la legislación es suficiente, ¿por dónde se empieza a deconstruir, a trabajar esa violencia? ¿En la escuela, en la casa?
—No tengo una respuesta concreta para eso, creo que hay múltiples cosas para hacer. Creo que esto de debatir, escribir y discutir sobre este tema abrió una pequeña grietita, un pequeño espacio para discutir. Hay centros de abogados que plantean esto, hay centros de estudiantes universitarios en cárceles que nos plantean trabajar sobre esto. Creo que es lo que cada uno pueda hacer. No podría decir «en la escuela hay que hacer esto», porque hay infinidad de docentes que festejaron las perpetuas del otro día. Entonces, digo lo que yo hago: trato de laburar con mis pibes y es muy difícil, también. Porque el concepto de que el castigo resuelve, esa moralidad de sentido común —el que las hace las paga, etc.— los pibes lo traen de la casa, lo ven en la televisión.
Imaginate un pibe, una piba, que viene de mirar Crónica y yo voy y le digo «bueno chicos, pero ¿saben qué? Los presos tienen derechos…». Hasta que un día algún pibito, pibita, adolescente me dice «Profe, mi tío está preso. Yo no lo digo porque si no me cargan o me dicen cosas, pero él está preso y no quiero que le hagan esas cosas». No estoy inventando, eh. O cuando les explico lo que es la violencia estatal, entonces uno cuenta que lo pararon en la esquina y le abrieron la mochila, otro que allanaron su casa buscando a un primo que no vivía ahí… Entonces ahí empezás a desanudar. Bueno, ¿vieron? No le pasa solo a los otros.
—Suele pensarse en las personas que cometieron delitos graves como «monstruos», un sustantivo históricamente usado para hablar de los presos, también…
—Sí, de los presos y de cualquiera pensado como enemigo: en la dictadura eran los delincuentes terroristas. Yo no veo demasiada diferencia entre la construcción de esos pibes como “monstruos asesinos carentes de todo derecho y que mejor los violen en la cárcel”, con la construcción del «algo habrán hecho» y «por algo será» de la dictadura. Si vos pensás que ese otro es un delincuente terrorista que puso una bomba que mató niños y que no tiene humanidad, que carece de humanidad… podés hacer cualquier cosa. Y hacés cualquier cosa con el aval de una parte de la sociedad.
Y después esa parte de la sociedad dice «Uy che, qué horror lo de la dictadura, qué espanto…»
Bueno. A mí, perdón el tono, pero me indigna, me enoja mucho que estas cosas se vean en la tele y que ninguna autoridad pública intervenga, por ejemplo.
—La televisión sigue siendo uno de los formatos mediáticos más consumidos, y a través de la cual muches se informaron sobre el caso de Fernando. ¿Cómo creés que se cubrió?
—De los medios televisivos, lamentablemente entre la derecha, el centro y la izquierda o como quieras identificarlo, no hay fisuras. Yo escucho a periodistas que respeto y quiero, hablar por ejemplo de un «garantismo irracional». ¿Qué es eso? Una especie de oposición entre un punitivismo extremo y un garantismo «irracional». Es como los que dicen «Yo no soy machista pero tampoco feminista»: unos opuestos inexistentes.
—Un «garantismo racional» sería un garantismo solamente para el que nos gusta o nos caiga bien…
—Exactamente. Y estamos retrocediendo. Eso me hace acordar mucho al momento (del caso) Blumberg, porque en ese momento había terminado mi maestría en Criminología, discutíamos todo el tiempo con mis compañeros y compañeras estas cuestiones. Trabajaba en la secretaría de Derechos Humanos y además, el momento Blumberg nos llevó a cuatro egresados de la maestría a formar el Centro de Estudios en Política Criminal y Derechos Humanos (CEPOC), justamente para oponernos a lo que era eso, el blumberismo.
Recuerdo que estaba (Adolfo) Castello en esa época en la radio, que yo lo amaba a él y al programa. Y repetían las mismas pelotudeces que el resto. Recuerdo que escribí y mandé una carta, preguntándoles por qué… y respondían lo mismo que responden muchos hoy: «No se puede discutir con el dolor de un padre, de una madre». Y yo decía, no discuto ese dolor, pero si el padre está planteando reformas penales, yo tengo derecho a discutir, ¿por qué no voy a hacerlo?
