El lunes 17 de abril, a las dos de la mañana, una ambulancia traslada el cuerpo desnudo de Mauricio Castillo, de 42 años, a la morgue judicial de Lomas de Zamora en la provincia de Buenos Aires. El cuerpo viaja en custodia del policía Jorge López Alejandro, integrante de la División Morgue Policial de La Matanza que, a su vez, es escoltado por un patrullero.
Castillo, según la policía, se suicidó el día anterior en una celda de la comisaría n°2 de Lomas del Mirador. El oficial que lo encontró declaró en la causa que estaba “semicolgado” y “sin pulso”.
Castillo, según su familia, fue asesinado en esa misma comisaría por efectivos bonaerenses. De hecho, todavía estaban cercando el destacamento policial a los gritos porque Mauricio, que había salido de su casa a comprar facturas por la mañana, aparecía muerto en una celda por la tarde.
Pero, en la madrugada fresca del conurbano bonaerense, las versiones no importan. La única preocupación del oficial Jorge López es entregar el cuerpo a la morgue. Para eso lo llamaron. Buscar y dejar. Un cuerpo. “Semicolgado”.
Algo, sin embargo, ocurre. La cuneta en medio de la calzada mal iluminada, la ambulancia que no frena a tiempo, el golpe en la cabeza de Castillo contra los fierros de la camilla. El hecho será relatado por el propio López. Incluso la herida provocada: “un pequeño fluido rojo en la cabeza”. Todo, además, será tomado hasta ahora tal cual lo contó el oficial: cuneta-golpe en la cabeza-sangre.
López, en su declaración, tiene una testigo. Alguien que no presenció el hecho, pero sí lo escuchó de parte suya. Paula Itati Beltrán, la testigo de “oído” del golpe en la cabeza, es una policía bonaerense en actividad, confirmó Perycia . En enero, Beltrán había sido ascendida a subteniente. Es decir: una policía ─que no presenció lo ocurrido─ es testigo del relato de otro integrante de la fuerza en un hecho que, según el abogado de la familia, Gabriel Craham , podría ser “clave” para determinar qué ocurrió con Castillo.
Un documento de la División de Asuntos Judiciales de la Dirección Asesoría Letrada de la Policía del Ministerio de Seguridad señala que se requiere, de ser factible, que “el testigo sea ajeno a la policía, ya que de tratarse de un efectivo se deteriora la credibilidad del acta, dado que la función del testigo es la de corroborar la legalidad de acto y la veracidad de su contenido”.
“Es una irregularidad en el procedimiento”, explica Rodrigo Pomares de la Comisión Provincial por la Memoria (CPM), quien está interviniendo en la causa. “También confirmamos que la ambulancia hizo un trayecto más largo para llegar a destino”, señala Pomares. Además, detalla el integrante de la CPM, el cuerpo llegó a la morgue “con una herida contundente” y escoltado por efectivos bonaerenses.
La manipulación del cuerpo, advierte Pomares, podría violar el Protocolo de Minessota para investigar muertes sospechosas bajo custodia policial. La organización de derechos humanos envió una solicitud a la fiscalía para aclarar estas “irregularidades”, a la que se suma la inhabilitación para alojar personas en la comisaría, pero aún no fueron respondidas. Perycia intentó comunicarse con la fiscalía en varias ocasiones y tampoco obtuvo respuesta.
El abogado de la familia Castillo también pone en duda la versión policial. “La primera autopsia pasó por alto la herida en la cabeza”, cuenta Craham. “Dieron por cierto lo que dice en el acta de la bonaerense sobre un golpe que pudo ser vital”, detalla el letrado. “Necesitamos saber si la herida se produce antes o después de su muerte”.
Antes de que la ambulancia agarre supuestamente una cuneta mal iluminada, antes de que lo encontraran “sin signos vitales”, con su buzo anudado al cuello, en una celda que dejaría pronto, Mauricio Castillo había salido de su casa rumbo a una panadería. Desayunar en familia era lo que más le gustaba.
La detención
Su hija quería facturas para desayunar. El domingo 16 de abril por la mañana, Mauricio Castillo salió de su casa en el barrio Santos Vega de Lomas del Mirador, partido de La Matanza, hacia la panadería. Sólo eran unas cuadras. Daiana Donda, su pareja, se quedó a esperarlo. Las calles del barrio, muchas sin pavimentar, habían amanecido opacas: el cielo prometía lluvia.
