Vivana estudia. Desde siempre, Viviana estudia. Terminó la carrera de despachante de Aduanas. Empezó Arquitectura y Computación en libertad. Analista en sistemas, Enfermería y Derecho en la cárcel. Y finalmente Periodismo. El 21 de diciembre de 2022 se convirtió en Licenciada en Comunicación Social, y en la primera periodista recibida en la Universidad Nacional de La Plata en contexto de encierro. Esto es: hizo toda la carrera en prisión.
La vida de Viviana Blanco cambió de un día para el otro. El 4 de julio de 2008 cayó presa, y desde ese momento pasó por unidades del Servicio Penitenciario Bonaerense en distintos puntos de la provincia: Azul, Magdalena, Los Hornos. En todas estudió y se dedicó a armar centros de estudiantes y a incentivar a otras mujeres a ser universitarias.
“La educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”, dice la pared blanca del patio del pabellón universitario en la Unidad 8 de Los Hornos, en las afueras de La Plata. Es una frase del pedagogo Paulo Freire. La pared tiene más murales y frases como esa. “Tu ayer no define tu mañana”. Frases de educación, frases de motivación. Arriba se ven las ventanas llenas de ropa secándose al sol abrasador de febrero, y se escuchan las voces de las presas que no están estudiando en la universidad, las que no pueden acceder a ese patio.
Primer pabellón universitario de mujeres en Latinoamérica
La Unidad 8 de mujeres en Los Hornos salió en los medios hace exactamente dos años cuando se inauguró ese pabellón universitario, porque es el primero en Latinoamérica: el primero para mujeres universitarias. En el año 2021. En ese momento, 36 internas estudiaban Sociología, Derecho, Periodismo o Historia en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).
“El sistema está atravesado por algo patriarcal que todavía no logramos derribar. Por eso no hay centros de estudiantes de mujeres. Este es el único pabellón de estudiantes mujeres en Latinoamérica”, explica Viviana mostrando el lugar. Mientras ceba un mate caliente pregunta y responde: “¿Por qué soy la primera estudiante universitaria en contexto de encierro? Porque las condiciones para los hombres y mujeres no son las mismas”.
Desde ese momento el espacio fue en crecimiento: hay libros nuevos, novelas, cuentos, no ficción, manuales, computadoras por donde se pueden hacer videollamadas, donde tener reuniones o asistir a clases virtuales. Hay una mesa larga con varias sillas para estudiar juntas. Ahí, Viviana grabó su trabajo final de la carrera: un programa de radio que llamó Guerreras de Pie, donde habló con sus compañeras sobre sexo, vínculos, resiliencia, la moda y la trata de personas.
“Los centros de estudiantes son el alma de la cárcel”, dice Viviana, el pelo larguísimo, rubio, lacio, sentada en su celda, decorada con libros, fotos, y una tela de leopardo que tapa el inodoro. La puerta está abierta, y lo cuenta como un logro: “Tengo acceso al pabellón las 24 horas, y ahora llega el agua hasta la celda”.
En el patio del pabellón universitario, un sitio de pasto y plantas llamado Parque Universitario Dina Rossi (directora provincial de Política y Gestión Penitenciaria), ocho mujeres toman mate. A un costado los murales motivacionales les dan sombra.
Unas semanas atrás en esa misma unidad penal murió una mujer. El Servicio Penitenciario Bonaerense dijo que se trató de un suicidio, pero entre las internas no creen lo mismo. Todas en el penal escucharon el grito desgarrador. Fue en el pabellón 1. Desde ese momento empezaron las protestas. “Pensamos que fue asesinada, queremos que investiguen, porque tenemos muchísimas dudas sobre lo ocurrido y de cómo fue tratado el tema por las autoridades del penal”, denunció una detenida al diario Tiempo Argentino.
Tatuajes del alma
Viviana tiene las uñas rosadas largas, le tiemblan. Se preparó para la entrevista, está impecable. No tiene tatuajes, pero dice que en el alma está llena. Cuando habla de su papá, que murió mientras ella estaba presa, llora. Dice que se arrepiente de no haberle prestado más atención a su familia. Tiene dos hijas, mellizas.
En el primer año de Arquitectura, en la Universidad de Buenos Aires, quedó embarazada. Su pasión es el teatro, pero nunca lo pudo tomar como algo laboral. Trabajó primero como vendedora de elementos para bebés, estudió computación, después terminó la carrera de despachante de aduana —a los 27— y de eso trabajó por quince años. Por el estrés, dice, tuvo un ACV a los 33 años.
Se separó. Conoció a otro hombre. Estudió coctelería. Se asoció con su segundo marido para poner un boliche de nueve pistas de baile, y un solarium en San Miguel, zona oeste del conurbano bonaerense. “Yo tapaba las cosas con regalos, con cosas materiales. Y las cosas materiales no te dan satisfacciones. Si no hay armonía no tenés nada”, dice Viviana.
Tenía 39 años cuando cayó presa. “Yo caigo detenida el 4 de julio de 2008. El 17 de marzo de 2009 llego a la unidad de Azul, totalmente ajena a las formas de vida de lo que era un penal”. Viviana recuerda las fechas importantes de una manera precisa.
