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Masacre de AvellanedaViolencia institucional

Masacre de Avellaneda: 20 años

¿Quiénes eran Darío y Maxi?

Ellos no se conocían, pero los recordamos juntos desde el 26 de junio de 2002, cuando la maldita Policía Bonaerense disparó contra los movimientos de desocupados. A 20 años de sus asesinatos, Alberto Santillán, el papá de Darío, y Mara Kosteki, la hermana de Maxi, hablan de ellos con Adriana Meyer. Denuncian la justicia a medias, pero reivindican la lucha; aunque el dolor no se va.

Por: Adriana Meyer
Foto: Nicolás Aragón y gentileza de Mara Kosteki.
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“Dari tenía su magnetismo, pero aprendió a bailar para no perder terreno con algunas chicas, porque salió patadura como todos los Santillán. Su sonrisa, sus broncas, sus peleas con los hermanos jugando a la Play o al Nintendo. Se enojaba porque no le gustaba perder, y le echaba la culpa al joystick, pero era compinche con sus hermanos. Nos abrazaba, nos mirábamos a los ojos y nos decíamos que nos amábamos, eran abrazos intensos”. Alberto Santillán enhebra imágenes y recuerdos, en un alto entre una actividad y otra, en este intenso junio que arde rojo por los veinte años de la masacre de Avellaneda, cuando la represión del gobierno de Duhalde asesinó a su hijo Darío. 

“Era un estanque de agua, muy pacífico como decía mi mamá, se corría de los problemas, nunca iba al choque, le gustaba dibujar y se había metido un poco en la escultura”. Mara Kosteki interrumpe su trabajo para evocar a su hermano, y afirma: “No me conformo con que los que apretaron el gatillo estén presos”. 

Maximiliano Kosteki

Estas dos familias quedaron unidas de por vida en forma trágica desde aquel 26 de junio de 2002, cuando Darío Santillán permaneció al lado de Maximiliano Kosteki, que agonizaba en la estación Avellaneda, y fue fusilado por la maldita Policía Bonaerense, que mostraba los dientes porque el poder económico y sus representantes políticos ya no se bancaban más tanto piquete y protesta. En estas dos décadas, ambas sostuvieron los procesos penales en reclamo de justicia, con un alto costo en hostigamientos y amenazas. Alberto y Mara conversaron sobre ellos con Perycia.

Desde el barrio La Fe

Darío Alberto Santillán era parte del Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) Aníbal Verón, el mecánico de colectivos y piquetero abatido en Tartagal en octubre de 2000 durante la huelga por la reincorporación de sus compañeros despedidos. Ese 26 de junio  la columna del MTD de Lanús salió del barrio La Fe poco antes de las diez. Sus integrantes fueron subiendo en grupos a los colectivos de la línea 17. Los choferes no les cobraron el boleto. 

“Darío fue el último en subir, iba al corte sin pañuelo ni bufanda para taparse la cara. Tampoco llevaba la gorra ni el palo con el que horas después se enfrentaría a la policía. Tuvo que pedir las tres cosas, una vez en el Puente, cuando se hizo evidente que el clima comenzaba a ponerse pesado”1. Sin embargo, él había sido uno de los que había expresado preocupación por la escalada represiva iniciada en febrero, con el asesinato de Javier Barrionuevo, en un piquete en Esteban Echeverría, y que seguía con agresiones, amenazas e intimidaciones, como la que enfrentaron en el municipio de Presidente Perón a inicios de junio al ser agredidos por una patota armada del PJ. 

«Estamos en la vereda en la que estaría él, está presente en todas las luchas»

Javier, hermano de Darío

«Darío es esa mano que decía ‘paren'»

Darío militaba desde los 17 años, en la escuela secundaria y en los barrios donde había vivido, Don Orione y La Fe. “Entendía a la represión como la materialización de la injusticia cuando los oprimidos reaccionan con dignidad, cuando las conciencias despiertan, se organizan y exigen; y ahí estaban las fuerzas policiales, el vallado, las armas, toda la violencia represiva del Estado para sostener un orden injusto”2. El joven militante tenía plena conciencia de la necesidad de implementar estrategias de defensa, y a la vez reconocía que los “encapuchados con palos” eran “algo funcional al manejo despectivo de los medios masivos de comunicación”.

«Llevó hasta el último instante lo que él decía, que no eran solo palabras comprometidas respecto a sentir la injusticia ajena como propia, era en serio nunca dejar al compañero solo», resume Alberto al recordar a Darío, su hijo.

Solía usar jeans ajustados, campera negra y su remera de Hermética, la banda que escuchaba junto con Los Redondos y luego también “música de protesta” por influencia de sus amigos. Ernesto Che Guevara y Eduardo Galeano fueron algunas de las lecturas de su formación militante.

