La memoria no es un instrumento para la exploración del pasado, sino solamente su medio: quien intenta acercarse a su propio pasado sepultado, tiene que comportarse como un hombre que excava.
Walter Benjamin
Ocurrió así: perforando las capas superficiales del recuerdo y compactando décadas de polvo apisonado con pies de plomo. Fue, sacudiendo los prejuicios que sobrevinieron al tiempo de las barracas, trascendiendo el ardor de la pesadilla y la humillación de los cuarteles. Fueron ellos, los (ahora ex)colimbas, quienes, en nombre del “deber ciudadano de proteger y servir a la Patria”, atestiguaron ante la Justicia sobre los tiempos del exterminio en Campo de Mayo, en la Zona de Defensa IV, que nucleaba comisarías, clubes y fábricas —como Dálmine y Tennaris Siderca— destinadas a los operativos de secuestro, detención ilegal, tortura, asesinato y desaparición.
Tan importante es la voz de los colimbas que existen juicios por delitos cometidos en el marco de la represión durante la última dictadura cívico militar que solamente se han sostenido en su testimonio. El excolimba Gustavo Capra lo entendió así: “Como seres humanos no podemos pasar por esta vida llevando una mochila de saber que existe alguien a quien torturaron, asesinaron, secuestraron, lo subieron a un avión y lo tiraron a la basura y llevarnos eso. Sería fracasar”.
A Gustavo la cédula del llamado para prestar servicio en la Marina le llegó el mismísimo 24 de marzo de 1976. Estuvo un mes haciendo la instrucción militar en la Base Aeronaval de Punta Indio y luego lo asignaron a la Base Naval de Ushuaia, donde estuvo trece meses. Los tratos con los marinos, recuerda, no fueron precisamente buenos: “nada fue bueno. Desde que ingresabas eras visto y tratado prácticamente como ‘subversivo’. Era el período más rígido y duro de la dictadura”.
Militante de la agrupación peronista Guardia de Hierro, ante la propuesta de algunos partidos políticos de que vuelva el Servicio Militar Obligatorio (SMO) remarca la necesidad de modificar las leyes en torno al Servicio Militar que, actualmente, está derogado, pero por decreto. “No existía algo como el entrenamiento del SMO, eso era una falacia. Existían los llamados ‘movimientos vivos’, que consistían en ‘cuerpo a tierra’, hacerte ‘bailar’ y en doblegar tu espíritu por cualquier cosa que los militares consideraban que no les gustaba. Ni bien entrabas te decían: ‘Acá los huevos se dejan en la puerta del cuartel’. Querían despersonalizarte de tal manera que tuvieras que adaptarte a eso”.
Gustavo testimonió en la causa por la desaparición de su compañero Miguel Angel Hoyos, uno de los 218 colimbas* que fueron secuestrados y continúan desaparecidos. Después de la declaración se sintió algo decepcionado. Declaró en una oficina pequeña frente a un pibe joven, que parecía no entender nada. Al tiempo se enteró de otros compañeros que también habían sumado su testimonio por la desaparición de Hoyos. “A partir de eso me fui a la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y pedí ampliar mi declaratoria, contando paso por paso cómo había sido la primera desaparición de otro colimba en la Base Naval de Punta Indio con el que conviví los 30 días que hice la instrucción”: Augusto María Conte Mac Donell, que continúa desaparecido.
Gustavo hoy conduce junto a Ricardo Righi La voz de los Colimbas, un programa sobre la coyuntura política de nuestro país y un espacio de reflexión sobre las deudas que el Estado tiene para con quienes hicieron el SMO en Radio Rebelde (AM740).
«Tuve que declarar muchas veces»
Ricardo tenía 18 años cuando recibió la citación en marzo de 1978, durante el conflicto con Chile por el Canal de Beagle. Pasó la Navidad en la frontera. Fue a la base de Comodoro Rivadavia y lo enviaron a los calabozos, noticia que recibió contento porque podría guarecerse del viento y del frío. A cambio recibió un fusil cargado, terciado y sin seguro y la orden de disparar si alguno de los “subversivos” detenidos intentaban salir de la celda. Su “entrenamiento” tuvo que ver con prepararse para combatir a los “pelaos chilenos”, cavando pozos para zorros en la frontera.
Si fuiste conscripto entre 1975 y 1983 y tenés información para aportar, por mínima que sea, podés escribir a [email protected] o comunicarte al (011)-5300 4139.