“Soledad Kelly, una abogada, convoca a 5 compañeras nada más, que éramos las únicas en condiciones de estudiar. Mirá vos la estadística de las mujeres que tienen la posibilidad de estudiar”, cuenta sobre sus primeros pasos en la universidad en contexto de encierro.
En ese momento solo salían a la facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Centro, en Azul, a rendir los finales. “Estudiábamos Derecho, porque era lo único que podíamos estudiar. Era un espacio de libertad”.
Ir a clases, las trabas del sistema
Cuando la trasladaron a Los Hornos, hubo un cambio de jefatura en el penal. Viviana ya estaba cursando Periodismo, pero de un día para el otro le prohibieron salir a estudiar. “Me llaman a audiencia y me comunican que éramos 22 estudiantes universitarios del radio que había una disposición interna del Servicio Penitenciario que no saliéramos más a cursar. Se me rompió el alma en mil pedazos. Yo en la facultad era feliz, era mi espacio”.
La razón que dieron las autoridades fue que se habían dado cuenta de que todos los y las que estaban saliendo tenían una expectativa de pena alta. Entonces presentaron, con sus compañeros y compañeras de distintas unidades, un hábeas corpus.
En el año 2012, el Observatorio de Violencia de Género de la Defensoría del Pueblo bonaerenese publicó el informe “De traslado. Violencia de género y poder carcelario”, donde explicaban: “El titular del “Programa Educación en Contextos de Encierro” de la DGCyE, Alberto Florio, señaló, durante una entrevista con este OVG, que los establecimientos educativos permanecen ajenos a la información sobre los movimientos de las mujeres detenidas y se percatan de la situación ante la ausencia de la alumna o alumno”. Entonces, el funcionario advirtió que eso impedía a la institución educativa gestionar los medios necesarios para la reinserción, ya sea en el sistema educativo que funciona dentro de las unidades penitenciaras o por fuera de éstas, según corresponda.
En el mismo informe indicaron que “las mujeres entrevistadas señalaron ciertos conflictos con el SPB, ya que, como forma de sanción y mientras que están alojadas en buzones, les prohíben asistir a clases. También manifestaron que, en ocasiones, el personal del SPB no las convoca para asistir a clases, y aquí se presenta fundamental el rol del Coordinador Educativo”.
¿Por qué estudiar en la cárcel?
“El conocimiento es lo único que no te pueden quitar”, dice una abogada que estudia Periodismo. Está embarazada.
“Así salgo del sistema carcelario, me siento más como en la calle”, dice otra de las presas a la vista de una guardiacárcel que vigila unos pasos detrás.
“El conocimiento es libertad, estudiar te saca de acá”.
Otra de las mujeres, de unos 50 años, con sus compañeras de población gritando de fondo, dice: “Ves que en seis meses se transforman, cuando llegaron eran re tranquilas y en ese tiempo se enlodan. Se trata de estudiar para evitar la pelea, el maltrato”.
—¿Quiénes empezaron a estudiar por Vivana?
Varias levantan la mano y sonríen.
“Ella es nuestra licenciada”, dice una. “Nos contagia ella”, agrega otra. En la puerta de una de sus celdas un cartel que simula las letras de Crónica TV dice: “A partir de hoy dígame licenciada”.
“Para sobrevivir al sistema hay que tener sueños”, dice Viviana, y saluda varias veces antes de que la reja se cierre.
LA ESTADÍSTICA CON INCONSISTENCIAS
En 2021, últimos datos oficiales del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, había 4.476 mujeres cis presas en el país. Casi la mitad estaba alojada en cárceles del Servicio Penitenciario Bonaerense.
De las mujeres cis presas en Argentina, solo el 16% tenía secundario completo o estudios superiores (terciarios o universitarios) al ingresar. Sobre las mujeres cis presas en el SPB, el porcentaje es el mismo. Muy bajo. La mayoría de las presas apenas terminó la primaria.
Según esos mismos datos, 124 mujeres cis cursan estudios universitarios en las cárceles del país. Sin embargo, en la misma base de datos 51 de ellas figuran con estudios primarios incompletos o secundario incompleto, lo que no permitiría que realicen estudios universitarios. Estos son los únicos datos oficiales que publica el Ministerio de Justicia nacional.
Sobre este punto, en el instructivo del Sistema Nacional de Estadística sobre Ejecución de la Pena (SNEEP) indican que la categoría «nivel de instrucción: Se tomará en consideración para relevar este dato el nivel de educación alcanzado por la persona detenida al ingreso al establecimiento.» Esto significa que no se actualiza en los años que la persona lleva en la cárcel. Sin embargo, es llamativo que una persona haya ingresado sin estudios, solo tres años después figure como estudiante universitaria.
Los datos son mucho menos favorables para las feminidades trans presas en el país. Según los últimos datos oficiales (de 2021) eran 151, de las cuales solo 17 tenían el secundario completo. Seis cursan estudios universitarios formales, pero cuatro de ellas figuran sin estudios previos, sin haber terminado el primario o el secundario.