“Dari está en las banderas y en los murales, muy alto por lo que hizo en su corta e intensa vida, con esa mano gigante tratando de parar a la policía —dice Alberto al referirse a la emblemática foto—, llevando hasta el último instante lo que él decía, que no eran solo palabras comprometidas respecto a sentir la injusticia ajena como propia, era en serio nunca dejar al compañero solo. Dari llevó mucho más allá las palabras, que nos ayudan en la lucha decir cosas lindas, pero cuando decidimos quedarnos es porque somos el reflejo de lo que venimos diciendo”.

Alberto Santillán tiene 64 años y trabaja de enfermero desde hace treinta y cinco en el Hospital Argerich. Para él, “Darío es eso, esa mano que decía ‘paren hijos de puta, el pibe se está muriendo’. Como familia no queremos que quede solo en los banderines, con sus errores y defectos, Dari era calor, un gran hijo, un gran hermano, pero sobre todo ha sido un gran compañero. Algunas cosas de la intimidad no se dicen porque siempre está el Darío luchador por delante”.

A pocas horas de volver a subir al Puente Pueyrredón con Leonardo, el hermano de Darío, y toda la militancia del FPDS (Frente Popular Darío Santillán), Alberto resume con su voz grave: “Al Dari comprometido lo llamaban a las dos o tres de la mañana y salía corriendo si alguna compañera o compañero habían tenido algún problema, el Dari despojado era muy humano, y a veinte años me sigue enseñando a mí y sigue abriendo conciencias y compromisos. Estamos en la vereda en la que estaría él, está presente en todas las luchas, vive en mí como papá, en sus hermanos y hermanas, pero también vive en tantas y tantas compañeras y compañeros jóvenes que se suman a esta pelea, son los únicos a los que hay que apostar para cambiar todo esta Argentina”.

Desde Guernica

“Maxi era un artista plástico que lo único que le interesaba era ayudar a otros, en aquel momento discutí mucho con los medios que lo llamaron violento y agresivo, ni siquiera era piquetero. Era solidario con los demás, como Darío que sin conocerlo se quedó a su lado en la estación”. En junio de 2017, Vanina Kosteki, una de sus hermanas, decía que “le dabas una lapicera y un papelito y te hacía una obra de arte, pero si le tirabas una pelota no sabía si era redonda o cuadrada”. Y recordaba: “Me sacaba de líos, era menor, pero yo era más chica en estatura. Nos criamos en la burbuja de un mundo religioso. Maxi era tranquilo y paciente, me decía que no me metiera en problemas. Pero de a poco empezamos a ver a los chicos descalzos en Constitución, donde trabajaba mi mamá, y con la plata que nos daba les comprábamos comida. Soñábamos con hacer libros para chicos: ‘Yo escribo, vos hacés los dibujos’, decíamos. Marcó el camino para muchos, pero en primer lugar a mi hija, que no se pierde ni un corte de puente”3.

Maximiliano Kosteki paseaba perros o hacía algún trabajo temporario. Cuando supo que se estaban organizando en la casa de una compañera y se acercó para anotarse en el Plan Jefas y Jefes de hogar. “Despreciaba a los punteros políticos porque decían que el subsidio era solo para quienes tuvieran hijos, y sabía que en el MTD luchábamos para que todos fueran incorporados”4. Lo lograron, Maxi estuvo inscripto pero nunca llegó a cobrarlo. Y comenzó su militancia colaborando en un comedor comunitario de su barrio, Guernica. 

Resistir

La primera marcha de Maxi había sido la del Día del Trabajador en 2002, cuando dibujó un ángel con la cara tapada y un palo en la mano, el Angel Piquetero, como dijeron sus compañeros. Su segunda movilización fue en La Plata, luego marchó a su municipio, Presidente Perón, y finalmente acudió a la protesta del 26 de junio. Se sentía más decidido.

Cuando se desataron los gases y las balas socorrió a los heridos y tiró piedras, tratando de resistir, aunque no estaba cara a cara con los policías. Era su primera represión, y se sumó al aguante. Cuando lo hirieron de muerte su compañero Héctor Fernández lo cargó para llevarlo a la estación de trenes en busca de refugio.

Mara Kosteki tenía 17 años cuando mataron a Maxi. “Somos cinco hermanos, soy la menor y él me seguía, vivíamos todos juntos”.

Con 37 años, está casada, tiene dos hijos y desde hace diecisiete es empleada de la Presidencia de la Nación. “Trabajo acá por Maximiliano porque cuando pasó todo esto, al año siguiente falleció mi mamá, me quedé sin casa, sin trabajo, con los estudios a medio camino, y una integrante de la Asociación Madres del Dolor que andaba mucho con mi mamá me invitó un día al salón Blanco. Vine, en ese momento estaba Néstor como presidente, y cuando terminó el evento me lo presentó. Me preguntó qué necesitaba y le dije que un trabajo”, cuenta Mara. Nunca pudo concretar sus planes de terminar la secundaria para ir a la facultad. “Tenía 19 años, solo había sido niñera de una vecina. Fui descubriendo mis habilidades, me metí en recursos humanos. Y ahora estoy encargada de las empresas de limpieza y fumigación de la Casa Rosada, a cargo de nueve edificios”. 