Así fue que nuestros legisladores votaron eso que votaron. Después todos dicen «Uy, qué desastre las reformas Blumberg», bueno, la votaron. Otra vez: diputados y diputadas que una podía haber votado o de un gobierno con el que uno se sentía identificado, como el de Néstor.
—¿Qué opinión te merece el concepto de «pena ejemplar»?
—Es esta idea, equivocada, de que poner una cuota de dolor determinada a una persona funciona como ejemplo para que otras personas no hagan lo que hizo esa o vean lo feo y lo malo que es. Eso tiene una raíz en teoría del sentido de la pena; se puede discutir mucho cuál es el sentido de la pena: si es devolver un dolor de un daño con otro daño, si es que funcionen de modo ejemplar para que otras personas no hagan lo mismo… un poco volvemos a la primera pregunta: el concepto de pena ejemplar presume que, a partir de ese ejemplo, ese delito va a disminuir.
Pero además es una instrumentalización del sujeto. Porque se utiliza a un sujeto para dar una señal.
—Con las condenas a los acusados por el crimen de Fernando, hubo reflexiones del tipo «si la cárcel está llena de pobres, entonces que ahora los presos sean de clase alta es lo justo…”
—Sí, que no son ricos, ni hijos del poder ni viven en mansiones; ni siquiera son todos rugbiers. O sea, esto también ha sido una construcción que da lugar a un seudo punitivismo clasista; yo estoy discutiendo con compañeros, con gente con la que tengo una historia de militancia compartida, y la verdad que desconozco. Los desconozco. No puedo creer el nivel de violencia, y es un poco eso: «Siempre le toca a los pobres, ahora que les toque a ellos». Es demencial, y mi planteo es: momento, la vara siempre tiene que estar arriba, no hay que bajarla. Y eso es muy común, no es fácil discutir esto.
Por ejemplo cuando alguien pide la excarcelación y es alguien que no nos gusta; ni hablar en casos de prisión domiciliaria en casos de lesa; en los que yo también he planteado que, si corresponde, hay que otorgarla. Yo no quiero ver a un señor babeante a los 90 años en la cárcel. Porque la pregunta es: ¿qué repara eso? ¿qué dolor de una mamá de un desaparecido, o de un familiar, o de un hijo o compañero de militancia, repara ese sufrimiento agregado a lo que ya es estar preso? la verdad no lo sé, no me parece. Me parece que no es esa, al menos, la sociedad por la que yo lucho o lo que me gusta plantear de utopía.
—La visibilización y cobertura de los casos de Fernando y Lucio se dan en un contexto donde las golpizas de muchos contra uno y los infanticidios no son precisamente una excepción. ¿Se plantean víctimas buenas/válidas versus otras que no lo son?
—Justo estoy escribiendo un artículo comparando el caso de Fernando con el de David Moreira*, como «el caso» vinculado a los linchamientos. Es evidente que sí. Cada vez que hablo en algún reportaje lo traigo a David, porque él murió de una manera incluso más atroz que la de Fernando, porque durante 15 minutos lo estuvieron pateando en el piso; es más, volví a releer el caso y es de una crueldad… el pibe se levanta, lo vuelven a tirar, lo llevan a la esquina y lo siguen pateando. No muere en el momento, agoniza (tres días). Según lo que pude encontrar, de los autores uno fue condenado a tres años de cárcel sin estar un día preso, con un juicio abreviado; y los otros dos fueron a juicio en 2021 y no logro encontrar cómo terminó ese juicio. No lo encontré.
En cualquier caso, nadie fue condenado a prisión perpetua por la muerte de David. Y nadie se acuerda.
El caso pasó en 2014 y tuvo cierta difusión pública, porque el video horrendo de la muerte circuló.
