Por: Julia Molina
Fotos: Noe Marone
Publicada 13/10/2018
—Faltan muchos, no está ni la mitad acá —expresa un hombre alto, de unos 50 años.
Lo dice mientras señala la gigantografía que tiene enfrente, colgada en un panel de madera de la sala de audiencias del Tribunal Oral en lo Criminal Federal (TOF) N°1 y realizada por HIJOS La Matanza. En ella hay sólo hay 43 retratos de los desaparecidos que estuvieron secuestrados en el Centro Clandestino de Detención (CCD) Brigada de Investigaciones de San Justo (BISJ). Todo eso sucede mientras se la ve llegar a Elsa Pavón, cofundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, caminando a paso lento con un bastón en su mano derecha.
—Estoy buscando a mi hija —dice mientras recorre la gigantografía con su mirada cansada. Al fin, la encuentra. A la altura de sus ojos marrones se ubica la fotografía de Mónica “Yoyo” Grinspon. Abajo, en diagonal, está el retrato de Claudio “Pirulo” Logares, su yerno.
—¡Mi mamá está allá! —grita María Victoria Moyano Artigas, hija de desaparecidos y nieta recuperada, desde la otra punta de la sala.
Ambas se sacan una foto y se funden en un abrazo. Varias personas hacen lo mismo: abrazan a Elsa, que recién había terminado de declarar. El sol del mediodía del 10 de octubre invade la sala.
—Nos están siguiendo —alertó Diana Bello—. La casa está vigilada y nos están abriendo la correspondencia.
—Si nos agarran, que nos agarren. No queremos huir más —le contestó Claudio.
El matrimonio de Mónica Grinspon y Claudio Logares, ambos montoneros, había comprado un departamento en Uruguay junto con sus compañeros Diana Bello y Adolfo Borelli. Allí fueron a vivir en 1977 con su hija de casi dos años de edad, Paula Eva Logares, para huir de la dictadura argentina.
El 18 de mayo de 1978, aprovechando el feriado uruguayo por la primera batalla triunfal de Gervasio Artigas, la familia Logares quiso ir al Parque Rodó. Para llegar, debían tomar dos colectivos; la primera parada era en la calle 14 de Julio, pero en esa conexión, frente al Cine Miami, tres autos los interceptaron y encapucharon: a Claudio lo metieron en un vehículo, y a Mónica y a Paula, en otro.
Desde Uruguay los militares los llevaron a la Brigada (donde ahora funciona la DDI La Matanza, en Salta 2450) y los pusieron en la celda chica. El lugar, según un testimonio de la CONADEP, era un edificio de dos plantas. Los detenidos entraban por una cocina, que estaba al lado de una de las celdas de tortura. Las celdas de los detenidos estaban en el piso de abajo. En el de arriba estaban las oficinas: “una, con un diagrama en la pared, se usaba para interrogatorios. Dos de ellas estaban alfombradas y tenían camas de madera”.
A mediados de junio trasladaron al matrimonio al Pozo de Banfield, donde Mónica habló con Adriana Chamorro de Corro, sobreviviente, en una jornada de limpieza en una celda. Mónica le confesó que no sabía dónde tenían a su hija, Paula.
El Pozo de Banfield es el último lugar en el que se vio a Claudio Logares y a Mónica Grinspon.
Son las once de la mañana y la sala de audiencias del TOF N°1, a cargo de Alejandro Esmoris, Pablo Vega y Nelson Jarazo, luce repleta. Las personas se tienen que sentar en el piso. Las puertas de vidrio del lugar están abiertas y comunican con un cubículo de paneles de madera donde hay muchos jóvenes, que llegaron para escuchar el testimonio de Elsa Pavón, de 82 años, que camina son sus zapatos de cuero negro sobre el piso de madera cuando la llaman. Todos se ponen de pie. Se sienta frente a los jueces y le da la espalda al público. Vienen con ella a la cabeza. En su mesa, tiene una botella de agua y un vaso de unos veinte centímetros.
—Me llegan tres fotos. Al reverso de una de ellas me llega la dirección donde la nena estaba viviendo, en calle Malabia al 3000. De ahí se mudan y un vecino hace la denuncia al CELS y el CELS llama a la presidenta de Abuelas para decirle: “Me llegó esto”. En ese momento, la nena tenía siete años. Sólo sabíamos que vivía en Chacarita y que se llamaba Paula. No sabíamos el apellido —responde ante la pregunta de cómo se enteró dónde vivía la hija de Mónica y Claudio.
Chicha Mariani, quien siempre fue su amiga fiel, le había aconsejado que se mudara para allá, para poder estar cerca de la nena y sacar toda la información necesaria para hacer la denuncia, pero Elsa no quiso.
—Yo le decía a Chicha —se ríe—que ella, en la búsqueda en la identidad de los chicos, perdió su identidad. Ya no era la Señora Mariani, para todos era Chicha.
Elsa tomó una decisión: ir todos los días desde Banfield hasta Chacarita a comprar comida en la zona donde vivía su nieta. Sabía que no podía llamar la atención y que, si iba una vez, los vecinos se fijarían en ella. Se hizo clienta regular de la verdulería y de la panadería de la manzana de la casa. También la siguió hasta el colegio, pero no se animaba a hablarle.
