Por Julieta Ferrari
Fotos: Matías Adhemar
Son las 7:30 de la mañana de un martes de agosto y todavía está oscuro. Como todos los días, Ana baja del micro y camina media cuadra por calle 601 para entrar por la puerta del patio. Desde hace nueve meses la Escuela Primaria Nº23 de Villa Elvira «Merceditas de San Martín» tiene la puerta principal bloqueada con maderas y chapas.
Ana tiene el pelo recogido, un pulóver rojo y una bufanda cuadrillé. Al entrar al patio, va hasta un aula que mide dos metros de ancho por seis de largo. Las paredes están teñidas de color verde musgo.
—Este es mi salón, acá doy clases —dice, y camina hacia el fondo. Despega de la pared un afiche y deja al descubierto un enchufe lleno de humedad —.Esto es un peligro para los chicos.
Todos los lunes y martes, la docente da clases de la materia «Prácticas del Lenguaje» entre la humedad, las paredes resquebrajadas y el ruido de los martillazos de los obreros. Pero es martes, y los chicos hoy no tienen clases: se suspendieron por tiempo indeterminado.
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La inspectora llegó tarde.
— ¿Y, cómo se están arreglando?
— A los ponchazos —responde Rodolfo, el delegado de Suteba de la Secundaria 81, que comparte edificio con la Primaria Nº23.
Son las 9 de la mañana y los docentes arman un acta para adelantar la asamblea de padres. Tras la tragedia en la Escuela 49 de Moreno, donde por una explosión provocada por una pérdida de gas murieron la vicedirectora y un auxiliar docente, en Villa Elvira tomaron la medida de suspender las clases.
No fue la única. Según los gremios bonaerense del Frente de Unidad Docente (FUD), en la provincia de Buenos Aires son 786 las escuelas que debieron tomar la misma medida por razones de seguridad, y muchas de ellas por pérdidas de gas. En La Plata, los colegios que suspendieron las actividades hasta el momento son cercad de 50 y en todos los casos los problemas edilicios habían sido denunciados desde hace tiempo.
En octubre del año pasado, parte de la la Escuela Primaria Nº23 de Villa Elvira se consumió bajo el ardor de las llamas que, según se rumorea en el barrio, fueron intencionales. Sólo quedó la biblioteca, entre un cementerio de materiales y paredes negras que los docentes atraviesan para agarrar algún que otro libro.
—Las autoridades provinciales se acercaron y pusieron a la escuela en primer orden de prioridad para resolver la situación —dice el delegado sindical mientras escribe en una hoja los reclamos —. Pero hasta ahora no tenemos ningún tipo de contrato de obra ni ningún tipo de presupuesto asignado.
Desde entonces, el paisaje de escombros se convirtió en una realidad cotidiana. Además, la escuela dejó de tener gas y agua.
—Nos habían dicho que a fines de mayo de este año comenzaba la obra… —menciona Rosario, la delegada del programa «Fines 2», que se dicta en el mismo lugar —Recién en junio vinieron tres albañiles “contratados” por una empresa para hacer las tareas preliminares. Pero nunca se firmó ese contrato de obra.
Rosario es una joven de melena colorada. Mira el techo negro y agrietado. Continúa:
—Nos dijeron que en agosto iban a arrancar con la licitación para refaccionar lo quemado y ampliar la escuela…
Ahora es agosto y los chicos están sin clases. Pasaron ocho meses de la disolución de la Unidad Ejecutora Provincia, el organismo de la Dirección General de Escuelas que se encargaba de la construcción y reparación de las escuelas y dos meses del escándalo por sobreprecios en obras que derivó en la salida del titular de Infraestructura Escolar, Mateo Nicholson.
Las dos muertes en Moreno pusieron sobre la mesa la desidia de la administración macrista. En el Concejo Deliberante de La Plata, la oposición reclama la «emergencia educativa» y el intendente Garro promete que va a ejecutar los 180 millones de pesos del Fondo Educativo. Por su parte, la máxima autoridad educativa del gobierno provincial, Gabriel Sánchez Zinny, admite que desconoce la cantidad de escuelas con problemas de infraestructura.
A la Primaria 23 y la Secundaria 81 de Villa Elvira, junto con las clases del Fines, se calcula que concurren 700 chicos. Sin embargo, el edificio cuenta con sólo tres aulas habilitadas.
—El comedor ahora funciona como un aula. Los chicos no tienen un espacio para comer; directamente comen afuera—agrega Rosario.
El otro salón es pequeño, linda con la construcción, y la medianera tiembla con cada martillazo. Pizarrones, muebles, sillas y escritorios acumulados entre cenizas separan parte de la obra con la escuela.
En el patio, junto con los baños químicos verdes que están “provisoriamente” desde octubre, está el aula mobiliaria. Detrás, hay cuatro aulas a cielo abierto, con las paredes revocadas y los caños de gas en el aire.
—La desorganización de la escuela termina influyendo en nuestros pibes —comenta Ana, la docente, y le da un sorbo al mate —. Este es un colegio que no tiene equipo de orientación pedagógica, apenas tiene un director. Siempre terminan siendo los pibes los culpables de su propio destino, de su propio fracaso. Y eso es tremendo. Institucionalmente es tremendo.
En el aula, las paredes están decoradas con cartulinas, escuadras y cintas de colores. Hay otros docentes que llegan para una asamblea. Los padres se reúnen para reclamar justicia por Sandra y Rubén, los dos fallecidos en Moreno por la explosión, con carteles que dicen: «No vamos a esperar más».
—Nosotros somos afortunados de los pibes que tenemos. Hace una suplencia una profe de un mes y ellos ya quieren hacerle una despedida. Eso no se ve en ninguna escuela. —dice una profesora de rulos negros.
—Lo que pasa es que esta escuela tiene sus años. Son más de 120 años que vienen hijos, padres, abuelos, todos de acá del barrio. Yo que estoy hace años acá —aclara otra maestra, mientras le pone azúcar al mate —, veo que los chicos tienen mucha pertenencia.
—Acá tenés los cargos docentes, más o menos… pero los tenés. Lo que no tenés es el edificio. No hubo esa sintonía fina, con una ley progresista y una infraestructura que la acompañe —continúa Ana.
El edificio, que está ubicado en calle 7 y 601, está en ruinas. Para no interrumpir las cursadas, varios de los chicos tienen que viajar hasta la sede del Sagrado Corazón, que le cede sus aulas en calle 9 y 58. Pero por ahora sólo se consiguieron dos micros para trasladar a los de primaria.
—El año pasado un curso completo se fue de la escuela por falta de transporte. Están yendo menos chicos a cursar; se hace difícil educar así —concluye Rosario.