«Tengo la necesidad y obligación de que se haga justicia como debe ser, y no a medias como siempre», dice Mara Kosteki.

En los últimos años se le complicó su tarea. “Laboralmente no la estoy pasando bien, estoy en este área desde hace siete años y nunca había tenido problemas hasta que cambió la gestión, ahora me ponen palos en la rueda y no sé si es por mi desempeño o por mi apellido”. Mara aclara que siempre puso un límite, es empleada y no ‘hermana de’. “No puedo negar mi historia pero no doy pie a que me hagan más preguntas. Mis ideas políticas son del trabajo para afuera, aunque no estoy agrupada. Quiero un buen futuro para mis hijos, no lo tenemos, al votar de nuevo no tengo a nadie que me represente”.

Justicia a medias

Maximiliano iba a cumplir 23 años cuando lo mataron. “Era artista y bohemio, hacía poco que estaba ahí en el MTD porque un amigo lo invitó para dar clases de dibujo, le gustó lo que estaban emprendiendo y se fue metiendo, empezó a colaborar con la huerta comunitaria y el comedor, era muy novato”, cuenta Mara. 

“Dibujábamos juntos, compartimos profesores cuando era chica, mi mamá nos puso una maestra particular que venía a casa. Él siguió cuando yo dejé, en casa siempre había hojas y lápices para hacer algo. Le pedía ayuda cuando tenía una tarea en el secundario, pero me decía ‘no, hacelo vos’, me iba guiando y corrigiendo mis malos trazos. De adolescente sus amigos iban a exposiciones y recitales, a veces me llevaba. Me hacía escuchar bandas nuevas”. 

Mara es querellante en la causa por las responsabilidades políticas de la masacre de Avellaneda, que se instruye en la justicia federal. “Siempre miré todo desde afuera, no soy guerrera sino más bien espectadora. Sí creo que tengo la necesidad y obligación de que se haga justicia como debe ser, y no a medias como siempre. No me conformo con que los que apretaron el gatillo estén presos, lamentablemente van a salir en libertad y eso es una injusticia —expresa incluso luego del fallo que negó las salidas transitorias a los autores materiales de los asesinatos— porque detrás de ellos hay autores intelectuales, en ese momento era el gobierno el que no quería que los manifestantes cruzaran el puente, son tan responsables como los que dispararon”. Ella dice que no tolera las injusticias, y que ya no está su mamá “para pelear esta guerra». 

“Siempre zafan”

La hermana de Maxi no cifra esperanzas en el vapuleado expediente donde están investigados los funcionarios políticos y el propio ex presidente que aquel día había dado la orden de que los piqueteros no debían pasar a Capital, reabierto en 2015 por la persistente lucha de ambas familias, con los compañeros y compañeras del FPDS que conformaron su Comisión Independiente.

“No cierran la causa porque es un costo político hacerlo, pero tampoco avanzan; manipularon la información, no llegan hasta arriba porque los de esa fila de responsables hoy en día siguen en el poder, en una banca o un cargo político. Alguien debería pagar pero ninguno se va a hacer cargo de lo mal que le hizo a dos familias. Llevo veinte años de terapia, ¿con qué necesidad? Todo lo que me sacaron lo volví a construir de una manera muy diferente a lo que tenía planeado, y sigo sufriendo”.

—¿Qué sentís cuando Alberto Santillán dice que Néstor Kirchner no cumplió con su promesa de ir hasta las últimas consecuencias?

—En ese momento odié trabajar acá, veo todas las injusticias de cerca. Cuando controlo los trabajos veo fotos entre Alberto Fernández, Néstor y Duhalde y no me agrada para nada. Uno va de la mano del otro, hasta el día de hoy no se está haciendo justicia por eso. El que llega al poder es porque anda en algo sucio, y los responsables políticos siempre zafan.

  1. MTD Aníbal Verón: Darío y Maxi. Dignidad piquetera, Ediciones 26 de junio, 2003.
  2. ibidem
  3. MEYER, Adriana: Consecuentes con sus vidas, Página12, 26 de junio de 2012.
  4. ibidem
  1. MTD Aníbal Verón: Darío y Maxi. Dignidad piquetera, Ediciones 26 de junio, 2003.
  2. ibidem
  3. MEYER, Adriana: Consecuentes con sus vidas, Página12, 26 de junio de 2012.
  4. ibidem