El crimen de Fernando Baéz Sosa en manos de un grupo de rugbiers puso en boca de todes la violencia entre les jóvenes. El consumo de alcohol, la falta de contención institucional, los boliches superpoblados que muchas veces no cumplen con los requisitos de seguridad y la impunidad de la cultura del rugby funcionaron como alicientes del asesinato.
Sin embargo, lo que quedó claro es que el homicidio tuvo su punto neurálgico en los mandatos de la masculinidad hegemónica. Pero ¿Qué significa ese término? ¿Qué queremos decir cuando hablamos del mandato de cofradías, mandatos y varones tóxicos? Desde el Grito del Sur quisimos aportar algunas ideas y teorías para introducirse en el debate.
¿Qué es la masculinidad hegemónica?
Según Norma Fuller en su texto “Repensando el machismo latinoamericano”, la masculinidad hegemónica se basa en que el varón sea tomado como lo universal, la figura neutra, sobre la que se construyen todas las percepciones del mundo. Si lo masculino es lo primigenio, la feminidad siempre será entendida como otredad y se necesitará que esté ausente. Por otro lado, toda masculinidad que no responda a la construcción estereotipada será condenada, considerada precaria y sometida a correctivos.
La masculinidad hegemónica son los mandatos impuestos por un sistema patriarcal para definir qué significa ser varón y cómo debe comportarse. Esta definición no se trata de una cuestión biológica sino de HACERSE VARÓN, es decir responder a cierta ortopedia de género. Varón se llega a ser luego de superar ciertas pruebas pero, al mismo tiempo, los desafíos probatorios nunca se terminan ya que la virilidad debe legitimarse constantemente ante el pánico de perderse. Esto -como vimos en el caso de los rugbiers- se juega especialmente frente al grupo de pares. Ser hombre es algo que se debe demostrar, ganar y sostener constantemente especialmente frente a otros varones.
Según psicólogo Robert Brannon, la masculinidad hegemónica puede resumirse en 4 puntos:
-Es el total repudio a lo femenino.
-Se mide por el poder, el éxito y la riqueza (no es casual que en el 2001 cuando muchos varones perdieron su trabajo fueron la población que más se deprimió).
-Depende de tener las emociones bajo control ya que la mayor prueba de masculinidad es jamás mostrarse sensibles, ni siquiera adoloridos físicamente. Esto conlleva a que los hombres accedan menos a la atención médica y tengan más posibilidades de morir a causa de enfermedades prevenibles y tratables.
-Tiende a la osadía y a la violencia, lo que se refleja en que sean en la mayoría de los casos los protagonistas de peleas, la población que más muere en accidentes de tránsito -según “Luchemos Por La Vida” los jóvenes de 13 a 24 años constituyen el 27% de las víctimas fatales en el tránsito y el 71% de ellas son varones- y quienes portan el 99% de las armas de fuego en Argentina según INECIP.
A esto se suma que el varón debe ser el proveedor del sustento económico, el penetrador con un deseo sexual insaciable (cuasi animal) y fundamentalmente debe tener pánico a la homosexualidad. Por eso ejerce un control constante de los cuerpos, gestos, movimientos y deseos propios y ajenos. El varón se convierte así frente a otro en la policía del género que, muchas veces, entienden el sexo como una modalidad de dominio (“te voy a romper el orto”).
Este sistema machista al que responden las masculinidades hegemónicas relega a la mujer al hogar, las tareas de cuidados y fundamentalmente a la reproducción. Es decir, a la esfera privada en oposición a la esfera pública donde se dirime el trabajo y la política (en términos de Hannah Arendt).
La masculinidad tóxica tiene mayor impunidad al estar en grupo o lo que algunas teóricas llamaron “cofradía”. El fogueo mutuo y la necesidad de reforzar las masculinidad frente a los demás, sumado que la cultura clasista del rubgy influyeron de manera fundamental en la muerte de Báez Sosa.
“Se trata de un fenómeno de vinculación entre varones, un pacto de medición de fuerzas o inclusive la exhibición de una forma particular de masculinidad en el cual la mujer es colocada como un objeto. Hay una manera de configurar grupos de varones que toman a la mujer como un intercambio entre ellos», explicó a El Grito del Sur sobre las violaciones grupales la psicoanalista Alicia Stolkiner. Si bien en el caso de Báez no se trata de una feminidad, al posicionarse como superior el agresor se cree capaz de poseer el cuerpo ajeno ya que «vale menos». La golpiza se convierte así en una acción correctiva.
Los jóvenes denominados “manadas” no actúan bajo un instinto animal ni desconocen su fuerza y su poder, solamente responden a las tramas de violencia que les impone el patriarcado para insertarse en un grupo social, en este caso el del rugby.
¿Se pueden pensar las masculinidades desde la masculinidad?
Para finalizar vale hacer un pequeña mención sobre los micro machismos, que si bien no responden a lo que se tipifica como masculinidad hegemónica sostienen desde las sombras las jerarquías de género.
En el primer capítulo de su libro “Masculinidades y feminismo” el teórico Jokin Azpiazu se hace la pregunta de si es posible pensar las masculinidades desde dentro. Según Azpiazu, si bien estas se han adaptado a los avances del movimiento feminista, siguen aprovechándose de sus privilegios de manera más sutil y disimulada.
Por ejemplo, si desde hace algunos años las paternidades son más “responsables y sensibles”, los varones igual terminan encargándose de los momentos recreativos, de esparcimiento y goce dejando las tareas más arduas y aburridas a las mujeres. Al naturalizarse estos comportamientos se entiende que hay un solo tipo de hombre machista, casi caricaturesco, abiertamente violento, abusivo y homofóbico.
Como explica Luis Bonino sobre los micromachismos en la pareja, muchas veces los gestos que sostienen el patriarcado están camuflados, como maternizar a las mujeres, aniñamientos que esconden comportamientos abusivos, manipulaciones a nivel emocional, control del dinero, etc.
Esbozos para romper la enredadera patriarcal
No es fácil atravesar la presión de desviarse del estereotipo machista, arriesgándose a ser marcado y dejado de lado por los pares. Cuestionar las maneras en las que nos hemos criado en general es doloroso, pero no por eso imposible. Este proceso se facilita especialmente si se atraviesa en conjunto.
Como conclusión, o como esbozo para desarmar la masculinidad hegemónica, Azpiazu recomienda a los varones cuestionarse a sí mismo y conservar la cercanía con los movimientos feministas sin por eso invadirlos. “Mantenernos cerca de los movimientos feministas y prestar atención a sus propuestas, más allá de la mera aprobación paternalista («está bien lo que plantea esta gente»), leer y acercarnos al pensamiento feminista, romper nuestros círculos habituales de socialización y saber participar de otros espacios sin apropiárnoslos… Ser activos en dejarnos hacer”.