“La gente grande decía que en la Colimba te ibas a hacer hombre y que ibas a aprender a valorar lo más importante de la vida. A lo mejor es cierto que aprendés a valorar, pero a la libertad y a tu familia. Hay miles de ciudadanos que murieron haciendo el servicio militar por negligencia, abuso, accidentes por no tener manejo de armas y portarlas con municiones, hubo compañeros que han matado a otros colimbas accidentalmente, porque para los milicos todos éramos potencialmente subversivos”.
Horacio Verstraet recibió la citación para el SMO dos días antes de la Nochebuena de 1976. Suspendió su trabajo en la producción de El Mono Relojero, para Editorial Atlántida, y prestó servicio hasta marzo de 1978. Once meses después, con el conflicto por el Canal de Beagle y la amenaza de una guerra contra Chile, volvieron a citarlo. Esta vez se comió la Navidad en el Regimiento 3 de Infantería en La Tablada, donde permaneció hasta abril del 79. La misión, recordará a Perycia, más de 40 años más tarde, era la de “servir a la patria y a los militares, pero porque éramos sus sirvientes: nada se movía sino lo hacíamos los colimbas, eran inútiles”.
Como a muchos exconscriptos que se animaron a declarar en los Juicios por Crímenes de Lesa Humanidad, a Horacio le enoja la propuesta de la vuelta del Servicio Militar.“En mi compañía (que no llegó a tener más de 100 colimbas) en el año 1977 hubo dos muertos, 20 con lesiones graves y se descubrieron más de 30 con Mal de Chagas. Creo que merecemos algo más que el olvido”.
Horacio declaró en el Juicio Vesubio I, por los crímenes cometidos en el centr5o clandestino de detención de la localidad de Aldo Bonzi, y sabe que sus compañeros de la compañía «A» del RI3 declararon en los Juicios Vesubio II y Vesubio III, en los que condenaron al oficial que tenía su sección: el teniente Humberto Eduardo Cubas. “La experiencia en declarar es útil pero angustiante porque cuestionan nuestros dichos. Me sentí útil, pero cansado porque tuve que declarar muchas veces”.
En Vesubio III seis miembros del Servicio Penitenciario Federal y dos oficiales del Ejército recibieron penas que van desde prisión perpetua a 3 años y medio de prisión. Además, el tribunal consideró que la violencia sexual sufrida por las mujeres en el centro clandestino fue “específica, sistemática y planificada”. Por ese centro clandestino pasaron, entre muchos otros, Héctor Oesterheld, dibujante y creador de El Eternauta; el cineasta Raymundo Gleyzer y el escritor Haroldo Conti. Ahora el juez Daniel Rafecas prepara Vesubio IV con el testimonio de otros colimbas compañeros de Horacio.
No es la guerra
En nuestro país, la conscripción estuvo vigente desde 1902 (Ley N.º 4031) hasta que el presidente Carlos Menem la derogó en 1994, el 31 de agosto, mientras se investigaba la muerte del conscripto Omar Octavio Carrasco. A sus 19 años, al tercer día de conscripción, en el Grupo de Artillería 161 del Ejército Argentino, en Zapala (Neuquén), Carrasco fue golpeado hasta que una costilla le perforó el pulmón y falleció a causa de una hemorragia interna. Cultores de la dinámica de la desaparición, los militares escondieron su cuerpo durante un mes, alegando que era un desertor. Por el crimen del soldado fueron condenados el subteniente Ignacio Canevaro a 15 años de prisión, Víctor Salazar y Cristian Suárez a 10, y el sargento Carlos Sánchez a 3 por encubrimiento.
Hoy la colimba sigue sin ser la guerra, como reza una famosa película taquillera de la época que alimenta el ideario del patriotismo castrense, pero los recuerdos de muchos de los conscriptos que prestaron servicio dan cuenta de la doble cara de la moneda que el poder estatal lanza al aire en esa instancia.
De un lado, la cara disciplinante, violenta y represiva. Del otro, la que gesta relaciones y vínculos sociales: la organización de los Excolimbas surge con la emergente democracia y dos visiones en tensión que luego, tras la crisis del 2001, los dividirá: una minoritaria, tendiente a lo promilitar y a una reivindicación de los valores nacionales y patrióticos; y otra que reclama el reconocimiento como víctimas del terrorismo de Estado.
“Todo surge en el gobierno de Néstor Kirchner y, en un principio se reclamaba una ‘reparación histórica’, ser considerado combatiente, pero con el paso del tiempo fue cambiando y se pidió al Estado que nos consideren ‘víctimas’. Los organismos de Derechos Humanos (CELS) siempre nos consideraron ‘cómplices’”, recuerda Horacio sobre los comienzos de la organización.