Ese mismo día, a las 9:30, Ezequiel Pinto, de 18 años, caminaba solo por la avenida Juan Manuel de Rosas, a pocas cuadras de Santos Vega. De frente, otro joven también venía solo, aunque será momentáneo. El extraño sacó un revólver y abordó a Pinto. Le ordenó que le entregara todo. El otro se plantó. No. El joven lo golpeó en la cabeza con la culata. Ezequiel retrocedió unos pasos, pero otra persona lo sorprendió por detrás y sujetó sus brazos. También, relató luego Ezequiel a la policía, se sumó un tercero al intento de arrebato. A este último, dijo, ni siquiera alcanzó a verlo. No son ni las diez de la mañana, pero Ezequiel tuvo suerte: consiguió zafarse y correr en dirección a su casa.
Los otros tres huyeron hacia el otro lado con las manos vacías, perdiéndose por las calles de Santos Vega.
A las 10 aproximadamente, Mauricio apuró el paso por la avenida Juan Manuel de Rosas. La noche anterior había trabajado hasta la madrugada en una parrillita que abrió por el barrio junto a Daiana, su mujer. Arregla cloacas de día en una cooperativa de Santos Vega y cocina en una parrilla por la noche. No se queja. De hecho, así conoció a Daiana. Una mañana del 2013 la habitación de ella había amanecido inundada. Mauricio llegó a su casa y reparó la cañería en minutos. Desde entonces, cuenta siempre Daiana al recordar cómo se conocieron, no se separaron.
Ezequiel Pinto entró a su casa a los gritos. Sus padres salieron preocupados del cuarto. Les contó todo rápido, casi tropezando con las palabras: revolver ─tres hombres─ corrida. Los Pinto llamaron al 911 y, minutos después, llegó un patrullero al domicilio.
El joven describió brevemente a sus agresores a la policía bonaerense, menos al tercero, que no vio. Al que tenía el revólver lo señaló como “robusto, morocho y con un buzo gris”. Al segundo, quien lo sujetó detrás, lo vistió con una “visera y una campera y chaleco oscuro”. El móvil arrancó hacia la zona donde lo agredieron. Él y su padre, mientras tanto, salieron a buscar a los asaltantes a pie. Todos se encontrarán casualmente en un mismo punto. El cielo, a esa altura, soltó las primeras gotas.
El patrullero cruzó a Mauricio en la avenida. Lo vieron vestido similar a las descripciones del segundo atacante. Los policías bajaron y le ordenaron que se tirara al suelo. Castillo empezó a correr. Tras unas cuadras, lo alcanzaron y lo redujeron a golpes. Solo llevaba la billetera con dos mil pesos para las facturas. Los vecinos formaron un bulto alrededor de la escena.
Ezequiel Pinto llegó junto a su padre al ver la ronda de gente. “Es ese”, señaló. “Es el que me quiso robar”, dijo el joven. Mauricio, desde el suelo y con las muñecas esposadas, sonríe. La noticia de su detención circuló rápido.
Un vecino vio a la policía “pegándole” a Mauricio y corrió a avisarle a Daiana, que lo esperaba para desayunar con sus hijos. Cuando llegó al lugar, su pareja tenía toda la cara ensangrentada. Apenas le explicaron que había sido detenido por un intento de robo antes de subirlo al patrullero y salir hasta la Comisaría Noreste n°2 de Lomas del Mirador. A las 10.20 Daiana llamó a Noelia, una de las seis hermanas de Mauricio.
—Lo detuvieron a Mauro, andá ya para la comisaría.
Al llegar, ambas lo encontraron todavía adentro del móvil. “Me confundieron con otro”, les dijo desde la ventanilla. “Parece que teníamos la misma campera”.
Noelia, tras hablar con algunos vecinos, identificó quiénes habían sido los verdaderos asaltantes. Eran de Santos Vega. Ubicó rápidamente al que llevaba el arma, pero para las 11.40 de ese domingo ya estaría fugándose de Santos Vega, al igual que los otros dos. A quien también conocía era a María del Carmen Barberis, madre de Ezequiel Pinto. Le mandó un mensaje.
—Se están confundiendo de persona —le escribió Noelia—. Fue este —le explicó, tras mandarle una foto del atacante de su hijo.
Ezequiel, al ver la foto, lo reconocería como la persona que tenía el arma y le pegó el culetazo. Ese día, más tarde, Barberis habló de nuevo con Noelia. “Quedate tranquila”, le dijo. “Si para mañana (lunes) no largan a tu hermano, yo misma me acercó a la comisaría”.
No habría mañana. A las 19 aproximadamente del domingo, según la versión policial, Mauricio fue hallado muerto en la celda con la manga de su buzo anudada al cuello.
Perycia contactó a Barberis para consultar si Castillo efectivamente había sido uno de los tres asaltantes de su hijo. “Preferimos no hablar”, respondió.
