Hubo un tiempo, no muy lejano en la historia, en el que un pueblo inició una lucha de resistencia a los invasores que llegaron a ocupar, explotar y poner en peligro su elemento central, el que les brinda su identidad: la tierra, la mapu, de ella viene su denominación “mapuche, gente de la tierra”. Esa práctica de explotación, intento de exterminio y asimilación continúa hasta nuestros días y es ejecutada por los Estados. Todo aquel que intente rebelarse es castigado.
Esa es la historia de cientxs de “weichafes” o guerreros mapuches que han sido muertos, perseguidos o encarcelados. Esa es también mi propia historia, desde joven fui perseguido y encarcelado por formar parte de la lucha en defensa de nuestra tierra en contra de la explotación forestal. Varios de mi familia sufrieron lo mismo por largos años.
Lo ocurrido durante estos últimos tiempos en ambos lados de la cordillera de Los Andes no es nuevo ni desconocido para miles de nosotros que hemos crecido en un clima de represión y demostración bélica de Chile y Argentina. Aunque claro está, que este clima nos advierte una vez más que aquel pensamiento invasor, avasallador y racista de la elite económica y política que forjaron las repúblicas está vigente en las nuevas generaciones de gobernantes.
Muestra de ello es que por estos días en ambos países gobierna la “izquierda”, lo pongo entre comillas porque pese a sus posiciones ideológicas —un tanto más progresistas que las de aquella famosa “generación del 80”, como se le denomina en Argentina o los “padres de la patria”, como señalan los libros de historia que tuvimos que leer desde niños en los colegios de Chile— la política represiva no ha variado en más de 200 años.
Tal vez los ejércitos no queman “Ruka” a diestra y siniestra con familias mapuche enteras, o ya no paguen recompensas por cabezas u orejas mapuche cortadas por hordas de forajidos, pero esa violencia del Estado sigue presente en cada una de las niñas y niños mapuche.
Un botón de muestra
El pasado 4 de octubre la policía argentina realizó un violento allanamiento a familias mapuches en la localidad de Villa Mascardi en cercanía de la pomposa Bariloche. Siete mujeres y sus niños fueron apresados, de ellas cuatro fueron procesadas y trasladadas a una cárcel de Buenos Aires, a más de 1.500 kilómetros de distancia.
Lo mismo que hizo el Ejército argentino en la mal llamada “Conquista del desierto”, cuando en 1884 Julio Argentino Roca traicionó y ordenó apresar al lonko Inakayal, a miembros de su familia y de su comunidad en las cercanías de Bariloche, y los trasladaron a la Isla Martín García como esclavos. Luego fueron usados como objetos de la ciencia y el morbo en el Museo de La Plata. Inakayal murió en 1888 y otros hermanxs corrieron la misma suerte en el sótano del majestuoso edificio en El Bosque platense.
Del otro lado de la cordillera
La situación del lado oeste de la cordillera de los Andes no ha variado mucho tampoco.
Son largas las décadas en las que el Estado de Chile se niega siquiera a reconocer la existencia del pueblo mapuche con pleno derecho, más bien las sucesivas políticas son de represión y violencia. Y se han cobrado cientos de muertos y generaciones de mapuche violentados.
En los nueve meses del gobierno de Gabriel Boric, el Wallmapu ha vivido bajo “estado de excepción constitucional”: la militarización de las comunidades se naturaliza y los parlamentarios de la zona constantemente piden aún más facultad para que los efectivos militares hagan uso de sus armamentos. Y lo más peligroso, según encuestas publicadas, un alto porcentaje de la población chilena está de acuerdo con la medida.
Como podemos ver, en pleno siglo XXI los Estados no han cambiado. La sociedad parece querer cambiar, pero luego vuelve a retroceder. En tanto, desde la comunidad Mapuche, ¿qué podemos hacer?, ¿dejarnos someter?, ¿olvidar nuestro pasado y abrazar la argentinidad y la chilenidad? Estas preguntas tienen más de 200 años y la respuesta es clara, decidimos seguir siendo Mapuche y resistir como nuestros antepasados.
*territorio mapuche del lado de Chile.
PASCUAL PICHÚN COLLONAO es un reconocido militante y comunicador del movimiento mapuche. Tiene un rol activo en la defensa de los derechos de los pueblos indígenas. En 2003, tenía 18 años cuando fue condenado junto a su hermano Rafael a cinco años y un día de prisión. En un juicio cargado de arbitrariedades e irregularidades, lo acusaron de incendiar un camión forestal en las cercanías de su comunidad, Temulemu. Se exilió entonces en Argentina y después de siete años volvió a su tierra, donde finalmente después de estar dos años detenido, en noviembre de 2011, la Justicia reconoció la prescripción de la causa y recuperó su libertad.