Entonces sí, creo que hay una doble vara y que a por lo menos una parte de nuestro pueblo, no es que le importa tanto la muerte violenta de Fernando sino esa muerte violenta en particular, porque les han metido en la cabeza, construido prácticamente, la idea de que tiene una particularidad y una excepcionalidad que no es tal. Es grave, no hay ninguna discusión de que es un hecho violento, cobarde… El tema es: los medios eligen una víctima que les parece impoluta, mostrable —como en aquel momento fue Axel Blumberg hoy es Fernando— y a partir de ahí construyen una agenda de endurecimiento, de más violencia estatal, finalmente.
—Si no son sanciones económicas o condenas, ¿qué hacer con los medios de comunicación que reproducen estas violencias?
—Hay una Defensoría del Público, por ejemplo. Hay un INADI. Otra vez: hay un montón de instituciones, hay un Comité Nacional contra la Tortura, a mí me parece que hay posibilidades de hacer cosas.
Yo trabajaba en la secretaría de Derechos Humanos y estaba el programa de televisión Policías en acción. En una emisión particularmente mostró niños detenidos, tirados en el piso, alojados en comisarías. Entonces le quemé el pelo a Eduardo Duhalde, mi jefe, para hacer algo. Citamos a la productora, una de las importantes. Vinieron, hablamos y no fue nada sancionatorio: nos sentamos y les dijimos «Miren, está la ley de Protección integral, la Convención de los derechos del niño, etcétera etcétera. No pueden mostrar eso, no se puede hacer». Y la verdad es que no lo hicieron más. No quiero decir que fue una cosa maravillosa, pero fue una reunión cordial. Ahora, si hablamos de Crónica TV por ejemplo, bueno, creo que alguien tendría que intervenir.
No podés difundir un programa en el que un abogado diga «Que se los cojan en la cárcel de una vez, que lleven vaselina». Imaginate que en la tele alguien apareciera diciendo bueno, qué tal, vengo a contar cuál es la mejor manera de violar a un niño o una niña. Imaginate eso. Solo pensarlo te estremece. ¿Por qué entonces nos parece razonable y normal que se diga cómo hay que torturar a presos en la cárcel? ¿O que se muestren videos todo el tiempo de peleas, o donde hay gente desnuda chorreando sangre?
Y las asociaciones profesionales, los sindicatos de prensa, periodismo o televisión, por qué no se involucran en esto también, ¿no? Hay instituciones que podrían hacer cosas, nadie está hablando de algo penal. Ni siquiera de una multa. El problema es que nadie habla. A mí me encantaría ver a un secretario de DDHH, o a la Defensora del Público, al procurador penitenciario o al Comité contra la Tortura, decir «Yo quiero hablar una hora en la TV y explicar esto, esto y esto». Hay cosas para hacer.
Linchamiento e impunidad en Santa Fe: el homicidio de David Moreira
David (18) murió entre golpes y patadas el 22 de marzo de 2014 en Rosario, Santa Fe. Según se pudo establecer en la investigación iba en moto con un amigo, y después de haberle arrebatado la cartera a una mujer, un grupo inexacto de personas lo acorraló para pegarle en todo el cuerpo. Al linchamiento se sumaron cada vez más transeúntes, que lo levantaron de los pelos, lo arrastraron hasta una ochava y le cerraron la puerta de una camioneta contra la cabeza. El joven murió tres días más tarde internado en el hospital.
La fiscalía logró identificar a tres de los participantes del ataque: uno de ellos, al poco tiempo, aceptó una condena “en suspenso” de tres años en un juicio abreviado, es decir que no cumplió pena efectiva. Los otros dos llegarán en libertad a un juicio que se suspendió en 2019, 2020, 2021 y 2022, según pudo saber Perycia a través de Norberto Olivares, abogado de la familia de David.
El cargo que enfrentarán los acusados es el de “homicidio en agresión”, con una pena que va de los 3 a los 6 años de prisión. En cambio, la querella había pedido desde un primer momento la pena de prisión perpetua por entender que se trató de un “homicidio agravado por alevosía” —es decir por el estado de indefensión de la víctima—. Pero el Tribunal no avaló la acusación y solo dio curso al argumento de la Fiscalía.
En estos días Olivares pedirá que fijen una fecha de juicio por quinta vez.