Otra de sus hijas lo hizo por ella. A la salida del colegio, mientras Paula jugaba en la vereda esperando a que la pasaran a buscar, se acercó a ella. “¿Cómo te llamás?”, le preguntó. La nena caminó sin levantar la vista en ningún momento y, con la cabeza gacha, dijo en voz baja su nombre: Paula Luisa Lavallén.
Lavallén. Rubén Luis Lavallén, subcomisario de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, que prestó funciones en la Brigada de Investigaciones de San Justo hasta el 1 de julio de 1978 y fue jefe de seguridad de Mercedes Benz desde el 2 de julio de 1978, empresa de donde secuestraron a los delegados que luego fueron torturados en la BISJ.
—Yo le pedí al Juez que me la dejara ver, pero con su consentimiento. Le dije: ‘Doctor, no pretendo que me deje hablar con ella. Yo le pido que me la deje ver atrás de un vidrio porque no quiero que me vea hasta que usted no lo diga —recuerda Elsa mientras se le quiebra la voz—. Lo que le digan los apropiadores a mí me va a ser muy difícil después refutarlo porque las mentiras que le dicen… le va a creer porque para ella, ellos son sus padres’. No me dejó verla hasta el cambio de Guarda. Pasó un año.
El encuentro se dio, pero Paula -dice su abuela- «tiene mucho carácter y es dura como yo». La nena vio las fotos que le llevó Elsa y sólo en una se vio parecida a una que tenía en su casa, con los apropiadores. Luego, la abuela le preguntó si se acordaba cómo le decía a sus papás y le dijo que le gustaba ver la luna. Paula no respondió. Siguió: “¿Te acordás de cuando Calio te llevaba acococho?”. La niña de ocho años repitió dos veces el nombre de su padre (como ella le podía decir a sus 23 meses de vida) y quebró en llanto. Durmió una hora y media.
Paula Eva Logares recuperó su identidad el 13 de diciembre de 1984, convirtiéndose en la primera nieta recuperada. Fue el primer caso en que la Justicia utilizó como prueba de filiación el uso de análisis del ADN. Además se enteró de su verdadera fecha de nacimiento: 10 de junio de 1976. Sus apropiadores la anotaron bajo la falsificación del acta del nacimiento hecha por el médico Jorge Vidal (quien asistía a las torturas del CCD), el 25 de julio de 1978.
—Le hubiera gustado estar a mi nieta, en mi declaración. ¿Por qué no pueden estar (los testimonios venideros)? (…)Si todos sabemos los que nos tocó vivir y fuimos nosotros los que armamos el rompecabezas. ¿Por qué no podemos estar todos juntos cuando uno declara? -preguntó Elsa Pavón, en medio de su testimonio.
Su nieta está citada para declarar en próximas audiencias. Las mismas suceden todos los miércoles a las diez de la mañana en el TOF N°1 de La Plata, en calle 8 entre 50 y 51. Para presenciarlas, sólo se debe ser mayor de edad y llevar DNI.
La Brigada de Investigaciones de San Justo fue señalizada como CCD en marzo de 2013 y funcionó antes del golpe de Estado como un espacio ligado al Plan Cóndor. Se comprobó entre 1976 y 1978, año en que terminó de funcionar como CCD, por allí pasaron 101 detenidos. En el juicio que actualmente se lleva a cabo todos los miércoles en el TOF N°1, se contemplan 84 casos.
La Brigada de Investigaciones de San Justo estaba dentro de los 29 Centros Clandestinos del Circuito Camps. El circuito tenía como característica trasladar a los prisioneros de un CCD a otro: por lo general eran intercambios internos dentro del circuito.
Los sobrevivientes de la BISJ y del Pozo de Banfield brindaron testimonios que pudieron demostrar la existencia de, al menos, el cautiverio de tres mujeres madres o a punto de parir, cuyos hijos fueron apropiados. Las tres hijas lograron ser recuperadas: fueron Paula Eva Logares, María Victoria Moyano Artigas y María José Lavalle
El juicio, que comenzó 13 de agosto de este año, tiene 18 imputados: Roberto Armando Balmaceda, Leopoldo Luis Baume, Rubén Alfredo Boan, Raúl Carballo, Jorge Héctor Di Pasquale, Miguel Osvaldo Etchecolatz, Roberto Armando Félix, Ricardo Armando Fernández, Ricardo Juan García, Rodolfo Enrique Godoy, Emilio Alberto Herrero Anzorena, Alejandro Alberto Menichini, Juan Carlos Ojeda, Carlos María Romero Pavón, Jaime Lamont Smart, Juan María Torino, Jorge Héctor Vidal y Carlos del Señor Hidalgo Garzón. Ninguno de ellos presencia personalmente el juicio. Algunos lo ven por teleconferencia desde la cárcel y otros tienen prisión domiciliaria.
Desde el estrado de los abogados querellantes, una mujer le pregunta cómo eran su hija y su yerno. Elsa hace una pausa y sus ojos se entrecierran mientras larga una sonrisa. .
—Eran mis hijos. Querían modificar la sociedad. (…)Para mí es un orgullo. Cuando me juntaba a comer con sus compañeros de Agronomía, les preguntaba qué pasó en nuestro país.¿Qué pensaban ustedes? Yo no soy militante. Soy una mamá. Quiero entender por qué no están. Quiero entender por qué no está lo mejor de una generación.
Sobre su chaleco negro, una flor roja de macramé se apoya debajo de un pin que tiene la foto de su hija y su yerno: “Logares – Grinspon. Desaparecidos 18-5-78”.