29 de mayo de 2022
La convocatoria a un nuevo escrache se materializó cuando el Tribunal Oral Federal Nº1 de La Plata decidió que Garachico, condenado una vez más a prisión perpetua, debía continuar bajo arresto en su domicilio debido a una arritmia cardiaca que padece desde hace más de cinco años.
Un genocida en el barrio Juramento: “Vecina, vecino al lado de su casa está viviendo un asesino”.
Las esquinas de las avenidas Fortunato de La Plaza y Edison, centro neurálgico del sur de la ciudad, se poblaron de manifestantes. En pocos minutos unas doscientas personas esperaban para marchar hasta la casa de Garachico, un chalet de dos plantas con ladrillos a la vista y tejas rojas ubicada en Nápoles 3626 en el sur de la ciudad balnearia. Cerca de las tres de la tarde, Alejandro Martínez, referente del Polo Obrero, invitó a los vecinos a sumarse a la protesta. Con la ayuda de un megáfono alertó sobre la presencia de un genocida en el barrio Juramento: “Vecina, vecino al lado de su casa está viviendo un asesino”.
El acto organizado por la asamblea “Una sociedad sin fascismo” tuvo como único orador a Eduardo Nachman, hijo del actor Gregorio Nachman (secuestrado y desaparecido el 19 de junio de 1976 en Mar del Plata). “La impunidad biológica con la que cuentan los genocidas choca con la muerte de nuestras víctimas, que en muchos casos no llegan a ver a los culpables condenados. No corresponden beneficios para aquellos que cometieron crímenes de lesa humanidad. La prisión domiciliaria es un indulto encubierto”, sentenció el integrante de la agrupación HIJOS.
LA SEGUNDA CONDENA
Julio César Garachico sumó su segunda cadena perpetua el viernes 13 de mayo.
El Tribunal Oral Federal Nº1 de La Plata compuesto por los jueces Andrés Basso, José Michilini y Alejandro Esmoris lo encontró responsable por siete secuestros y tormentos —entre ellos el de Jorge Julio López— y los asesinatos de Patricia Dell’Orto, Ambrosio de Marco y Norberto Rodas cometidos durante la última dictadura cívico militar. Además, también fue encontrado culpable por los secuestros de Alejandro Sánchez, Francisco López Muntaner y Guillermo Cano en el centro clandestino “Pozo de Arana”. Sólo López y Cano lograron sobrevivir en aquel momento.
«La prisión domiciliaria es un indulto encubierto”, sentenció Eduardo Nachman de la agrupación HIJOS.
Ayer, la paz de la siesta en el barrio Juramento se vio afectada con el estruendo de la pirotecnia y el ritmo de los bombos y redoblantes. La columna de manifestantes que abarcaba dos cuadras marchaba por las calles de tierra. Una mujer se asomó desde el balcón de la habitación y gritó “vayan a trabajar” y se escondió detrás de una cortina con más vergüenza que cobardía.
La casa de Andrea está pegada al chalet de Garachico. Cuando escuchó la manifestación salió junto a su hija adolescente y se asomó a través de las rejas de entrada. “Me enteré de quién es mi vecino hace unos días cuando me avisaron del escrache. Yo nunca lo vi a Garachico porque hace poco que alquilé esta casa”.
Otro vecino que prefirió no dar su nombre, se trepó al portón de su casa para ver lo que sucedía. El hombre y su hijo se mostraron a favor del escrache. Se enteraron de quién es Garachico por el cartero del barrio.“Lo vimos pocas veces y es medio arisco, no se lleva con los vecinos, no habla con nadie”.
Garachico fue condenado por haber actuado en común acuerdo con otras personas para asesinar a Dell’Orto, De Marco y Rodas. Además, fue hallado culpable del secuestro y las torturas agravadas por tratarse de un funcionario público que actuó con violencia en perjuicio de perseguidos políticos. Durante el juicio, se proyectaron las declaraciones que Jorge Julio López brindó entre 1999 y 2006, donde mencionó a Garachico como jefe de los grupos de “picaneadores” y describió con detalle los asesinatos por los que ahora fue condenado.
“Lo vimos pocas veces y es medio arisco, no se lleva con los vecinos, no habla con nadie”.
En el fallo, los jueces también tuvieron en cuenta las declaraciones de dos exdetenidas-desaparecidas ya fallecidas, Nilda Eloy y Cristina Gioglio, cuyos testimonios ayudaron a entender como funcionó el terrorismo de Estado en La Plata.
AUTO SIN PATENTE
Garachico, que se desempeñó como ex oficial de la Unidad Regional de La Plata durante la última dictadura, vivió en Puerto Madryn gerenciando un prestigioso casino hasta que en 2006 Jorge Julio López lo nombró durante el juicio a Etchecolatz. “El día uno (de estadía en el campo de Arana) nos saca Etchecolatz con el grupo de picaneadores, grupo en el que reconozco a algunos como Garachico, Urcola, Aguiar”, recordó López entonces ante el Tribunal Oral Federal Nº1 de La Plata. Luego de aquella declaración, antes de que se conociera la sentencia contra Etchecolatz, fue secuestrado y continúa desaparecido hasta hoy.
Cuando su pasado salió a la luz, Garachico se esfumó de la Patagonia. Evadió a la justicia durante seis años más en el chalet de la calle Nápoles. Lo detuvieron en 2012, y dos años después fue condenado a cadena perpetua por los homicidios de Marcelo Bettini y Luis Bearzi, ocurridos en las calles de Tolosa, al borde de La Plata, el 9 de noviembre de 1976.
El hombre, con un cuadro de obesidad mórbida, hipertensión arterial y alteraciones de la glucemia, obtuvo el boleto a casa a fines de 2017 (se encontraba alojado en el Penal Federal de Marcos Paz), arguyendo que tardaba “una hora y media en bañarse” y eso afectaba su “dignidad humana”.
Pero no fue hasta julio de 2018 que los marplatenses supieron de su presencia en la ciudad. Ese año, Garachico ingresó con una arritmia a la unidad coronaria de la clínica Colón y en pocos minutos protagonizó un escándalo que incluyó empujones e insultos a médicos y a enfermeros. El represor que había llegado sin custodia del Servicio Penitenciario quería quitarse la pulsera electrónica.
Ayer, para el cierre del acto se colocó un muñeco de trapo con la cara de Garachico sobre una torre de gomas que empezó a arder en pocos minutos. Cuando los manifestantes se desconcentraron, llegó al lugar un auto sin patentes. Del viejo Renault Megane bajaron dos policías de civil de la comisaría Quinta. Uno de ellos enviaba mensajes con un handie. Aparentemente familiarizados con la casa del represor, lograron sacar una manguera a través de la reja e intentaron apagar el fuego de las cubiertas y quitar el mensaje para el represor escrito en el portón: “Asesino. Genocida. ¡Jorge Julio López, presente!”.