Por Josefina López Mac Kenzie (coautora del libro «2A. El naufragio»)
Fotos: Matías Adhemar
Publicada: 13/03/19
Artículo anteriormente publicado por la periodista en el sitio Medium.com
Hace seis años, una lluvia descomunal sorprendió a La Plata y la convirtió en una trampa mortal. El 2 de abril de 2013 cayeron 392 mm en pocas horas sobre esta ciudad administrativa y universitaria ubicada 55 km al sur de Buenos Aires, y la arrasaron. En San Carlos, un barrio del oeste, el agua subió hasta 2,40 metros. Pero no fue todo. También dejaron de funcionar los teléfonos móviles, hubo un gran apagón energético y se incendió una destilería de YPF cercana, lo que casi desata una tragedia peor. Los pedidos de auxilio desesperados saturaron esa noche la línea de emergencias 911: gente atrapada en casas, coches, techos y árboles; cortes de luz en cuatro hospitales; paredes y rejas electrificadas; y hallazgos de cadáveres. El Estado no pudo reaccionar. Murieron al menos 89 personas. Y La Plata entró en la historia con el peor desastre hidrometeorológico argentino.
Todo esto recayó sobre una sola persona. Sergio Lezana, que dirigía en aquel momento Defensa Civil municipal, se sentó en el banquillo acusado de omitir sus deberes (su par de Defensa Civil provincial estuvo acusado también pero falleció hace algunas semanas). El fiscal Jorge Paolini consideró que la “total falta de organización y comunicación” de su área impidió enfrentar mejor la situación y mitigar sus efectos; tuvo en cuenta un dictamen de expertos de Hidráulica de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) que halló como causa madre de la inundación esa lluvia “estadísticamente extraordinaria” pero como explicación para tantas pérdidas humanas la “caótica, tardía e ineficiente” respuesta estatal.
El juicio empezó y terminó en un juzgado Correccional. En la apertura, el acusado reconoció su responsabilidad. La condena máxima para él, que la jueza fundamentará el 15 de marzo, es una multa de apenas $12.500 y su alejamiento temporario de cargos públicos. Afuera se manifestaron inundados bajo el lema “La Plata no olvida. Juicio a todos los responsables”. Pese a todo, apostaban a este agridulce juicio, con la esperanza de que los testimonios revivieran otro expediente, del mismo fiscal, que apunta más alto y va camino a prescribir.
Esa otra causa –la más sensible de más de 30 iniciadas luego del desastre– contiene viejas advertencias de expertos a autoridades políticas sobre el peligro de grandes tormentas en La Plata y los compromisos gubernamentales asumidos para enfrentarlo. Desde 2015, la Asociación de Familiares de Víctimas de la Inundación (AFAVI) pide que se indague allí al ex gobernador Daniel Scioli, al ex intendente Pablo Bruera y algunos de sus hombres, por presuntos delitos como “homicidio, abandono de personas, violación a los deberes de funcionario público y estrago”. También está en tela de juicio la subejecución de dinero para áreas clave en una emergencia hídrica.
El 3 de abril, Bruera tuiteó una foto suya con el agua a las rodillas y un mensaje: “Desde ayer a la noche recorriendo los centros de evacuados”. Era mentira. Estaba en Brasil, no había dejado a nadie a cargo de la ciudad y ésta naufragaba sin plan. No muchos empleados lograron llegar a sus puestos operativos ese feriado, pero eso tampoco hubiera inclinado la balanza: las dependencias estaban atadas con alambre. Faltaban embarcaciones, chalecos salvavidas, sogas, hachas, linternas y equipos básicos de comunicación. Tenían vehículos rotos y poco personal, pese a que la ciudad se inundó en toda su historia. Las cámaras de monitoreo urbano captaron esa noche un paisaje de calles desoladas, devoradas por el agua. Y un sondeo de la UNLP entre sobrevivientes arrojó que el 97% se evacuó a solas o con la ayuda de familiares o vecinos.
El después del desastre lo marcó la solidaridad de todo un país, que pasó días enviando donaciones a una ciudad devastada donde llegó a haber 110 desaparecidos tras la lluvia. La Casa Rosada controló su distribución en el edificio Néstor Kirchner, de la Facultad de Periodismo platense, un operativo militante que generó fuertes tensiones entre sectores del peronismo. La otra pelea fue por la cifra de muertos. A una semana del “2A”, Scioli dijo que eran 52, pero también era mentira: su lista dejaba fuera unos 30 fallecidos. Esto alimentó habladurías urbanas sobre más cuerpos, y una guerra de nombres y números que duró un año. Fue tal desorden, que un ministro llegó a incluir un muerto que no era.
Hoy el número firme es 89. Surge de una investigación de la justicia administrativa, que el gobierno consintió en parte. Incluye muertes producidas hasta cinco meses después de la inundación, y dos suicidios.
El modus operandi para reducir el saldo humano de la inundación no fue esconder cadáveres en galpones o estadios, como se decía, sino cambiar de golpe las normas legales para su registro. Aún perplejos por la pérdida, muchos deudos fueron empujados a autorizar cremaciones: se les dijo que la morgue estaba colmada y que perder tiempo en una autopsia solo iba a “aumentar el dolor”. Así, muertes violentas fueron anotadas como naturales y no engrosaron el listado. En otros casos, para excluir nombres se adulteró la fecha de muerte.
Eso pasó con Josué Suárez Salazar, un joven peruano electrocutado en una casilla precaria de Ringuelet. Su caso fue parte de este primer y breve juicio. Eduardo Montané López, abogado de esa colectividad en La Plata, dijo: “La causa se cerró tanto, que estamos juzgando responsabilidades de segundo orden, cuando las hay de primer orden, como gente que no previó obras hidráulicas, talón de Aquiles de todo esto”. Agregó que también faltó autocrítica entre los particulares damnificados, para “aunar criterios y esfuerzos, para llegar a buen puerto”.
La Plata es frágil. Por el cambio climático y su geografía –se asienta sobre arroyos–, se inunda cada vez más seguido. Hay demasiado asfalto, se construye sin control y la desigualdad hace lo suyo: según datos oficiales, es la ciudad con más villas miseria de toda la provincia de Buenos Aires; la mayoría, en terrenos inundables. En la plaza Moreno, corazón de esta ciudad fundada en 1882 como un modelo urbano, un enorme stencil en blanco y negro recuerda a los muertos de su peor inundación.