La comisaría
A las 13.30 del domingo 16 de abril, Mauricio quedó alojado en una celda de la Comisaría Noreste n°2 de Lomas del Mirador. Dos detenidos compartieron con él unas horas en la dependencia: ¿hablaron con él? ¿pudieron comprobar en qué estado se encontraba? Nada de eso se sabrá por el momento. Ambos fueron liberados alrededor de las 16 y, al día de hoy, ninguno fue llamado a declarar. Mauricio, para esa hora, quedaría solo en la celda.
A las 19, el oficial Emanuel Melgarejo detalló aquel momento en su declaración judicial. Su compañero, Gonzalo Pinasco había ido a buscar a Castillo para avisarle que su pareja le había traído un tupper con comida y una frazada. Pinasco, detalla Melgarejo, lo encontró “semicolgado”, con una parte de su buzo azul anudado a su cuello y la otra a los barrales de metal de la celda.
En ese instante, Pinasco lo llamó a los gritos. “Entré a la celda y tomé su pulso”, contó Melgarejo. “No sentí nada”, dijo el oficial. Luego salió de la celda y la cerró. “Procedí a preservar la escena del hecho”, justificó Melgarejo. En ningún momento el efectivo precisó si bajó a Castillo o si intentó hacer algún tipo de reanimación con el cuerpo descolgado. Es decir, en la versión policial, mientras los oficiales llamaban a la ambulancia y a sus superiores, Mauricio se balanceaba tenso en el aire.
“Nos parece un testimonio muy extraño”, explica el abogado de la familia Castillo. “El policía detalla que se puso guantes para tomarle el pulso, pero no especifica en ningún momento si descolgó el cuerpo. ¿Iba a bajarlo solo si tenía signos vitales?”, se pregunta Graham.
A las 21, Karina Licalzi, fiscala de la Unidad Funcional de Instrucción (UFI) Temática de Homicidios de La Matanza, llega a la comisaría. A las 23, llama a Daiana Donda para que se acerque urgente. Tras llegar, Licalzi la recibió con un gesto de preocupación. “Me dijo que mi marido se quitó la vida en la celda, pero él había salido a comprar facturas. ¿Cómo alguien se mata yendo a la panadería?”, interroga Donda. Para entonces, la dependencia ya estaba rodeada de amigos y familiares de Mauricio manifestándose por lo sucedido.
Solo restaba trasladar su cuerpo a la morgue.
El traslado
“Los horarios de las actas policiales no coinciden”, retoma el abogado González Craham.
Según la versión de la bonaerense, el cuerpo de Castillo salió de la comisaría hacia la morgue judicial de Lomas de Zamora a las 00:00 del lunes 17 de abril. Pero en ese instante la dependencia estaba rodeada por familiares y amigos de la víctima. “No vimos salir a ninguna ambulancia”, cuenta Noelia Castillo. En un momento, recuerda la joven, esa noche entró a la comisaría y vio que un policía tenía la ropa de su hermano en la mano. “Le pregunté por qué lo tenían desnudo y me contestó que la morgue de Lomas de Zamora no recibe cuerpos vestidos”, cuenta.
“No le creí”, asegura la hermana. Perycia no pudo confirmar si ese es el procedimiento habitual para el traslado de óbitos a esa morgue. «Los resultados de la primera autopsia avalaron lo que dijo la policía y no pusieron en duda que fuera una herida pre mortem», señala González Craham. «Consideramos que fue golpe vital el que recibió el cráneo, por lo que pedimos una reautopsia para analizar puntualmente esa herida», contó el letrado.
Las autopsias
La primera autopsia se hizo el lunes 17 en la morgue de Lomas de Zamora, un día después de la muerte de Mauricio. Los resultados de la misma, señala González Craham, fueron «muy escuetos» y no describieron con exactitud algunos exámenes realizados.
“El informe exige inferir muchas cosas y no llega a ninguna conclusión”, explica el abogado. Además, dice el letrado, “no se tomaron muestras de la herida en la cabeza”, dando por hecho que ocurrió luego de la muerte de Castillo.
Con este escenario, el abogado solicitó una reautopsia con un perito de parte del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Provincia. La misma se hizo el 9 de junio en la Asesoría Pericial de La Plata, donde sí se puso el foco en analizar el golpe en la cabeza. “Se tomó una muestra de esa lesión y ahora estamos a la espera de los resultados preliminares”, señaló Craham.
Entre las últimas medidas que la fiscal solicitó, se encuentra el pedido de entrega del celular de Mauricio. Para el abogado, esta acción anticipa que se busca probar que Castillo se quitó la vida. «Es lamentable la actuación de la fiscal”, apuntó el letrado. “Busca pruebas para comprobar la hipótesis que salve a los policías».