El llamado a servir
Hace más de diez años, un conjunto de familiares y militantes de derechos humanos, reunidos una vez al mes en torno a la Megacausa de Campo de Mayo, entendió que los necesitaban. Campo de Mayo es, junto a la ESMA, tras el Operativo Independencia, el mayor centro concentracionario del país y también el más efectivo en términos de aniquilación: no existen sobrevivientes.
“Durante el primer juicio de Campo de Mayo, en 2009, con el caso de los Avellaneda, supimos que los colimbas eran personas del común de la población que fueron obligados a cumplir con un deber de la ciudadanía en general, y que muchos de ellos escucharon, vieron, a muchos los obligaron a participar en algunos de estos hechos, dentro de los lugares donde hacían el servicio militar», comenta a Perycia, Adriana Taboada que es psicóloga, investigadora del Centro de Estudios de Genocidio (UNTREF) y forense en causas por delitos de lesa humanidad.
“Tenían una cantidad de información a veces muy importante en función del reconocimiento de personas, otras veces eran datos que permitirán seguir armando rompecabezas, pero se convertían en la pieza clave”, explica la forense. La cantidad de platos que se preparaban en la cocina dentro de Campo de Mayo, por ejemplo, sirvió para entender la lógica de los traslados: los números de la población militar estable variaban.
Y deben ser muchos los que vieron, escucharon y sintieron cosas que no hubieran querido ver, escuchar o sentir. No hay estadísticas oficiales, pero se calcula que 400.000 jóvenes, cerca de 40.000 por año en todo el país, entre 1974 y 1983, hicieron el SMO; de los cuales 10.000 declararon, en forma voluntaria o porque fueron citados por la Justicia, en causas por delitos de lesa humanidad.
En el Juicio por los Vuelos de la Muerte, fueron colimbas quienes identificaron cómo se hacían, qué pasaba, los momentos, los lugares. También los juicios por el Regimiento 6 de Mercedes y en la causa de La Pastoril, la quinta donde se reunió el comité central del Partido Revolucionario de los Trabajadores.
Horacio, Gustavo y Ricardo —como cada uno de los jóvenes que a sus 20 y luego, por la modificación de la ley, 18 años recibían la citación— habían sido sorteados por los tres últimos números del DNI, con la correspondiente designación para una de los tres fuerzas de seguridad: Ejército, Marina o Aeronáutica. Lo que nunca imaginaron es que más de cuatro décadas después podrían con su testimonio ayudar a reconstruir ese fragmento de este país desmemoriado que, mientras camina en ronda buscando justicia, sigue insistiendo en dispararse a los pies.
Hace dos meses comenzó la campaña “Fui colimba” y, con ella, un nuevo —y genuino— “llamado a servir”. Los genocidas van falleciendo. Los testigos y las víctimas que sobrevivieron, también. Los testimonios de quienes hicieron la Conscripción entre 1975 y 1983 son piezas fundamentales en los Juicios. El aporte puede ser mínimo. Un recuerdo desenterrado de este pasado reciente basta para conjurar con la memoria este porvenir desolador.
DE DESERTORES A TESTIGOS
* 218 colimbas, que realizaron el SMO entre 1974 y 1983, fueron asesinados o permanecen desaparecidos. Sus casos se encuentran denunciados ante la Justicia.
*El listado reconstruido en El escuadrón perdido (1998) del militar José Luis D’Andrea Mohr contribuyó con la búsqueda de la Verdad y los procesos de juzgamiento de los crímenes de lesa humanidad.
*Pero fue recién gracias a una investigación que La Voz de los Colimbas acercó al Ministerio de Defensa en 2015, encabezado entonces por Nilda Garré, que se reconoció a 217 colimbas como víctimas del terrorismo de Estado.
*Hasta ese momento en los legajos constaban como “desertores” y, por tanto, sus familias no contaban con apoyo económico ni ningún tipo de asistencia del Estado; mucho menos con acceso a la Justicia.
*Hoy en la exESMA se exhiben seis fotografías de colimbas desaparecidos: Darío Oscar Bedne, Rodolfo Mario Eder, Carlos Rolando Genes, Ricardo Héctor Zatylny, Reinaldo José “Chango” Monzón y Miguel Fiorito.
*Más de 1500 colimbas se acercaron a declarar en la primera campaña de testimonios (2010). Ahora, en dos meses, una centena de hombres ya hizo fila para atestiguar.